Sobre el asesinato del arqueólogo Carlos López Cruz en la delegación de El Amarillo, en el municipio jalisciense de Amatitán, circulan múltiples versiones:
-que fue víctima de un asalto,
-que lo mataron al intentar mediar en una pelea de cantina,
-que cayó durante un fuego cruzado,
-que lo ejecutaron en la plaza principal.
López Cruz, de 47 años, exploraba desde hacía varias temporadas el cañón del Río Grande de Santiago en Amatitán. Murió la noche de la celebración de la Santa Cruz, el 3 de mayo de 2013.
“Se fue por iniciativa propia a un área complicada. Un poco de fiesta, no en una comisión de trabajo”, señala el coordinador de Arqueología del INAH, Pedro Sánchez Nava.
Como haya sido, dice el antropólogo Bolfy Cottom, lo cierto es que fue víctima de la violencia criminal. Cuenta que sabe de compañeros en Michoacán a quienes les robaron el vehículo haciendo trabajo de campo, y de colegas en Chihuahua que emigraron a otro estado debido a la inseguridad.
“En estricto sentido”, dice el investigador del INAH, “es algo de lo que no se habla, pero forma parte de nuestra realidad”.
Las instituciones académicas se han mantenido omisas frente a la violencia, considera la antropóloga del CIESAS, Victoria Novelo. Fue para evidenciar las dificultades que enfrentaban los investigadores, explica, que filmó en 2011 el documental El trabajo de campo en tiempos violentos.
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Dra. Victoria Novelo Oppenheim
“Quería que no pareciera que en el País no pasaba nada, o si pasaba no importaba. Que se tomara conciencia de la situación”, explica Novelo, quien supo de agresiones a antropólogos en Michoacán, Monterrey y Chihuahua que no se hicieron públicas.
Hace falta que los investigadores denuncien la violencia, considera el politólogo Carlos Antonio Flores Pérez, también del CIESAS. Algo que lo impide, afirma, es la relación “endogámica” de algunos académicos con las instituciones de gobierno, de quienes reciben ingresos como asesores o consultores.
“Eso los hace estar poco incentivados a establecer una crítica, simplemente objetiva, y los vemos reproducir la idea de que todo está tranquilo. Son parte del funcionamiento un tanto perverso de la lógica institucional mexicana, la cual pretende que la violencia puede disminuir si no se la enuncia”.
No hay suficiente cohesión de gremio, sostiene, y falta también sensibilidad. “De manera informal se respalda moralmente a la persona, pero no siempre hay el pronunciamiento que institucionalmente debería darse”.
La geografía de la violencia no sólo ha dejado zonas sin explorar en el País, truncado proyectos y afectado a los investigadores, como publicó ayer REFORMA; está cambiando también los métodos de trabajo.
“Los temas son diferentes, también el tipo de fuentes que uno estudia. Hay menos salidas a campo y más trabajo en archivo”, precisa Novelo.
La percepción de riesgo ha obligado a incorporar el sentido común al objetivo de una investigación, señala Flores Pérez.
“Si quieres investigar experiencias de víctimas, puedes hacerlo mediante historias de vida, sin ir a los lugares, y si estudias actores delictivos puedes ir con los reclusos, en lugar de gente que esté operando”, explica. “La metodología se adapta en función del referente empírico”.
Antes, el narcotraficante asumía que los investigadores -antropólogos, arqueólogos, etnólogos- se movían en terrenos diferenciados, pero eso no existe más, dice Flores Pérez.”En los pasillos, los colegas comentan que han tenido que adecuarse a la realidad del País, y esa es una condición limitativa”.
El antropólogo social Luis Vázquez León, ex director del CIESAS-Occidente, uno de los participantes en el documental de Novelo, sugiere hacer más sofisticado el trabajo de campo. Propone adoptar la figura del “observador no participante”, que mantiene informados de su ubicación sólo a familiares y amigos de confianza.
“No hay razón de lucirse como los antropólogos inocentes. Se acabó la inocencia. Y como extensión de la misma figura se puede renovar el trabajo de campo como en tiempos de Edward Burnett Tylor y aún antes: recurrir a testimonios lejanos”.
Algunas instituciones, dice Vázquez León, han preferido desentenderse de esta “Guerra Sin Fin”. El problema de fingir que nada pasa, considera, es que se banaliza el mal. Hay brotes de fascismo contra quienes piensan distinto y una creciente intolerancia.
“Los investigadores no vivimos en el limbo, y, aunque muchos prefieran el escapismo de no ver ni oír nada, es preciso levantar la voz más alto y buscar movilizarse contra la violencia de todo tipo”.
violencia
En 2008, la inseguridad obligó a suspender la investigación arqueológica en la frontera de Baja California con Estados Unidos, paso de migrantes y grupos del crimen organizado. Hasta la fecha no han surgido proyectos, salvamentos o rescates arqueológicos en esa área, indica el arqueólogo Antonio Porcayo.
Reconoce que en el estado existen áreas remotas que no han sido exploradas. “Tenemos prioridades en zonas más accesibles que amenazan con la destrucción del patrimonio, debido a factores como obras de infraestructura, desarrollos turísticos (…)”.
De acuerdo con Sánchez Nava, existen en el País alrededor de 50 mil sitios arqueológicos, de los cuales se ha analizado el 40 por ciento. “Pero como arqueólogo tengo la certeza de que ya no vamos a encontrar ciudades como Teotihuacán o El Tajín, esas ya las tenemos ubicadas”.
Porcayo dirige un proyecto de investigación en El Vallecito, la única zona arqueológica abierta al público en Baja California. Localizada al norte del estado, 6 kilómetros al oeste de La Rumorosa, cuenta con custodios y una coordinación a nivel federal, estatal y municipal que permite monitorear la seguridad en un área de 160 hectáreas con numerosas pinturas rupestres y petrograbados.
“Hasta el momento no ha habido incidente alguno”, afirma el arqueólogo. “El Vallecito se considera una zona segura; es muy visitada entre semana por estudiantes, y los fines de semana por familias. Las visitas aumentan cada año como reflejo de que las condiciones de seguridad, y también las económicas, son más estables”.
Vázquez León considera que en los territorios violentos hay que hallar el justo medio: “ni es imposible trabajar ni hay que exagerar el miedo”.
Revolver
Recuerda que en Infiernillo, Michoacán, se suspendieron proyectos por prevención, una actitud contraria a la “audacia” que mostraron antropólogos colombianos que trabajaron en zonas controladas por las FARC o las autodefensas y el ejército.
“Lo que he extraído de esas experiencias y la mía en zonas conflictivas de Michoacán (desde los días del Programa de Atención a Focos Rojos del Sector Agrario en 2006) es que se deben buscar las estrategias adecuadas. Sé que no hay inmunidad de ningún tipo, pero se puede hacer. Tengo muy fresco el ejemplo de una arqueóloga que recorrió la Sierra de Nayarit a pesar del narcotráfico”.
Pero en la medida de lo posible, agrega, hay que evitar el riesgo. “¿Debemos abandonarnos al terror?”, se pregunta. “Mientras más miedo tengamos, alguien sale ganando con nuestra inseguridad. Y no estoy convencido de que esos beneficiarios sean sólo del ‘crimen organizado’. Aquí hay una guerra y muchos intereses”.
Vázquez León descarta el trabajo en equipo como una forma de limitar los riesgos en campo. “Por la sencilla razón de que los grupos atraen la atención, y peor si hacen encuestas. Ya hubo en Paracho muertes por eso y los equipos del INEGI han tenido problemas con las autodefensas. Creo que es hora de pasar desapercibidos lo mejor posible”.
Las políticas presupuestales del Conacyt han afectado el trabajo en equipo, señala Novelo. “En ciencias sociales”, cuenta la antropóloga, “no suele haber tantos proyectos colectivos, se han individualizado las investigaciones. Salir a trabajo de campo implica gastos de viáticos que cada vez son más restringidos, y esa problemática interfiere con la investigación”.
“Quizá para estudiar ya no necesitamos ir al campo de batalla”, plantea Juan Luis Sariego, investigador emérito del INAH en Chihuahua, en el documental de Novelo.
Sariego, fallecido el pasado marzo, había dejado de ir a la Sierra Tarahumara con sus alumnos y de trabajar en las cárceles por el riesgo que implicaba. Antes que la defensa de la profesión, decía, estaba la defensa de la vida. Por eso proponía alejarse, salirse de la balacera.
“No te lanzas a campo en plan de Indiana Jones”, concluye Novelo. “Uno puede decir que está trabajando por el avance de la ciencia antropológica, pero no te vas a suicidar”.
Regeneración, 23 de julio del 2015. Artículo publicado en Divulga CIESAS (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social) y se indica con información Silvia Isabel Gámez/reforma.com