Israel: Colonización a tumba abierta

Por Yann Czézard /VientoSur *

1948. La creación de Israel, la expulsión de los árabes

¿Cuál sería la suerte de Palestina tras la partida de los ingleses programada para 1947? La dirección sionista rechazó todo proyecto de un estado binacional democrático, aceptó la propuesta de un reparto para obtener una base territorial propia y construyó un ejército, no solo para defenderlo, sino también para extender ese territorio y expulsar de él al mayor número posible de árabes. David Ben Gurion, que se convertiría en el primer dirigente del Estado de Israel, escribía en 1937, en una carta a uno de sus hijos, que “los árabes deben irse, pero necesitamos el momento oportuno para que esto ocurra, por ejemplo una guerra”.

Esta guerra deseada comenzó antes de la intervención de los ejércitos árabes. A partir de marzo de 1948, centenares de aldeas y barrios árabes de ciudades como Haifa o Tiberíades fueron atacados por los 90 000 hombres de la Haganá [organización militar clandestina sionista], la población árabe fue reagrupada, muchos hombres fueron ejecutados, el resto expulsado a través de las carreteras, y las casas fueron destruidas y apropiadas. En Deir Yassin, una aldea cercana a Jerusalén, toda la población fue masacrada. El movimiento sionista planificó esta amplia purificación étnica, imponiendo un clima de terror, porque no quería aceptar un Estado en el que los árabes representarían el 40% de la población (1 millón de árabes, 1,5 millones de judíos según el plan de reparto de la ONU).

El 15 de mayo, Ben Gurion proclamaó el Estado de Israel. Ni bien armados, ni bien organizados, los palestinos dependían de la “ayuda” de los ejércitos egipcio, sirio y jordano.. que no intervinieron mas que lo mínimo. Peor aún, el rey de Jordania había negociado ya con el gobierno sionista un reparto de Palestina, por el que le entregaba Jerusalén-Este y Cisjordania.

Seis meses más tarde los combates cesaban. El resultado fue la Naqba, “la catástrofe”, de la que hablan los palestinos. La creación de un Estado israelí colonialista y militarista. Ningún derecho nacional para los árabes de Palestina, de los que 800 000 fueron expulsados de sus tierras y reducidos a la condición de refugiados miserables.

1950

Israel, Estado de los judíos del mundo entero, pero no de los árabes israelitas

Israel debía ser el “Estado de los judíos”. El parlamento votó la “Ley del retorno” que daba a todo judío que viviera en el mundo el derecho de convertirse en ciudadano israelí. De paso, la definición del “judío” se estableció en función de criterios religiosos: el Estado laico de Israel, gobernado por una izquierda abiertamente atea, otorgaba las llaves del estado civil y de la nacionalidad a los religiosos, con la influencia que se deriva de ello.

Por su parte, los 160 000 árabes que permanecieron en el territorio del nuevo Estado tuvieron que soportar la prolongación del régimen militar instaurado en la época del mandato colonial británico: ni libertades, ni ciudadanía plena y completa, imposibilidad de comprar tierras, derecho gubernamental a confiscar sus tierras para revendérselas a los judíos, arbitrariedad militar hacia ellos, etc. Hasta 1966. Y ningún “retorno” para los expulsados de 1948…

1956

Una guerra políticamente decisiva

Israel atacó a Egipto con el apoyo de Francia y Gran Bretaña e invadió el Sinaí. La URSS y Estados Unidos hicieron presión para detener el conflicto. Finalmente, la cuestión fue más política que militar: Israel manifestó su disponibilidad a ser el aliado del imperialismo en la región contra los pueblos árabes. Israel asumió también, cínicamente, una ruptura profunda con el mundo árabe, que haría más difícil la vida de los judíos desde Marruecos a Irak…. y aceleraría por tanto su emigración hacia Israel.

En las dos décadas siguientes emigró a Israel un millón de judíos de lengua árabe. Estos “Mizrahim” eran lo suficientemente judíos para poblar Israel pero demasiado árabes para ser iguales a los fundadores venidos de Europa. Fueron despreciados y sobreexplotados,… hasta ahora. Ben Gurion decía de los inmigrantes judíos marroquíes: “polvo humano, sin lengua ni educación, raíces, tradiciones o sueño nacional”, que habría que “remodelar”. Una especie de colonización en el interior mismo de la comunidad judía.

1966

La falsa emancipación de los árabes de Israel

El gobierno levantó al fin el régimen militar que pesaba sobre ellos. Recibieron el documento de identidad nacional israelí, pero en él su nacionalidad indicaba “árabe”. La mayoría de los israelíes son “judíos”… No hay, en efecto, “nacionalidad israelí”. Todo un símbolo de lo que reservaba el futuro en cuanto a discriminaciones.

Las aldeas y barrios árabes no gozarán jamás de los mismos equipamientos, escuelas, centros de salud. Los árabes no tienen los numerosos derechos sociales condicionados al hecho de haber cumplido un servicio militar… que les está excluido. Y las requisas de tierras continuaron. Actualmente, los árabes son el 17 % de la población y no poseen más que el 2 % de las tierras del país.

1967

¿El gran Israel?

El 5 de junio de 1967, el ejército israelí desencadenó una guerra relámpago y aplastó en seis días los ejércitos jordano, sirio y egipcio. El Sinaí y los altos del Golán fueron ocupados y, sobre todo, la banda de Gaza y Cisjordania. El gobierno israelí triunfaba: de alguna forma, se trataba de la realización del sueño del “Gran Israel” tan querido por sus fundadores.

Pero, ¿qué hacer con esos territorios ocupados? ¿Y con su población árabe? Las decisiones del partido laborista, entonces aún ampliamente hegemónico, fueron determinantes para el futuro. En realidad Israel no llegó a dar una respuesta definitiva a estas preguntas. Los árabes, contrariamente a lo que había ocurrido en 1948, no se “fueron” masivamente. El gobierno no se atrevió a expulsarles. Tampoco se atrevió a anexionarse pura y simplemente los nuevos territorios ocupados. Por otra parte, Ben Gurion, jubilado, aconsejó devolverlos, no por respeto a los derechos nacionales de los palestinos, de eso no hay duda, sino porque anexionar esos territorios sin expulsar de ellos a sus habitantes amenazaría demográficamente la naturaleza judía del Estado de Israel.

Sin embargo, la “izquierda”, el ejército, la mayoría de la población israelí no eran capaces de renunciar a su conquista. Jerusalén Este fue anexionada (la ciudad se convertirá en “capital eterna e indivisible de Israel” en 1980) y de este lado de la antigua frontera, año tras año, se reanudó un movimiento de colonización cada vez más poderoso. A menudo, los pioneros, que proseguían así los viejos métodos de los primeros colonos sionistas, eran fanáticos religiosos que se reagruparon en el Gush Emunim, el “Bloque de la Fe”. Se instalaban en las colinas, expulsaban a los árabes y luego, después de haberse hecho más o menos regañar por las autoridades de Israel, se hacían proteger por el ejército contra la cólera de los palestinos.

La colonización de Cisjordania comenzó bajo la “izquierda” laborista que, o bien la favorecía, o bien no quería enfrentarse a ella políticamente. Es cierto que el sionismo en general, aunque estuviera dominado por ateos y laicos, tuvo siempre relaciones de culpabilidad -instrumentales- con el fanatismo religioso. Como decía el presidente de la LDH israelí a finales de los años 1960, “hay sionistas que no creen que Dios exista, pero los mismos os dirán que es Dios quien ha dado la tierra al pueblo judío”.

Es así como los religiosos junto al ejército, se convirtieron en el ala más activa de la expansión colonial de Israel. Precisamente cuando sus actividades (que a veces acaban sencillamente en masacres de palestinos o en infames provocaciones religiosas) arrastran cada vez más al conjunto de los israelíes a una espiral de guerra sin fin, se pueden presentar como los nuevos héroes del sionismo. Es lo que ha asegurado su control creciente sobre la sociedad israelí.

Hoy hay más de 500 000 colonos en los territorios ocupados; 200 000 instalados en Jerusalén Este, rodeando el casco viejo árabe. El “Gran Jerusalén” ha integrado territorios palestinos, transformándolos en zona de población judía. En esos barrios, los ultraortodoxos judíos, que la consideran como “su ciudad”, dan caza a los homosexuales y a las mujeres “impúdicas”; multiplican también los asentamientos en la vieja ciudad árabe y algunos de ellos sueñan con “reconstruir el Templo” sobre la explanada de las Mezquitas. La ciudad “unificada” y anexionada de Jerusalén cuenta ya con 700 000 habitantes, de ellos 500 000 judíos.

1973

La guerra de Yom Kipur: ¿la sombra de una duda?

En octubre de 1973 Egipto y Siria desencadenaron una ofensiva. Sorpresa: el ejército israelí tuvo que retroceder y tardó quince días en recuperar el terreno perdido en el Sinaí y en el Golán, al precio de numerosos muertos.

Esto quebró la confianza de la opinión pública israelí en su gobierno y en su capacidad para ganar militarmente siempre. ¿Había que continuar la política de la jefa de gobierno, Golda Meir, que solo pensaba en la fuerza y que declaraba sin complejos: “los palestinos, eso es algo que no existe. Los palestinos somos nosotros, los judíos”? Pero para la aplastante mayoría de las fuerzas políticas israelíes no había derecho a la duda. Y si el uso de la fuera fuerza no era suficiente, ¡había que acrecentarla! Seis años más tarde Israel hacía la paz con Egipto pero apretaba aún más su control sobre los palestinos y reforzaba su aparato militar.

1982

La invasión de Líbano

Menahem Begin, el primero de los primeros ministros de derechas y su ministro de defensa, Ariel Sharon, decidieron invadir Líbano. El ejército mató allí decenas de miles de libaneses y palestinos, aplastó Beirut bajo las bombas y destruyó el cuartel general de la OLP. El 16 de septiembre, sus aliados, las milicias cristianas libanesas, masacraron 3 000 hombres, mujeres y niños en los campos palestinos de Sabra y Chatila. Ariel Sharon y el Estado Mayor israelí cubrían y colaboraron en la operación.

Esta vez, decenas de miles de israelíes (judíos y árabes) se manifestaron en Tel-Aviv hartos, para expresar su vergüenza y su cólera. Fue el punto de partida de un “campo de la paz” en Israel. Pero el peso aplastante del nacionalismo y la complicidad de la “izquierda”, que no quería criticar al ejército -sus dirigentes tienen también mucha sangre en sus manos-, hicieron que ni Sharon ni ningún oficial tuvieran que rendir cuentas jamás.

1987

La Primera Intifada

En diciembre de 1987, cuando la agitación crecía en los territorios ocupados (huelgas, manifestaciones, enfrentamientos esporádicos), un camión israelí aplastó a cuatro obreros palestinos. Fue la señal para un levantamiento general. Los diferentes grupos de la resistencia palestina tomaron el control de pueblos y barrios y atacaron las posiciones militares [israelíes]. Pero sobre todo, un día tras otro, la juventud palestina se enfrentó con el ejército: piedras contra tanques.

El ministro de defensa (y futuro premio Nobel de la Paz), el laborista Yitzhak Rabin, dio la orden a sus tropas: “¡rompedles los huesos!”. No era una metáfora. Más de un millar de palestinos cayeron muertos, miles fueron torturados y decenas de miles encarcelados. Pero ante los ojos del mundo, la revuelta de las piedras desenmascaró en gran medida a Israel y, finalmente, hizo visible al pueblo palestino y sus pisoteados derechos nacionales. Provocó una crisis política y, por decirlo así, moral en el consenso sionista. No expulsó al ocupante pero habría podido, habría debido, crear nuevas posibilidades históricas.

1993

La ilusión -y el engaño- de Oslo

El 13 de septiembre de 1993, bajo el padrinazgo de Bill Clinton, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin se estrechaban la mano ante la Casa Blanca para ratificar los acuerdos negociados en Oslo.

El gobierno Rabin, aún debiendo tener en cuenta las exigencias (limitadas) del gran padrino americano, intentaba transformar su modo de dominación de los palestinos. Un pueblo que acababa de probar su determinación, pero cuya principal organización nacional, la OLP, debilitada, estaba quizá dispuesta a dejarse domesticar, incluso a ser comprada, de una cierta forma. Los dirigentes israelíes no intentaron, de forma alguna, hacer posible una paz fundada en la constitución de un verdadero Estado palestino independiente. Querían resolver el dilema de los territorios ocupados que no querían ni anexionarlos ni descolonizarlos, ofreciendo a la OLP la subcontratación de la gestión de la miseria y de la “seguridad”, aunque tuviera que concederle apariencias más o menos irrisorias de un embrión de Estado.

La prueba de ello es que tras los acuerdos de Oslo la situación real de los palestinos apenas cambió. La dominación económica israelí continuó y ni siquiera se ralentizó la implantación de las colonias. Entre 1993 y 2000Se pasó de 200 000 a 400 000 colonos en Cisjordania. Se iba derecho hacia un bantustán palestino, a imagen de los estados fantasma inventados por el régimen del apartheid en África del Sur.

No hay paz sin justicia: la segunda Intifada comenzaba en septiembre de 2000.

2001

La segunda Intifada y la llegada al poder de Sharon

Ahora bien, el nuevo levantamiento del pueblo palestino no tuvo las mismas repercusiones ideológicas sobre la sociedad israelí que la primera. Son múltiples las razones que pueden explicarlo, pero es preciso subrayar una de ellas: en esta ocasión, el partido laborista (uno de los grandes partidos históricos del sionismo, el que dirigió más tiempo Israel y el que apadrinó las grandes etapas de la colonización) había hecho el trabajo sucio de desanimar a la población tentada por la búsqueda de la paz mediante concesiones y el reconocimiento del derecho de los palestinos a tener un Estado.

El propio Rabin dió rienda suelta a la colonización. Sin embargo, el odio que le tenía la derecha israelí condujo a su asesinato por un fanático religioso judío en 1995. Su gobierno no aprovechó la ocasión para romper el espinazo a la extrema derecha. Al contrario, el primer ministro Ehud Barak se las ingenió para ofrecer a la OLP unas “condiciones de paz” -la llamada “oferta generosa” de 2000- inaceptables y hechas para no ser aceptadas. Este gobierno explicó entonces a los israelíes que se había equivocado, que los atentados que se multiplicaban probaban claramente que los palestinos no querían la paz, que Israel “no tenía ya socio para la paz”, que había que proteger decididamente las colonias en Cisjordania, construir un muro y bombardear sin límite al otro lado.

2015

La guerra permanente

En ese contexto, era lógico que quien encarnaba mejor esa política se convirtiera en el nuevo hombre fuerte del país. En 2001, Ariel Sharon, el carnicero de Sabra y Chatila, fue triunfalmente elegido como Primer Ministro. Desde entonces, la sociedad israelí,

ISRAEL

De 1948 a hoy: la colonización a tumba abierta

YANN CÉZARD

Sábado 7 de febrero de 2015

 

1948

La creación de Israel, la expulsión de los árabes

¿Cuál sería la suerte de Palestina tras la partida de los ingleses programada para 1947? La dirección sionista rechazó todo proyecto de un estado binacional democrático, aceptó la propuesta de un reparto para obtener una base territorial propia y construyó un ejército, no solo para defenderlo, sino también para extender ese territorio y expulsar de él al mayor número posible de árabes. David Ben Gurion, que se convertiría en el primer dirigente del Estado de Israel, escribía en 1937, en una carta a uno de sus hijos, que “los árabes deben irse, pero necesitamos el momento oportuno para que esto ocurra, por ejemplo una guerra”.

Esta guerra deseada comenzó antes de la intervención de los ejércitos árabes. A partir de marzo de 1948, centenares de aldeas y barrios árabes de ciudades como Haifa o Tiberíades fueron atacados por los 90 000 hombres de la Haganá [organización militar clandestina sionista], la población árabe fue reagrupada, muchos hombres fueron ejecutados, el resto expulsado a través de las carreteras, y las casas fueron destruidas y apropiadas. En Deir Yassin, una aldea cercana a Jerusalén, toda la población fue masacrada. El movimiento sionista planificó esta amplia purificación étnica, imponiendo un clima de terror, porque no quería aceptar un Estado en el que los árabes representarían el 40% de la población (1 millón de árabes, 1,5 millones de judíos según el plan de reparto de la ONU).

El 15 de mayo, Ben Gurion proclamaó el Estado de Israel. Ni bien armados, ni bien organizados, los palestinos dependían de la “ayuda” de los ejércitos egipcio, sirio y jordano.. que no intervinieron mas que lo mínimo. Peor aún, el rey de Jordania había negociado ya con el gobierno sionista un reparto de Palestina, por el que le entregaba Jerusalén-Este y Cisjordania.

Seis meses más tarde los combates cesaban. El resultado fue la Naqba, “la catástrofe”, de la que hablan los palestinos. La creación de un Estado israelí colonialista y militarista. Ningún derecho nacional para los árabes de Palestina, de los que gaza2800 000 fueron expulsados de sus tierras y reducidos a la condición de refugiados miserables.

 

1950

Israel, Estado de los judíos del mundo entero, pero no de los árabes israelitas

Israel debía ser el “Estado de los judíos”. El parlamento votó la “Ley del retorno” que daba a todo judío que viviera en el mundo el derecho de convertirse en ciudadano israelí. De paso, la definición del “judío” se estableció en función de criterios religiosos: el Estado laico de Israel, gobernado por una izquierda abiertamente atea, otorgaba las llaves del estado civil y de la nacionalidad a los religiosos, con la influencia que se deriva de ello.

Por su parte, los 160 000 árabes que permanecieron en el territorio del nuevo Estado tuvieron que soportar la prolongación del régimen militar instaurado en la época del mandato colonial británico: ni libertades, ni ciudadanía plena y completa, imposibilidad de comprar tierras, derecho gubernamental a confiscar sus tierras para revendérselas a los judíos, arbitrariedad militar hacia ellos, etc. Hasta 1966. Y ningún “retorno” para los expulsados de 1948…

1956

Una guerra políticamente decisiva

Israel atacó a Egipto con el apoyo de Francia y Gran Bretaña e invadió el Sinaí. La URSS y Estados Unidos hicieron presión para detener el conflicto. Finalmente, la cuestión fue más política que militar: Israel manifestó su disponibilidad a ser el aliado del imperialismo en la región contra los pueblos árabes. Israel asumió también, cínicamente, una ruptura profunda con el mundo árabe, que haría más difícil la vida de los judíos desde Marruecos a Irak…. y aceleraría por tanto su emigración hacia Israel.

En las dos décadas siguientes emigró a Israel un millón de judíos de lengua árabe. Estos “Mizrahim” eran lo suficientemente judíos para poblar Israel pero demasiado árabes para ser iguales a los fundadores venidos de Europa. Fueron despreciados y sobreexplotados,… hasta ahora. Ben Gurion decía de los inmigrantes judíos marroquíes: “polvo humano, sin lengua ni educación, raíces, tradiciones o sueño nacional”, que habría que “remodelar”. Una especie de colonización en el interior mismo de la comunidad judía.

1966

La falsa emancipación de los árabes de Israel

El gobierno levantó al fin el régimen militar que pesaba sobre ellos. Recibieron el documento de identidad nacional israelí, pero en él su nacionalidad indicaba “árabe”. La mayoría de los israelíes son “judíos”… No hay, en efecto, “nacionalidad israelí”. Todo un símbolo de lo que reservaba el futuro en cuanto a discriminaciones.

Las aldeas y barrios árabes no gozarán jamás de los mismos equipamientos, escuelas, centros de salud. Los árabes no tienen los numerosos derechos sociales condicionados al hecho de haber cumplido un servicio militar… que les está excluido. Y las requisas de tierras continuaron. Actualmente, los árabes son el 17 % de la población y no poseen más que el 2 % de las tierras del país.

1967

¿El gran Israel?

El 5 de junio de 1967, el ejército israelí desencadenó una guerra relámpago y aplastó en seis días los ejércitos jordano, sirio y egipcio. El Sinaí y los altos del Golán fueron ocupados y, sobre todo, la banda de Gaza y Cisjordania. El gobierno israelí triunfaba: de alguna forma, se trataba de la realización del sueño del “Gran Israel” tan querido por sus fundadores.

Pero, ¿qué hacer con esos territorios ocupados? ¿Y con su población árabe? Las decisiones del partido laborista, entonces aún ampliamente hegemónico, fueron determinantes para el futuro. En realidad Israel no llegó a dar una respuesta definitiva a estas preguntas. Los árabes, contrariamente a lo que había ocurrido en 1948, no se “fueron” masivamente. El gobierno no se atrevió a expulsarles. Tampoco se atrevió a anexionarse pura y simplemente los nuevos territorios ocupados. Por otra parte, Ben Gurion, jubilado, aconsejó devolverlos, no por respeto a los derechos nacionales de los palestinos, de eso no hay duda, sino porque anexionar esos territorios sin expulsar de ellos a sus habitantes amenazaría demográficamente la naturaleza judía del Estado de Israel.

Sin embargo, la “izquierda”, el ejército, la mayoría de la población israelí no eran capaces de renunciar a su conquista. Jerusalén Este fue anexionada (la ciudad se convertirá en “capital eterna e indivisible de Israel” en 1980) y de este lado de la antigua frontera, año tras año, se reanudó un movimiento de colonización cada vez más poderoso. A menudo, los pioneros, que proseguían así los viejos métodos de los primeros colonos sionistas, eran fanáticos religiosos que se reagruparon en el Gush Emunim, el “Bloque de la Fe”. Se instalaban en las colinas, expulsaban a los árabes y luego, después de haberse hecho más o menos regañar por las autoridades de Israel, se hacían proteger por el ejército contra la cólera de los palestinos.

La colonización de Cisjordania comenzó bajo la “izquierda” laborista que, o bien la favorecía, o bien no quería enfrentarse a ella políticamente. Es cierto que el sionismo en general, aunque estuviera dominado por ateos y laicos, tuvo siempre relaciones de culpabilidad -instrumentales- con el fanatismo religioso. Como decía el presidente de la LDH israelí a finales de los años 1960, “hay sionistas que no creen que Dios exista, pero los mismos os dirán que es Dios quien ha dado la tierra al pueblo judío”.

Es así como los religiosos junto al ejército, se convirtieron en el ala más activa de la expansión colonial de Israel. Precisamente cuando sus actividades (que a veces acaban sencillamente en masacres de palestinos o en infames provocaciones religiosas) arrastran cada vez más al conjunto de los israelíes a una espiral de guerra sin fin, se pueden presentar como los nuevos héroes del sionismo. Es lo que ha asegurado su control creciente sobre la sociedad israelí.

Hoy hay más de 500 000 colonos en los territorios ocupados; 200 000 instalados en Jerusalén Este, rodeando el casco viejo árabe. El “Gran Jerusalén” ha integrado territorios palestinos, transformándolos en zona de población judía. En esos barrios, los ultraortodoxos judíos, que la consideran como “su ciudad”, dan caza a los homosexuales y a las mujeres “impúdicas”; multiplican también los asentamientos en la vieja ciudad árabe y algunos de ellos sueñan con “reconstruir el Templo” sobre la explanada de las Mezquitas. La ciudad “unificada” y anexionada de Jerusalén cuenta ya con 700 000 habitantes, de ellos 500 000 judíos.

1973

La guerra de Yom Kipur: ¿la sombra de una duda?

En octubre de 1973 Egipto y Siria desencadenaron una ofensiva. Sorpresa: el ejército israelí tuvo que retroceder y tardó quince días en recuperar el terreno perdido en el Sinaí y en el Golán, al precio de numerosos muertos.

Esto quebró la confianza de la opinión pública israelí en su gobierno y en su capacidad para ganar militarmente siempre. ¿Había que continuar la política de la jefa de gobierno, Golda Meir, que solo pensaba en la fuerza y que declaraba sin complejos: “los palestinos, eso es algo que no existe. Los palestinos somos nosotros, los judíos”? Pero para la aplastante mayoría de las fuerzas políticas israelíes no había derecho a la duda. Y si el uso de la fuera fuerza no era suficiente, ¡había que acrecentarla! Seis años más tarde Israel hacía la paz con Egipto pero apretaba aún más su control sobre los palestinos y reforzaba su aparato militar.

1982

La invasión de Líbano

Menahem Begin, el primero de los primeros ministros de derechas y su ministro de defensa, Ariel Sharon, decidieron invadir Líbano. El ejército mató allí decenas de miles de libaneses y palestinos, aplastó Beirut bajo las bombas y destruyó el cuartel general de la OLP. El 16 de septiembre, sus aliados, las milicias cristianas libanesas, masacraron 3 000 hombres, mujeres y niños en los campos palestinos de Sabra y Chatila. Ariel Sharon y el Estado Mayor israelí cubrían y colaboraron en la operación.

Esta vez, decenas de miles de israelíes (judíos y árabes) se manifestaron en Tel-Aviv hartos, para expresar su vergüenza y su cólera. Fue el punto de partida de un “campo de la paz” en Israel. Pero el peso aplastante del nacionalismo y la complicidad de la “izquierda”, que no quería criticar al ejército -sus dirigentes tienen también mucha sangre en sus manos-, hicieron que ni Sharon ni ningún oficial tuvieran que rendir cuentas jamás.

1987

La Primera Intifada

En diciembre de 1987, cuando la agitación crecía en los territorios ocupados (huelgas, manifestaciones, enfrentamientos esporádicos), un camión israelí aplastó a cuatro obreros palestinos. Fue la señal para un levantamiento general. Los diferentes grupos de la resistencia palestina tomaron el control de pueblos y barrios y atacaron las posiciones militares [israelíes]. Pero sobre todo, un día tras otro, la juventud palestina se enfrentó con el ejército: piedras contra tanques.

El ministro de defensa (y futuro premio Nobel de la Paz), el laborista Yitzhak Rabin, dio la orden a sus tropas: “¡rompedles los huesos!”. No era una metáfora. Más de un millar de palestinos cayeron muertos, miles fueron torturados y decenas de miles encarcelados. Pero ante los ojos del mundo, la revuelta de las piedras desenmascaró en gran medida a Israel y, finalmente, hizo visible al pueblo palestino y sus pisoteados derechos nacionales. Provocó una crisis política y, por decirlo así, moral en el consenso sionista. No expulsó al ocupante pero habría podido, habría debido, crear nuevas posibilidades históricas.

1993

La ilusión -y el engaño- de Oslo

El 13 de septiembre de 1993, bajo el padrinazgo de Bill Clinton, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin se estrechaban la mano ante la Casa Blanca para ratificar los acuerdos negociados en Oslo.

El gobierno Rabin, aún debiendo tener en cuenta las exigencias (limitadas) del gran padrino americano, intentaba transformar su modo de dominación de los palestinos. Un pueblo que acababa de probar su determinación, pero cuya principal organización nacional, la OLP, debilitada, estaba quizá dispuesta a dejarse domesticar, incluso a ser comprada, de una cierta forma. Los dirigentes israelíes no intentaron, de forma alguna, hacer posible una paz fundada en la constitución de un verdadero Estado palestino independiente. Querían resolver el dilema de los territorios ocupados que no querían ni anexionarlos ni descolonizarlos, ofreciendo a la OLP la subcontratación de la gestión de la miseria y de la “seguridad”, aunque tuviera que concederle apariencias más o menos irrisorias de un embrión de Estado.

La prueba de ello es que tras los acuerdos de Oslo la situación real de los palestinos apenas cambió. La dominación económica israelí continuó y ni siquiera se ralentizó la implantación de las colonias. Entre 1993 y 2000Se pasó de 200 000 a 400 000 colonos en Cisjordania. Se iba derecho hacia un bantustán palestino, a imagen de los estados fantasma inventados por el régimen del apartheid en África del Sur.

No hay paz sin justicia: la segunda Intifada comenzaba en septiembre de 2000.

2001

La segunda Intifada y la llegada al poder de Sharon

Ahora bien, el nuevo levantamiento del pueblo palestino no tuvo las mismas repercusiones ideológicas sobre la sociedad israelí que la primera. Son múltiples las razones que pueden explicarlo, pero es preciso subrayar una de ellas: en esta ocasión, el partido laborista (uno de los grandes partidos históricos del sionismo, el que dirigió más tiempo Israel y el que apadrinó las grandes etapas de la colonización) había hecho el trabajo sucio de desanimar a la población tentada por la búsqueda de la paz mediante concesiones y el reconocimiento del derecho de los palestinos a tener un Estado.

El propio Rabin dió rienda suelta a la colonización. Sin embargo, el odio que le tenía la derecha israelí condujo a su asesinato por un fanático religioso judío en 1995. Su gobierno no aprovechó la ocasión para romper el espinazo a la extrema derecha. Al contrario, el primer ministro Ehud Barak se las ingenió para ofrecer a la OLP unas “condiciones de paz” -la llamada “oferta generosa” de 2000- inaceptables y hechas para no ser aceptadas. Este gobierno explicó entonces a los israelíes que se había equivocado, que los atentados que se multiplicaban probaban claramente que los palestinos no querían la paz, que Israel “no tenía ya socio para la paz”, que había que proteger decididamente las colonias en Cisjordania, construir un muro y bombardear sin límite al otro lado.

2015

La guerra permanente

En ese contexto, era lógico que quien encarnaba mejor esa política se convirtiera en el nuevo hombre fuerte del país. En 2001, Ariel Sharon, el carnicero de Sabra y Chatila, fue triunfalmente elegido como Primer Ministro. Desde entonces, la sociedad israelí, gangrenada y moldeada por su empresa colonial, alternando masacres y bombardeos sobre Gaza, no ha dejado de caer cada vez más bajo el dominio de las peores fuerzas reaccionarias y racistas. Nuevas colonias y bloqueo a Gaza, revueltas palestinas, represión cada vez más bárbara: la política de Israel es ya la de la guerra permanente.

http://www.npa2009.org/idees/de-1948-aujourdhui-la-colonisation-tombeau-ouvert

L´anticapitaliste, revue nº 61 enero 2015

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

 

y moldeada por su empresa colonial, alternando masacres y bombardeos sobre Gaza, no ha dejado de caer cada vez más bajo el dominio de las peores fuerzas reaccionarias y racistas. Nuevas colonias y bloqueo a Gaza, revueltas palestinas, represión cada vez más bárbara: la política de Israel es ya la de la guerra permanente.

http://www.npa2009.org/idees/de-1948-aujourdhui-la-colonisation-tombeau-ouvert

L´anticapitaliste, revue nº 61 enero 2015

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR