Por Ramiro Padilla Atondo
RegeneraciónMx.- Hace un par de semanas, una amiga me preguntó mi opinión acerca de la famosa pareja que gobierna en Nuevo León. Obviamente es un asunto que los mexicanos observamos de cerca gracias a las redes sociales. Como dirían por allí, me entero de lo que hacen, a pesar de mi voluntad.
Unos meses atrás, en la presentación de unos de mis libros en Monterrey, les pregunté a los regios como habían pasado del Bronco a Samuel. Algunos respondieron con una mezcla de resignación y algo de molestia. No hubo uno solo que admitiera abiertamente que votó por el muchacho. Hasta allí todo bien.
Eso me hizo preguntarme por la transmutación del espectáculo político al espectro de las redes sociales. No hay un mensaje profundo de cambio social en la arena política, hay eso sí, un mensaje propagandístico como bien aseveró Noam Chomsky, dirigido a un público votante cuya comprensión no rebase lo que entendería un niño de 12 años.
Un espectáculo diseñado solo para entretener. Samuel y su esposa encontraron un nicho en el mercado que les permitió llegar al poder. Pero no son los únicos. Sobra decir que todos tienen en la mente la figura de un político besando un niño con fines electorales. Los grandes genios del marketing político lo entendieron así.
Ahora, si mezclamos espectáculo y necropolítica, obtenemos un montón de twiteros de derecha y sus extensiones vociferantes; la hoy llamada oposición. La decadencia de una forma de ver la política, aderezada con un catastrofismo de tintes bíblicos, que como sabemos es otra de las formas en la que la ficción se puede representar.
Ya sea a través de fundaciones financiadas por Estados Unidos, por un poder judicial que descongela cuentas a le menor provocación, o un instituto electoral cuyo protagonismo rebasa cualquier historia de ciencia ficción.
Esta política del espectáculo aún seduce incautos que creen que desde palacio nacional se hacen rituales de brujería, que cualquiera que se identifique con la izquierda debe por fuerza tener primaria trunca, hasta fiscalizar dos pedazos de lechuga que compra el hijo del presidente con su dinero.
Sería tiempo de que nos sentáramos a reflexionar sobre el daño hecho a la población mexicana por las principales televisoras. La vida no es una telenovela donde el protagonista es siempre blanco.
México es un mosaico multirracial y multicolor donde hay muchísimas expresiones culturales diferentes. Seremos un verdadero país desarrollado cuando empecemos a ver a la política como un asunto que se discute en las mesas donde se comparte la comida, en las escuelas, en los espacios de trabajo, o donde sea.
Porque el precio de no saber de política nos puede llevar a gobernadores tik tokers, o a comunicadoras con preparatoria trunca que creen que pueden gobernar un país. La nación es demasiado importante como para dejar que los menos capaces nos gobiernen. Recuerden, lo vivimos ochenta años.
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