Los cuentos de Katya Adaui no persiguen la fórmula clásica de crear conflicto y resolver, sino que deja que las acciones sucedan con naturalidad y cede al lenguaje toda la magia.
RegeneraciónMx, 24 de junio de 2022.- Desde hace años comencé lo que me obstiné en llamar Ruta de viaje. Estos artículos buscaban trazar las coordenadas de las autoras latinoamericanas en activo, muy pronto me encontré con nombres, mejor dichos poéticas, que hoy reverberan en nuestra lengua, en nuestro idioma: Samanta Schweblin, Fernanda Trías, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Gabriela Ponce, Paola Senseve, Natalia García Freire…; poco a poco fui cediéndolo todo y me entregué a la búsqueda de aquellas maestras de estas las anteriores: Clarice Lispector, Armonia Somers, Lupe Rumazo, Hebe Uhart, Sara Gallardo… y podría continuar, pero no se trata de venir aquí a gastar una lista.
Cuando me contemplaron para la presentación del libro de Katya, no sentí más que emoción y cobre una deuda que siento me debía a mí mismo: estar en el mismo espacio hablando de unas las obras de una escritora que comencé a admirar. Debo reconocer, y para entrar en materia, que el primero libro que leí de Katya Adaui fue Aquí hay Icebergs y en ambos halló dos relaciones fundamentales: una, la infancia es la nueva geografía de la literatura latinoamericana, y dos, que Katya no escribe pensando en la catarsis o la cura, sino todo por el contrario, para quedarse en la misma incertidumbre, que es una materia prima de sus cuentos.
Y voy a retomar el tema de la infancia; en sintonía con muchas de las autoras que antes mencioné, Katya Adaui hace de la niñez un territorio de pasmo, pero no del que asombra, sino del que abisma. Con una limpidez y economía verbal, en Geografía de la oscuridad los personajes, quienes a veces pasan de ser narradores en primera, otras a ser narrador omnisciente, tiene la frase justa, a medio caballo entre el sarcasmo y la sorna, sin llegar a la estridencia. Es precisamente la niñez fisurada el detonador de los cuentos, como sucede con el que abre el volumen, Los pulpos tienen tres corazones, que se convierte en el umbral a ese territorio inhóspito, donde el padre es un farsante, pero muy real, un hombre pantomima que desea que su hijo salga por la puerta y lo deje solo, pero antes de abandonar ese espacio donde el padre halla el placer de sus propia locura, justo antes de salir por la puerta, el hijo mira su propio rostro de niño en una fotografía que el padre guarda: ¿por qué, qué sentido tiene? Acaso ninguno, acaso sólo una cicatriz nunca sanada.
Estas reflexiones me llevan a pensar en otro aspecto fundamental de la obra de Adaui: el lenguaje por encima de la anécdota. Creo, Katya me desmentirá, sus cuentos no persiguen aquella fórmula clásica de crear conflicto y resolver, y en esa resolución, ahí justo está el cuento, en esa peripecia. Si bien las acciones se suceden con enorme naturalidad, el lenguaje, bien calibrado, con muchas esquirlas de poesía, es el centro del cuento mismo.
Como un lector, puedo declarar mis principios y decir qué cuentos de este volumen me han gustado más (aunque todos tiene grado de encantamiento mágico): por su visceralidad y sarcasmo, En lugar seguro; por la pérdida de la fe dentro de la fe misma, Por cosas de hombres no debes dejar de creer en Dios; por su agreste y poético universo, Casas con cimientos en el río; por sus experimentación lingüística, No recuerdo haber encendido este cigarro…. En fin, podría mencionar cada uno y sus atributos, pero tampoco creo que estemos aquí para hacer un elogio desmedido, sino de tratar de entender (en la medida de lo posible) una obra, a una autora y su trabajo literario.
En algún momento pensé, mientras leía La Geografía de la oscuridad (¿qué territorios pisamos cuando vamos a tientas?, ¿cuál es esta geografía?) que mientras Aquí hay Icebergs es el libro de cuentos sobre la madre, Geografía de la oscuridad es sobre el padre. En esencia, sí, sobre todo la segunda sentencia; pero no se limita a eso, poco a poco, en una segunda lectura de algunos cuentos de ambos libros, descubro que todos ellos van sobre las familias y sus secretos al descubierto. Cada familia, latinoamericanas o no, tiene dentro del armario sombras y cadáveres, y los jardines que transitan la infancia de los niños de estos núcleos son más parecidos a algaidas, a jardines torturados, no a fuentes claras y de árboles verdes y floridos.
Estos esbozos de lectura sólo persiguen una interpretación, un acercamiento a una obra. No deseo gastar más tiempo. Preferiría que sea la Katya Adaui misma, a quien tenemos el honor de tener aquí, quien nos dé una ruta por esa geografía en tinieblas que ha escrito con tanta inteligencia y sensibilidad.
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