“Cuando escucho: ‘El hombre es la literatura’, entiendo inmediatamente: El hombre se ha alienado en la literatura”.
Jan Paul Sartre
Por Irving Ramírez
RegeneraciónMx.- Desde hace más de un siglo, en México ha habido una confrontación política entre intelectuales, como en todo el mundo (recuérdese la polémica entre Sartre y Camus, o Breton y los disidentes surrealistas por motivo del comunismo).
En la tradición literaria mexicana, resultan memorables las gestas protagonizadas por dos grupos: Estridentistas y Contemporáneos; comunistas los primeros, conservadores los segundos. Y esto ha continuado hasta nuestros días. Figuras como Octavio Paz, Carlos Fuentes o Carlos Monsiváis se han visto envueltos en polémicas diversas, sobre todo en cuanto a su relación con el poder.
Es importante recordar que en los años 60 surgió en México el término “Mafia literaria” para designar a escritores y artistas que copaban las instancias de poder cultural nacional. La ocupación abarcaba, por igual, instituciones y publicaciones: en la UNAM, la Coordinación de Difusión Cultural, La Casa del Lago y Revista de la Universidad de México, el INBA, la Revista Mexicana de Literatura y el Centro Mexicano de Escritores, entre muchos otros, fueron sus bastiones. La llamada Generación de Medio Siglo, surgida en los años 50 del siglo pasado, acumulaba becas, premios, cátedras, viajes, congresos; protegían a sus aliados y obstaculizaban a sus enemigos.
Durante los años 70 y 80 predominaron los intelectuales de izquierda; diversas corrientes ideológicas debatían con pasión e inteligencia; la UNAM y la UAM, por ejemplo, eran hervideros de trotzkos, maoístas, estalinistas, guevaristas e incluso estructuralistas althusserianos.
Con la caída del Muro de Berlín ⎼llamado en la RDA «Muro de Protección Antifascista» y «Muro de la Vergüenza por la prensa y la intelectualidad occidental⎼, el bloque socialista en los 90 sufrió un golpe mortal. Fue en ese ese momento cuando irrumpió la corriente neoliberal en el mundo. El espejismo duró apenas una década. Su fracaso, pese a que todavía hay obtusos que la defienden, hoy la tiene dando sus últimos estertores. No obstante, la intelectualidad mexicana decidió plegarse a ese dogma inamovible. Defendieron sus postulados como si fueran un credo irrecusable. Y no aceptaron réplica. Formaron a un grupo de discípulos. Estos prosélitos, educados en el odio al populismo (y moldeados a fuerza de teorías tecnocráticas y globalismos corporativos) fueron inoculados con esta ideología. Las mentes ⎼incluso las más brillantes⎼ de mi generación transigieron a este influjo.
Muchos teóricos y lectores de economistas de aquel vulgar mercantilismo que, incluso, permeó hasta en el léxico (“no te compro esa idea”, “no me vendas ese concepto”, etcétera), prohijó un mundo de vendedores y compradores, de “líderes” de opinión, que caminaron hacia esa misma ruta. Hubo otros (peores) que solo se concretaron a representar el papel de seguidores. Y así, los seguidores de los seguidores (valga el término) terminaron forjando al actual regimiento de apolíticos desinformados que hoy anega los medios de comunicación y las tribunas culturales. Son, como se sabe, miembros de un sector privilegiado, muchos de ellos emanados de la clase media.
Escépticos o repelentes ante todo movimiento popular o emergente, estos gregarios del neoliberalismo han logrado camuflarse y colarse entre las filas de los grupos que defienden el aborto, los derechos de la mujer, el movimiento LBG. Pero sólo es impostura: un número teatral que, haciendo acopio de hipocresía, sólo acompaña a estos colectivos de dientes para afuera. En el fondo, son corporaciones cerradas a una auténtica revolución económica y política.
Para vigorizar las falacias que nutren su credo, los mentores preparan un potaje de Fakes News que a diario beben, sin controversias, los discípulos. El resultado es previsible: semiautómatas que no profundizan en análisis ni en los problemas de fondo; una suerte de androides que navegan por las apariencias, por las percepciones. Monigotes prejuiciosos que no poseen conciencia de clase.
Ahora bien, las mafias intelectuales de nuestro país (que se presumen cosmopolitas y que, paradójicamente, se encuentran organizadas en un sistema semifeudal) han evolucionado en dos grupos: Letras libres y Nexos.
Estos grupos, que durante el periodo neoliberal coparon el FONCA (luego trocada en la Secretaría de Cultura), el INBA, el FCE e incluso hasta los consorcios editoriales comerciales: Mondadori, Alfaguara, Grijalbo, Plaza & Janés y, prácticamente, todo lo que hoy conocemos como el grupo editorial Penguin Random House, se encargaron de convertir a muchas de las instituciones gubernamentales (y corporativos privados) en señoríos donde solo ellos imperaban.
Adicionalmente, ambas mafias gozaban de la protección presidencial y de contratos millonarios que, por su parte, retribuían con servicios editoriales y audiovisuales; con panegíricos al gobierno, loas a sus políticas económicas, sociales, hacendarias, etcétera.
Los escritores e intelectuales que los acompañaban (en segunda y tercera línea, y de acuerdo a sus relaciones con ellos) podían gozar de ciertos beneficios. Eso propicio, como ya ha sido documentado, una ola de corrupción que incluyó desvío de fondos, nepotismo, favoritismo, entrega de becas y subsidios vitalicios, jugosos contratos editoriales, nóminas fantasmas, aviadurías burocráticas, viáticos millonarios para acudir a congresos nacionales e internacionales y un largo (y ominoso) etcétera. Y los que no participaron en el cortejo, en el festival de adulaciones, fueron ninguneados, excluidos y, durante sexenios que se convirtieron en décadas, silenciados, cuando no intimidados.
Hoy, ante el triunfo de la izquierda, estos dos grupos a los que nos hemos acostumbrado a llamar “la derecha ilustrada”, no han quedado ya sino como representantes mohosos de una ideología atávica; una mafia que no sólo ha sido desnudada, sino que ha perdido gran parte de sus (incontables) privilegios.
De ahí se encarnizamiento, sus críticas delirantes, sus ataques sistemáticos hacia el nuevo proyecto de nación que está en curso.
Teniendo este pequeño contexto en mente, no sorprenderá que ambos grupos, dejando a un lado las diferencias que otrora los enfrentaron, se hayan unido en un solo grupo de batalla. A quienes los conocimos enzarzados en una batalla intelectual, cuyo objetivo era conquistar el aparato cultural y sus millonarios recursos, nos desconcertó un poco ver trabajar juntos, hombro con hombro, a los dos capos de la intelectualidad mexicana. Pero ya no. Lo comprendemos. El botín que persiguen es opulento. “Poderoso caballero es don dinero”, sentenciaba Quevedo.
Y ya con este contexto desglosado, quizá podamos entender mejor por qué sus agravios, sus descalificaciones, sus (cada vez más abiertos) llamados a la abstinencia, al golpismo.
Son enemigos del pueblo en el poder, personajes travestidos de críticos contumaces, cuando antaño callaron o convalidaron excesos del viejo régimen. Todavía en algunas instituciones existe una perniciosa influencia de estos grupos.
¿Cómo negar aquel presupuesto que afirma que el neoliberalismo es un cáncer social, si durante decenios gangrenó a la cultura y el arte mexicano?
El Presidente habla de un dominio de la derecha intelectual. Días pasados, aseguró que, desde la izquierda, sólo hay doce intelectuales que acompañan al movimiento de transformación. No es así. Somos un grupo muchísimo más nutrido. Pero no tenemos los suficientes foros, espacios ni tribunas para presentar nuestra argumentación. Y confiamos, hacemos un llamado, a que pronto cambie esa situación.
Los llamados “intelectuales orgánicos” están cada vez más aminorados, aunque finjan lo contrario. No olvidemos que siempre han sido fingidores. Ya nadie cree en sus decires (que alguna vez fueron acatados como adagios). Basta asomarse a sus desplegados y ver que no son capaces de hilar una idea clara. Parafraseando al propio Octavio Paz: nunca tuvieron ideas, sino ocurrencias. No son (ni jamás aspiraron a ser) la voz de la tribu. Actualmente, la rechifla y el repudio hacia su falso apostolado es unánime. Ni siquiera las huestes de bots que pagan a un superprecio (para utilizar sus propios términos) han podido contener el desprecio que se ha cernido sobre ellos en las redes sociales, un ecosistema de comunicación que les ha causado enormes sinsabores porque no han sido capaces de dominarlo, aunque lo intentan.
No es odio ni abominación, ni persecución hacia ellos, como acusan. Es el rechazo natural de la joven democracia mexicana que ya no está dispuesta a tolerar mandarinatos, dictaduras culturales ni caudillismos intelectuales.
El relevo generacional está en marcha, ya se escuchan sus pasos y sus voces fuertes. Y están decididos a enfrentar a estos vetustos insurgentes del chayote, a esos mórbidos personajes que desprecian los nacionalismos y claman por el intervencionismo y el dinero extranjero.
A vuelo de pluma, hice un recuento de escritores y artistas que apoyan a la 4t, si no activamente, al menos votando por ella, y seguimos siendo mayoría. Muchos intelectuales de provincia, donde poco se ha volteado a ver, no pertenecen a la iglesia neoliberal; y ahí se está gestando un conglomerado de artistas, académicos, periodistas y científicos de muy diversa índole, que abjura del régimen antiguo. Las revistas de marras son casi un cascaron, así como los suplementos en los diarios de oposición.
La lucha intelectual sigue, y no sólo con cabezas visibles (de izquierda han muerto varios: Pitol, Monsi, Del Paso, Chema Pérez Gay, LJ, Garrido)), sino también en la segunda y tercera línea. Una frase que repite mucho esta élite opositora es “no existe la izquierda en México”. Es posible que así sea. Pero la derecha sí. Y son ellos. Ironías aparte, porque la derecha ilustrada es solemne y carece de sentido del humor, tienen razón en una cosa: no existe una izquierda, sino varias. Y este proceso apenas comienza.
El intelectual engagé ha revivido.
* Escritor nacido en Xalapa, Veracruz, estudió Teatro, así como Lengua y Literaturas Hispánicas en la UV. Premio Juan Rulfo 1997 a primera novela por “Yo le canto al cuerpo gélido”. Mención honorífica en el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2000 por “Mi único sueño voluntario”. Mención honorífica del Premio Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón 2001 por “La nave de los sigilos”.