#Opinión: La Niña de Mis Ojos

Por Ana María Vázquez

RegeneraciónMX.-Solo tenía cinco años y ya era víctima de abandono, María Lucila, su madre, había sido abandonada y había iniciado otra relación con Javier, un hombre que prometió darle seguridad y ser como un padre para su hija, hacía tiempo que vivían juntos y rentaban una vivienda en Chalco.

A su escasa edad, la niña no entendía por qué sus “papis” como ella los llamaba, casi nunca salían con ella, por qué su madre parecía no importarle lo que a ella le sucediera y en cambio se desvivía en atenciones para Javier; era como si no existiera.

No iba a la escuela, tampoco tenía amigos y los adultos que la rodeaban no tenían tiempo para ella. La niña no sabía que el 80% de familias que viven en las zonas marginadas principalmente, son así, que la pobreza e ignorancia los llevan a tener hijos sin pensar, que cuando los tienen, el maltrato por omisión es la constante, que a veces la escolarización es lo que menos importa cuando escasamente se tiene para comer, cuando el poco amor que podrían darle a sus hijos se diluye en el cansancio y preocupaciones y estos, terminan siendo más un estorbo que un motor de vida.

Ese día como muchos otros, la pareja tenía que salir a trabajar y no encontraron mejor lugar para la niña que meterla en el tinaco de plástico que estaba en el patio de la vivienda. Ahí, pensó la madre, estará segura y no haría travesuras.

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La primera vez que sucedió, solo tardó una media hora y la niña lo tomó a juego, caminó en círculos hasta cansarse y luego se quedó dormida. Su madre llegó tiempo después y la sacó de ahí, el ruido de la puerta metálica la despertó, luego el movimiento al recostar el tinaco para que saliera, lo hizo con una sonrisa y abrazó a su madre. Lucila sentenció: “cuando te portes mal, te meteré ahí y no vas a salir nunca”

El hecho se repitió varias veces, aunque el castigo nunca pasó de unos minutos.

No entendió qué había hecho mal aquel día, todavía era de noche cuando sintió que la cargaban, medio dormida escuchó la orden “¡métase ahí!” y obedeció, Javier arrojó al interior sus zapatos y la chamarra; volvía al tinaco, entre sueños, vio como empezaba a amanecer, ¿qué había hecho ahora? ¿acaso entre sueños había cometido alguna travesura?

El calor la hizo quitarse la chamarra con la que antes se cubriera, tenía hambre y sed, probó a golpear el tinaco para ver si alguien la escuchaba, el calor era cada vez más fuerte y golpeó hasta cansarse, pero solo le respondió el silencio. La sensación de soledad y abandono comenzó a abrumarla y un llanto que empezó leve fue desbordándose cada vez más a medida que su miedo también iba creciendo.

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Le pareció que había pasado una eternidad y que solo sus llantos y gritos magnificados por el eco del tinaco la acompañaban, de pronto escuchó una voz desconocida, era una mujer que preguntaba qué había pasado: “mis papis me dejaron”, respondió entre lágrimas. La vecina, asomándose por una rendija de la puerta logró ver a niña atrapada y sola.

Después, todo fue muy rápido, dos hombres vestidos de azul la sacaron, ella se aferró a la pierna de uno de sus salvadores, antes de irse de ahí, logró rescatar sus pequeños zapatos y ponérselos, pensando “mi mami me dijo que no camine descalza, porque soy…la niña de sus ojos”

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