Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- Gustavo Díaz Ordaz gobernó México de 1964 a 1970. Fue el autor intelectual de un hecho sangriento y vergonzoso: la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968.
Entre 1964 y 65, Díaz Ordaz había mostrado ya su naturaleza represora. Ante la huelga de trabajadores de la salud; durante ese periodo, tajantemente hizo despedir a miles de médicos y enfermeras “por revoltosos”.
Para 1968 se enfrentó a un movimiento estudiantil influido por los de Praga y París. Todo inició cuando en julio la policía reprimió violentamente a jóvenes que peleaban entre sí a raíz de un partido de “tochito” en la Ciudadela. Estudiantes de las vocacionales 2 y 5 contra los de la prepa Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM.
La represión rampante ante las protestas hizo que se creara el Consejo Nacional de Huelga y que varios planteles se unieran en una huelga estudiantil para exigir el cese a la violencia policial. El movimiento adoptó un espíritu marxista, con la Revolución cubana y Ernesto “Che” Guevara como emblemas. Entre canciones de protesta y fogatas se gritaba la frase “¡Únete, pueblo!”, y se soñaba con libertad y esperanza.
En el México moderno de Díaz Ordaz no cabían fisuras ideológicas, y menos a pocos días de celebrar las olimpiadas. Urgía “limpiar” la Ciudad de México de cualquier cosa que incomodara no solo a los invitados, sino también a Washington. Recientemente, por documentos desclasificados, hemos sabido que Díaz Ordaz era agente de la CIA bajo el nombre clave Litempo 8, mientras que Luis Echeverría, Secretario de Gobernación, era Litempo 14. Estaban instruidos por EEUU para combatir al fantasma del comunismo en la guerra fría.
Aparte de este panorama, hay una leyenda que justificaría la decisión final de Díaz Ordaz contra el movimiento. En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, los alumnos, rotulaban las puertas del edificio A con nombres de próceres como Carlos Marx, “Che” Guevara, Vladimir Lenin, etc. Había una peculiar, la de un sanitario que decía: “G. Borja de Trompas”, aludiendo a la primera dama, Guadalupe Borja. Durante su campaña en 1964, un periodista le preguntó a Díaz Ordaz si los políticos en verdad tenían dos caras; él respondió que, de ser cierto, habría utilizado la menos peor para la campaña. Se sabía poco agraciado.
Se dice que el reporte de este “homenaje” colmó la paciencia del político priista. Para el mitin convocado por el CNH en Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, hubo dos movilizaciones: una militar y la otra paramilitar. Todo bajo el nombre Operación Galeana. Militares uniformados cercarían la plaza, y miembros del Estado Mayor Presidencial, con vestimenta civil y un guante blanco como distintivo, operarían bajo el nombre de Batallón Olimpia.
Cuando finalizaba el mitin, había una presencia militar abrumadora. Fueron los miembros del Batallón Olimpia quienes abrieron fuego a quemarropa e indiscriminadamente a las 18:10, ante una bengala como señal. Los uniformados también abrieron fuego, creyendo que los estudiantes portaban armas. Fue una carnicería horripilante. Murieron incluso mujeres y niños. Los pocos supervivientes fueron encarcelados por varios años. Los cadáveres fueron llevados a incinerar en el Campo Militar Número 1.
Los sueños y las utopías fueron acribillados y borrados. Gustavo Díaz Ordaz nunca fue juzgado. Murió de cáncer en 1979, siempre defendiendo su postura: “él había salvado a México”.
A 53 años de distancia, vaya este sentido homenaje a todas las víctimas y a todos los mártires que cometen el error de soñar con un mundo mejor. Elevamos un sentido clamor que recuerda los errores del pasado para jamás repetirlos: ¡2 de octubre no se olvida!
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