En esta columna, Pedro Miguel hace un listado de las personas a las que dedica su voto por Morena.
Por Pedro Miguel | La Jornada
Regeneración, 26 de junio de 2018.- Por mis abuelos, desde luego. Ellos no habrían entendido mucho esto que entonces era futuro, pero habrían sabido de qué lado estar, porque aunque unos eran gente del común y otros, hidalgos muy venidos a menos, tenían parejos principios éticos. Y por mi nana, Cruz, que se me perdió en las nieblas de la vida, y por el indio Rosalío, que bajaba del monte una vez a la semana a vendernos verduras y carbón, y a quien le ofrecíamos cama pero siempre la rechazaba porque pensaba que los de su condición no la merecían y dormía en el suelo. Y por las varias madres y los varios padres que tuve y que creían en la fraternidad, la libertad, la paz y la verdad.
Este domingo, en camino a la urna, recordaré a Hilario Moreno, el viejo profesor comunista con quien estoy en deuda porque me reconfortó y me serenó en la cárcel clandestina de la Dirección Federal de Seguridad de la que él no salió vivo. Al formarme en la fila tendré muy presentes a José Zapata Vela, que era estalinista; a Vlady, que odiaba el estalinismo; a José Revueltas, quien me toleró de buen grado un par de impertinencias de adolescente; a los priístas de izquierda, generosos y extrañamente congruentes; a los que decidieron tomar las armas y a los abogados panistas que antepusieron la rectitud a las diferencias ideológicas y asesoraron gratuitamente a familiares de desaparecidos y encarcelados.
Al identificarme y recibir mis boletas tendré en la cabeza las mujeres a las que amé y me amaron y a las que me unieron, además del hervor de las hormonas, la urgencia por cambiar el mundo y algunas certezas que compartí también con amigas y amigos de juventud: que ese cambio es necesario y posible, que la autenticidad es indispensable para vivir y que el cerebro y el amor separados no llegan a ninguna parte. Cuando me encamine a la casilla pensaré en Eduardo Montes, en Rodolfo Peña, en Daniel Cazés, en José Emilio Pacheco, en Rius, en Naranjo, en Monsi, en Carlos Fuentes, en José María Pérez Gay, en Sergio Pitol, en Arnaldo Córdova y en tantos otros grandes de México que habrían estado felices –aunque también, de seguro, precavidos y críticos– con lo que pasará este domingo: que la mayoría de la sociedad va a sublevarse en paz en contra de esta noche larga, sangrienta y nauseabunda que ha durado muchas décadas y consumido demasiadas vidas.
Y cuando cruce, boleta tras boleta, el logotipo de Morena, estaré pensando en los trabajadores esclavizados de las agroindustrias, en las mujeres traficadas, en las niñas y niños vueltos mercancía por los pederastas siempre incrustados en el poder, en las chavas de Panotla y en los chavos de Ayotzinapa y Tiripetío, en los albañiles capturados y torturados para que se confiesen culpables de delitos ficticios, en los expulsados del país por la economía y la violencia, en los maestros democráticos, en las sociedades insurrectas de Ixmiquilpan y Mexicali, en las comunidades en resistencia contra la voracidad devastadora de funcionarios públicos y corporaciones privadas, en los damnificados del terremoto a los que les han robado los recursos de la reconstrucción, en las acosadas, golpeadas, violadas y asesinadas, en los muertos de Aguas Blancas, Acteal y otras masacres, en los médicos sin trabajo y en los enfermos sin hospital, en las familias clasemedieras con una vida de deudas por delante, en los jóvenes sin universidad y en las víctimas de muchas otras desgracias.
Sé, desde luego, que Andrés Manuel López Obrador y sus colaboradores no van a solucionar desde la Presidencia todos los males del país. Votaré por su triunfo porque es impostergable que un gobierno honrado, respetuoso de las leyes y con sentido de nación –atributos de los que el ejercicio del poder público ha estado del todo huérfano desde tiempos de Salinas– establezca el entorno propicio para la satisfacción de las reivindicaciones justas, la solución real de múltiples conflictos, la recuperación de la soberanía, la reactivación económica, la justicia verdadera, la reconciliación nacional y la construcción de un nuevo país en el que quepan todos sus habitantes. Por supuesto, el trabajo principal le corresponde a la sociedad, y de su determinación y su energía dependerán el ritmo y la envergadura de las transformaciones. Ya se verá.
Uno es eslabón entre los que ya partieron y los que aún no han llegado. Saldré de la casilla con la satisfacción de haber saldado una pequeña parte de mi deuda con los difuntos devorados por la tierra y con los nonatos que en algún sitio de la nada esperan la hora de su advenimiento. Por unos y por otros y por mis contemporáneos vivos iré a votar.
Y además el próximo domingo me levantaré temprano para participar en una sublevación. Pero no voy a matar ni a lastimar a nadie ni a causar destrozos y ningún presidente, secretario de gobernación, jefe de gobierno o comandante policial podrá darse el gusto de ordenar que me rompan la cabeza.