Estamos ante una rivalidad interimperialista en la dinámica y lógica propias del capitalismo tardío globalizado, en la disputa, por parte de los capitales y los Estados, de mercados, materias primas, rutas de comercio y transporte de energéticos
Por Cesar Erik Castellanos Martínez
Regeneración, 29 de mayo del 2017.-Muchos analistas y políticos confunden la actual confrontación entre los Estados Unidos de América y la Federación de Rusia con la Guerra Fría, llegando a decir que estamos ante una “nueva” o “segunda” Guerra Fría. Más allá de los usos retóricos, la confusión surge de una incomprensión tanto de lo que fue esta guerra como de lo que es la actual rivalidad ruso-estadounidense.
La Guerra Fría, en términos generales, fue el choque de dos sistemas socio-económicos e ideológicos diferentes (el capitalismo y el mal denominado comunismo). Dicho choque de sistemas se sustentaba en dos grandes bloques, uno liderado por EUA y otro por la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Desde luego que había rivalidades geopolíticas y por el control de zonas de influencia y seguridad entre ambas potencias. No obstante, el imperialismo norteamericano (capitalista) difería mucho de la lógica, la naturaleza y la dinámica del imperio soviético. Este conflicto llegó a su fin en 1991, con la desintegración de la URSS y la reinstauración del capitalismo en Rusia.
Lo que vemos hoy día no tiene nada que ver con eso. Estamos ante una rivalidad interimperialista en la dinámica y lógica propias del capitalismo tardío globalizado, en la disputa, por parte de los capitales y los Estados, de mercados, materias primas, rutas de comercio y transporte de energéticos, y de las clásicas zonas de influencia y seguridad que cada potencia busca asignarse para su óptimo desarrollo económico y protección estratégica frente a sus rivales. Todo un juego de hegemonía global y regional, de equilibrios, contención y contra-pesos.
En este sentido, Moscú y Washington no son ya la cabeza de modelos socioeconómicos e ideológicos distintos que buscan imponerse globalmente. Incluso la disputa ruso-norteamericana actual se centra, esencialmente, en la periferia rusa, en Europa del este, los Balcanes, los países bálticos, las repúblicas exsoviéticas de Asia Central y en Medio Oriente. No se extiende por todo el mundo, o no con la misma intensidad que en estas zonas.
Algunos de los puntos más calientes son Siria y Ucrania. Como perros hambrientos que se pelean por un trozo de carne, Rusia y EUA contribuyen enormemente a la crisis y destrucción que viven estos dos países. El caso de Siria es, sin duda, el más trágico.
Es obvio que los proyectos expansionistas de Rusia y EUA difieren, respecto a sus capacidades, particularidades históricas, situaciones internas y relaciones externas, y que EUA presenta, en comparación con Rusia, más ventajas (para empezar, el mayor peso y dinamismo de su economía, así como mejores capacidades y eficacia para intervenir e influir en terceros países).
No obstante, la decadencia de la hegemonía global estadounidense tampoco puede negarse. Prueba de ello es el surgimiento de nuevos polos de poder, como la propia Rusia, aunque sean por ahora relativamente regionales y tambaleantes, que desafían esa hegemonía. Si no me equivoco, en Siria presenciamos por primera vez en el siglo XXI como una potencia rival a los Estados Unidos le impidió realizar sus planes intervencionistas en un tercer país (en este caso, derrocar al régimen de Bashar al Assad).
Así pues, mientras la hegemonía norteamericana agoniza, nuevos poderes emergen (Rusia, China, India, entre otros) y el mundo se vuelve cada vez más caótico e inestable. Las relaciones de fuerza y poder entre las potencias se modifican constantemente. La sombra de una guerra a gran escala, incluso nuclear, vuelve a oscurecer el destino de la humanidad.