Los nahuas de Huauchinango, Puebla, celebran la Fiesta de los Elotes y las semillas; le ofrendan a San Andrés tamales y atole, “porque es un viejito que se convierte en maíz”, recuerdan.
Leticia Ánimas
Regeneración, 30 de noviembre de 2017. Huauchinango, Puebla.- El estruendo de los cuetes opacó el ritmo de la tarola del conjunto Los Amigos del Norte que este medio día llegó a cantarle Las Mañanitas al Señor de las Semillas, San Andresito, en el pequeño atrio de la iglesia de la junta auxiliar de Cuautitla en Huauchinango, donde se amontaban decenas de mujeres y hombres cargados con canastas y chiquihuites llenos de mazorcas y flores, tamales y atole.
Veintiocho días después de la fiesta de los muertos, en el día de San Andrés, los nahuas de Huauchinango celebran el Elotlamanilistli o Fiesta de los Elotes y las semillas y acuden al templo de esta comunidad ubicada a 15 minutos de la cabecera municipal para agradecer y bendecir sus mazorcas para la próxima siembra.
Aunque el festejo inició temprano, cuando acompañados de una banda de música de viento fueron a despertar a San Andresito, para los devotos el momento más significativo es el que viven cuando pueden llegar al pie del altar para orar, pero también para limpiarse con las ceras que previamente pasaron por los vitrales de la urna de madera donde está la imagen de cerámica, colorida y chapeadita del santo que se convierte en maíz.
Para ese momento llevan ya varias horas en la fila que se extiende hasta la calle, pero no dejan de sonreír mientras siguen cargando sus canastos en los que llevan mazorcas, adornadas con flores y algunas vestidas con paliacates verdes y rojos. Se llaman Xochicentli. Las grandes son masculinas y se les llama tlacacentli, mientras que las medianas son femeninas y se les conoce como cihuacentli. También cargan tamales de molito rojo con carne conocidos como nacatamalli y atole.
En este punto de la Sierra Norte, la fiesta de San Andrés marca el final de la temporada agrícola conocida como xopanmilli o cosechas de lluvia.
Según una narrativa local que le hizo don Fidel, un campesino de la comunidad de Cuacuila, al etnolingüista, René Esteban Trinidad:
Todo empezó el día en que un hombre no respetó a la mazorca y la aventó en un barranco. Abajo pasaba un señor que cargaba su leña en la espalda. De pronto vio que entre las ramas estaba atorado un viejito. Es decir, la mazorca se había convertido en un viejito, que le pidió que lo llevara a su casa. Era San Andrés. Pero el señor no lo sabía. De cualquier manera le dio un cuarto de su casa para que durmiera. Ahí el viejito le dijo:—Yo quiero comer tamales y atolito.
Al día siguiente le llevaron tamales y atole para que desayunara, pero no pudieron abrir la puerta de su cuarto porque estaba lleno de mazorcas, es por eso que a ese lugar le dicen ical centli “la casa del maíz” y, por lo tanto, a San Andrés siempre se le ofrendan tamales y atole, “porque es una persona. Es un viejito que se convierte en maíz”. Se colocan ceras amarillas, veladoras, así como flores de papel o xochiamatl, también algunos collares de cempasúchil.
La mazorca es vestida con collares de colores verde, rojo, dorado y rosa, con algunas plumas de guajolote y algunas vainas de fríjol tierno. Ya bendecida es desgranada y sembrada a finales de marzo y cosechada a principios de noviembre. Esta temporada se le conoce como xopanmilli o cosechas de lluvia. Algunas más se conservan en las casa para que no falte el alimento.