Una escuela de tantas en el DF

Por Bernardo Bátiz V. | La Jornada 
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6 de junio del 2015.-La educación en México es un desastre, no por culpa de los maestros, mucho menos de los que luchan en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán y, a decir verdad, en todo el país. Los docentes rebeldes al sistema luchan por su dignidad y por la de los conformistas y acomodaticios, que sólo se quejan en voz baja.

Los maestros inconformes, con sus marchas, campamentos, batallas contra policías y soldados, pugnan por salarios decorosos, seguridad laboral, respeto a su profesión y, por tanto, velan por los niños y jóvenes a su cargo, los de hoy y los alumnos del futuro.

La educación es un desastre por los malos funcionarios, los laberintos burocráticos, los ineptos que por amiguismo o por compromisos de partido ocupan altos cargos en el sistema. La educación no puede mejorar porque está al frente de la secretaría del ramo, no un maestro, ni un educador, sino un político fallido ya en otras áreas de la administración y ahora capataz de los educadores, para controlarlos y someterlos.

La educación es un desastre por los bajos salarios de los profesores, por el sindicato corrupto y por el abandono en que se tiene a las escuelas: mal equipadas, descuidadas, dejadas a su suerte, como parte de este turbio proceso de privatización de la enseñanza. Me consta que padres de familia, maestros y directoras conscientes tienen que poner de sus bolsillos para que los niños cuenten con lo mínimo requerido para su educación.

Un botón de muestra: en la colonia Niños Héroes de Chapultepec, en la esquina de la calle de ese mismo nombre e Isabel la Católica, se encuentra la escuela secundaria diurna número 51, que lleva el nombre del maestro de geografía de los tiempos de Vasconcelos: Profesor Carlos Benítez Delorme. Mencionar que se encuentra ahí es sólo un decir; fue demolida el 14 de agosto de 2011 por razones confusas. Sus tres pisos de aulas, la biblioteca, la sala de usos múltiples, la cancha de básquet, todo quedó convertido en escombros de la noche a la mañana.

Madres de familia y alumnos (algunos padres también) protestaron de inmediato, pidieron explicaciones que no obtuvieron y exigieron que se reconstruyera la escuela destruida. Desde entonces no han dejado esa exigencia, van de un lado a otro, de oficina en oficina y siempre les han dicho que sí, pero no cuando, y en estos cuatro años sólo han conseguido que a regañadientes, como si les dieran una limosna, la SEP erigiera unos galerones improvisados como aulas de clase, parecidos a gallineros, con techos de lámina, que son un horno en tiempos de calor, un refrigerador en invierno y una coladera cuando llueve; así como unos baños ruinosos, puertas que no cierran y el gran espacio vacío del patio polvoriento.

Las valientes madres no han dejado desde entonces de tocar puertas. La SEP, ocupada en amenazar y sermonear a los profesores, entretenida en líos sindicales, no se ocupa para nada de escuelas y educandos; la delegación Benito Juárez, en manos de panistas que algo tuvieron que ver en la demolición, no ha hecho absolutamente nada y sus funcionarios aptos para olfatear buenos negocios, quisieran que la comunidad se canse. Que la escuela, por su mal estado, se quede sin alumnos y el espacio sirva para uno de esos desarrollos que les reditúan jugosas ganancias, para ellos indispensables para sus viajes, sus fiestas y sus autos de lujo.

Hasta la Comisión de Derechos Humanos del DF se salió por la tangente; en un oficio parsimonioso, ilustra a las madres de familia sobre los alcances del artículo 8 constitucional y acerca de lo que es para la Suprema Corte breve término, pero no se preocupó del derecho a la educación de niños y adolescentes, que tienen que cursar su secundaria en condiciones inhumanas. Moraleja: que nos hablen de Reforma Educativa cuando los maestros estén bien pagados, cuenten con material didáctico suficiente y la secundaria 51 se haya reconstruido. Dinero hay, faltan ganas.

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