Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- El pasado martes 21 de febrero de 2023 se suscitó un hecho inédito: una corte estadounidense declaraba culpable a un alto ex funcionario mexicano de gran calado. La defensa de Genaro García Luna simplemente no pudo demostrar su inocencia después de una abrumadora cantidad de testimonios por parte de testigos cooperantes (mayoritariamente narcotraficantes y ex policías corruptos) que terminaron por hundir al otrora presidenciable.
La narrativa consensuada de los medios tradicionales, conocida popularmente como el ‘nado sincronizado’, inició primeramente desestimando al juicio como una puesta en escena, o bien, diciendo que los juicios orales de Estados Unidos tienen una naturaleza histriónica que se aleja de la contundencia de los de México, donde se da más preponderancia a las pruebas físicas y documentales que a los simples “testimonios de criminales”.
Durante el episodio en que el abogado César de Castro intentó sembrar unas supuestas declaraciones de ‘El rey’ Zambada en las que, según él, refería haber aportado dinero para una campaña de AMLO, y pese a que finalmente la estrategia no caminó, Raymundo Riva Palacio pontificó desde alguna lóbrega columna chayoteril: «Sin importar el resultado del juicio, López Obrador quedará en medio de la tormenta».
Sin embargo, cuando el jurado declaró culpable a García Luna, vino el desconcierto y se rompió la formación. Algunos querían explicarnos lo baladí que resultaba la decisión del jurado, en virtud de que estaba integrado por personas poco versadas en asuntos legales elegidas al azar por el Estado.
Otros, por su parte, prefirieron centrarse en que Genaro García Luna era (ahora) un ser indeseable que no debiera relacionarse con el PAN bajo ninguna circunstancia, manteniendo así la conveniente estrategia de “negar calderónicamente”. Este fue el caso concreto de Marko Cortés, quien raudo salió a difundir un comunicado en video en su amado Twitter, en el que acusaba a Morena de una estrategia “perversa” para vincular a García Luna con el partido que nació como reacción al cardenismo.
Aunque ciertamente debió ponerse de acuerdo con Lilly Téllez, su senadora adquirida en el draft (referencia deportiva), quien, como parte de la novedosa estrategia de provocar para mantenerse vigente, llegó a afirmar en desafortunado twit que haría lo posible durante “su gobierno” por repatriar al “héroe nacional” García Luna. Otros menos prominentes, como un troll de Twitter de cuenta recientemente creada, y que cargó contra mí hace algunas horas, ponen como parte de su biografía que se deslindan de Calderón, que se debe refundir a García Luna, pero que “el INE no se toca”.
Pero más allá de aquellas interpretaciones que una vez más pretenden ser implantadas en la psique colectiva como propias de cada individuo, con cada vez peores resultados, por cierto, lo único cierto en este punto es que uno de los pilares ideológicos se viene abajo.
En estos cuatro años de gobierno que les han sido infumables, muchos derechosos solían elevar su vista al cielo y suspirar por Felipe Calderón, añorando aquel período en que «teníamos presidente», dicen ellos, ya que el sempiterno acusado de alcoholismo hacía hondear por todo lo alto la bandera de la lucha implacable contra el crimen organizado, pero eso ahora se vino abajo, pues se demostró lo que antiguos proscritos como Francisco Cruz, Jesús Lemus, Anabel Hernández u Olga Wornat tuvieron que pagar con amenazas, exilio y hasta cárcel: que la famosa guerra fue una farsa consistente en allanarle el camino al Cártel de Sinaloa.
Los silencios y los deslindes han configurado un escenario previo sumamente caótico para la marcha que se desarrolla este 26 de febrero, en la que, dicen ellos, según las enseñanzas de Krauze, que van a defender la democracia, así, sin adjetivos.
Hay que ponerle adjetivo. Se trata de la democracia oligárquica, aquella que sirve solo a las élites, a los que pretenden erigirse en autoridad moral y que dicen ser trabajadores en contraste con los “chairos huevones” que solo estiran la mano para recibir dádivas. Solo queda el odio debajo de todo ese discurso pseudo nacionalista que pretende engañar al votante desinformado con la noción de que odiar a AMLO es hacer patria.
Veremos nuevamente marchar a muchas personas obligadas o incluso amenazadas por sus patrones, a otros tantos comprados con muy poco dinero, y al frente, clamando consignas que suenan muy bonito, pero que no tienen correlato en los hechos, estarán los políticos y empresarios de facciones finas y apellidos centroeuropeos, culpables de la desgracia nacional que nosotros tratamos de revertir.
Habrá lágrimas de emoción y desgañitadas interpretaciones del himno nacional. No faltará el “¡Fuera López!” gritado por uno que otro fanático. Se llenarán las calles -aparentemente- y el lunes 27 las portadas estarán repletas de fotografías que pretendan espantar al grueso del electorado y hacerlo dudar sobre si realmente somos el 70%. Y en las redes sociales se sentenciará: “¡Lo logramos!”.
Todo eso sucederá, mientras nosotros, respetuosos, miramos expectantes y hacemos esa pequeña pausa en la pequeña lucha para atestiguar curiosos cómo la oligarquía experimenta por un día algo parecido a la lucha social. Se les desea buena suerte, que se diviertan y reafirmen su nacionalismo si esa es la vía por la que lo hacen. Y una cosa más: nos vemos en las urnas.
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