25 de agosto, 2014.-Cuando alguien hace algo una y otra vez, con mucha fe, invirtiendo enormes cantidades de dinero solo para tener resultados indiferentes o incluso negativos, no se sentiría demasiado sorprendido si un observador neutral dudara de tu cordura o te preguntara si formas parte de algún culto. Sin embargo, pocos estadounidenses cuestionan la cordura o la conducta semejante a un culto de presidentes estadounidenses mientras siguen buscando soluciones a temas complejos bombardeando Iraq (así como a numerosos otros países en todo el globo).
Pobre Iraq. Desde la Operación Escudo/Tormenta del Desierto con George H.W. Bush hasta la imposición de zonas de no vuelo con Bill Clinton, hasta la Operación Libertad Iraquí con George W. Bush a los últimos bombardeos “humanitarios” bajo Barack Obama la única constante son las bombas estadounidenses que estallan en el aire desértico de Iraq. Sin embargo, a pesar de estos bombardeos –o más bien en parte debido a ellos– Iraq es un país devastado y desestabilizado, que lentamente se rompe por todas las costuras, que se han estado desenmarañando bajo casi un cuarto de siglo de vapuleo permanente, a veces continuo. ¿Alguien quiere “Sorpresa y Pavor”?
Bueno, confieso que me sorprendió: que recursos de poder aéreo estadounidense, incluyendo bombarderos estratégicos como los B-52 y B-1, construidos durante la Guerra Fría para disuadir y, si fuera necesario, atacar a la segunda superpotencia planetaria, la Unión Soviética, se hayan utilizado rutinariamente para atacar países esencialmente indefensos en la defensa contra bombardeos.
En 1985, cuando entré al servicio activo como teniente de la Fuerza Aérea, si me hubierais preguntado qué país “tendría” que bombardear EE.UU.en cuatro continuas campañas aéreas durante tres décadas, uno de los últimos países que habría sugerido era Iraq. ¡Qué diablos! Entonces todavía estábamos ayudando a Sadam Hussein en su guerra contra Irán, compartiendo inteligencia que ayudó a sus militares a ubicar concentraciones de tropas iraníes (y utilizar armas químicas contra ellas). El gobierno de Reagan había enviado al futuro secretario de defensa de Bush, Donald Rumsfeld, a estrechar la mano de Sadam durante una sesión fotográfica para la prensa. Incluso hicimos caso omiso del bombardeo “accidental” en 1987 de un barco estadounidense, el USS Stark, que causó la muerte de 37 marineros estadounidenses, todo en nombre de contener Irán (y el fervor revolucionario chií).
Se dice que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, pero Sadam no siguió siendo un amigo durante mucho tiempo. Envalentonado por el apoyo de EE.UU. en su guerra con Irán, se apoderó de Kuwait solo para iniciar la primera vuelta de devastadoras incursiones aéreas estadounidenses contra sus militares durante Escudo/Tormenta del Desierto en 1990-1991. Como esas y subsiguientes campañas de bombardeo dañaron y debilitaron Iraq, lo que contribuyó al derrocamiento de Sadam en 2003, la mayoría chií en ese país hizo causa común con Irán y fortaleció una rama del Islam militante. Al mismo tiempo, la desestabilización general de Iraq por una generación de guerra aérea e invasión ha llevado a una revuelta suní, el fortalecimiento de un movimiento al estilo de al Qaeda y el establecimiento de un “califato” en partes importantes de Iraq (y Siria).
Ahora, en vista de ese historial menos que estelar, ¿queda alguien que quiera aventurar alguna idea sobre la próxima reacción estadounidenses ante los pueblos y dirigentes que nuestro gobierno no aprecia en Iraq o el resto de Medio Oriente? Yo apuesto a que será más bombardeos, lo que seguramente requiere una explicación.
Produciendo bombarderos
Si un arma capturó la imagen de la antigua Unión Soviética, fue el tanque de combate. Del T-34 durante la Segunda Guerra Mundial al T-72 cerca del fin de la Guerra Fría, los rusos los produjeron como salchichas. Y si un arma capturó la imagen de EE.UU., entonces y ahora, seguramente ha sido el bombardero, sea de la variedad estratégica o pesada (pensad en el B-52) o la alternativa del caza bombardero o táctico (pensad en el F-105 de los años de Vietnam, el F-15 “Strike Eagle” en Iraq, y para el futuro, el sistema de armas más costoso de todos los tiempos, el F-35). Como la superpotencia más rica, EE.UU. produjo bombarderos de alta tecnología como si fueran tantas salchichas de lujo.
“El bombardero siempre conseguirá pasar”. Ese artículo de fe, expresado por primera vez por Stanley Baldwin, tres veces Primer Ministro de Gran Bretaña, fue adoptado por entusiastas del poder aéreo de EE.UU. en la preparación de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de resultados decididamente mezclados y decepcionantes desde entonces, los bombardeos siguen siendo la alternativa preferida para los comandantes en jefe estadounidenses.
Lo que necesitamos en 2014 es una nueva expresión que incorpore la esencia del culto del poder aéreo de EE.UU., algo cómo: “Siempre se financiará, y utilizará, el bombardero”.
Abordemos la primera mitad de esa ecuación: siempre se financiará el bombardero. ¿Escépticos? ¿Qué otra cosa captura la realidad (así como la locura) de dedicar más de 400.000 millones de dólares al programa del caza bombardero F-35, un sistema de armas que excede desatinadamente el presupuesto y no cumple con lo esperado que podría, a fin de cuentas, costar al contribuyente estadounidense 1,5 billones [millones de millones] de dólares?. Sí, lo leísteis bien. ¿O la persistencia de los planes de EE.UU. de construir otro bombardero “de ataque” de largo alcance para aumentar y reemplazar la flota de B-1 y B-2? Es algo “indispensable” según la Fuerza Aérea, si EE.UU. ha de mantener su “dominación de espectro completo” sobre el Planeta Tierra. Ya estimado a un precio de 550 millones de dólares por avión aunque todavía está en las mesas de dibujo, es casi seguro que reemplazará al F-35 en los libros de récord, cuando se hable de retrasos, excesos de coste y precio. Y si no pensáis que se finaciará, no conocéis la historia reciente.
Diablos, ya entiendo. Otrora fui adolescente. En los años 70, como entusiasta de la Fuerza Aérea e hijo de la Guerra Fría, abrazaba en mi pecho exóticos y por lo tanto costosos jets de bombardeo (bueno, por lo menos modelos de ellos). Los consideraba singularmente estadounidenses y una absoluta necesidad si se trataba de defender nuestro país contra el torpe (pero a pesar de todo amenazador) “oso” soviético. Como resultado, me quedé sin aliento en 1977 cuando el presidente Jimmy Carter se atrevió a cancelar el programa del bombardero B-1. Aunque era un poco joven para expresar por escrito mi indignación, críticos más maduros lo acusaron rápidamente de ser blando en la defensa, de realizar un “desarme unilateral”.
En aquel entonces había construido un modelo del bombardero B-1. En mi imaginación todavía veo su sexy cuerpo blanco y sus alas de geometría variante. Sin duda era un bombardero macho. Recuerdo haber agregado un petardo a su cuerpo, encendido la mecha y soltado el avión desde el porche del tercer piso. Explotó en el aire y la suerte trágica del avión a manos del pusilánime Carter me pareció simbólico.
Pero no debiera haber temido por el B-1. En octubre de 1981, el presidente Ronald Reagan anuló en uno de sus primeros actos importantes la cancelación de Carter y resucitó el programa condenado al olvido. La Fuerza Aérea finalmente compró cien de esos aviones por 28.000 millones de dólares, algo caro para la época (y que algunos calificaron de “papanatas”) aunque una relativa ganga en el actual entorno presupuestario cuando hablamos de bombarderos (pero en esos días, poco más).
En ese momento, yo era un joven teniente en servicio activo en la Fuerza Aérea. Para entonces me había dado cuenta de que Carter, el productor de cacahuates (y ex ingeniero nuclear de la Armada), tenía razón. Realmente no necesitábamos el B-1 para nuestra defensa. En 1986 escribí un artículo contra el B-1 para un concurso en la Base Peterson de la Fuerza Aérea donde estaba estacionado calificando la idea de un “bombardero estratégico de penetración” de “estrategia deficiente” en una era de misiles crucero de largo alcance lanzados desde el aire. Obtuve una mención honorable, el equivalente de sacar la tarjeta de “obtuvo el segundo puesto en un concurso de belleza” en Monopoly, pero sin los 10 dólares de compensación.
Por cierto, esa “penetración” significa que estaba cargado de costosa aviónica, aumentada actualmente por características “stealth” que revientan el presupuesto, de modo que teóricamente un avión podía penetrar las defensas aéreas del enemigo eludiendo la detección. Si en los años 80 era imperfecta la idea de producir semejante bombardero, cuánto más lo es actualmente, en una era de drones apor control remoto y misiles guiados por GPS, y en un mundo en el cual es probable que ningún país que EE.UU. quiera bombardear tenga defensas antiaéreas de alguna complejidad. Sin embargo, la Fuerza Aérea insiste en que necesita por lo menos cien de la última generación de esos aviones a un coste de 55.000 millones de dólares (sobre la base de la experiencia, especialmente con el F-35, se debiera duplicar o incluso triplicar el precio, ya que se puede contar con que el exceso de costes y retrasos en el desarrollo del producto son factores incluidos en el proceso. Por lo tanto, digamos que más bien costará cerca de 150.000 millones de dólares. Preguntadme, si Dios quiere, en 2040 para ver si la cifra de la Fuerza Aérea o la mía estaban más cerca de la realidad.)
Ídolos para la adoración, necesidades por satisfacer
Obviamente, hay impresionantes montos de dinero por ganar alimentando el fetiche de EE.UU. por los bombarderos. Pero el culto estadounidense del poder aéreo y su exageradamente costosa persistencia requieren más explicación. A un nivel, aviones exóticos y costosos de ataque como el F-35 o el futuro “bombardero de ataque de largo alcance” (LRS-B en incruenta habla en acrónimos) son el equivalente militar de vacas sagradas. Son ídolos que hay que adorar (y financiar) sin cuestionarlos. Pero también son síntomas de una enfermedad más grave, la voracidad del Departamento de Defensa. En el mundo post 11-S, se ha hecho tan pronunciada que el complejo militar-industrial-congresional cree claramente que tiene derecho a un pilón repleto virtualmente de dinero sin tener que rendir cuentas al contribuyente de EE.UU.
Si se agrega a ese sentido de derecho la fe absurda de un gobierno tras otro en la eficacia de los bombardeos como solución de problemas, a pesar de abrumadora evidencia de lo contrario, se tiene un combo verdaderamente letal. Los progresistas se burlaron ampliamente del senador John McCain por su canción “bombardead Irán”, gorgojeada durante la campaña presidencial de 2008 con la música de “Barbara Ann” de los Beach Boys. De hecho, su disonante interpretación capturó perfectamente la fe absoluta de Washington en el bombardeo como solución a… lo que sea.
Incluso si las bombas que estallan sobre Iraq o en otros sitios no solucionan nada, incluso cuando empeoran las cosas, siguen logrando que un presidente parezca, bueno, presidencial. En EE.UU., país de pájaros agresivos, es siempre mejor políticamente presentarse como un halcón cazador que como inofensiva paloma.
Por lo tanto, no culpéis a la Fuerza Aérea por querer más y más letales bombarderos. O no los culpéis solo a ellos. Igual que los almirantes quieren más barcos, los aviadores naturalmente quieren más aviones, incluso si son estratégicamente obsoletos desde el principio y terriblemente costosos. Ningún servicio militar ha renunciado jamás a una tajada de su parte de una futura torta presupuestaria, especialmente si esa tajada incluye la imagen esencial del servicio. En ese sentido, la Fuerza Aérea toma su consigna del “¡Ay, no discutáis sobre la necesidad!” de Rey Lear y de “¡Quiero volar jets!” de Zack Mayo (expresado memorablemente por el gran actor shakesperiano Richard Gere en Oficial y Caballero [Reto al Destino]).
La triste verdad es más profunda: evidentemente los estadounidenses también los quieren. Más bombarderos. Más bombas. En la película Top Gun el Maverick de Tom Cruise entendió todo al revés. Los estadounidenses no sienten una necesidad de velocidad, tienen ansias de bombardear. Cuando se niega a razonar, cuando se persiste en invertir cada vez más recursos en cada vez más aviones, su uso es casi automático.
En otras palabras, financiadlo, construidlo, y, como promete la segunda mitad de mi ecuación, el bombardero siempre se utilizará. Por mucho que se le ridiculice, John McCain sabía lo que quería. Es bombardead, bombardead, bombardead aunque no sea (todavía) Irán… entonces Iraq, o Pakistán, o Libia, o Yemen, o (agregad cualesquiera país o pueblo intransigente).
Y como los cultos en cualquier parte, más vale no cuestionar la creencia y las prácticas esenciales de sus dirigentes (después de todo, las bombas que estallan en el aire son ahora tan estadounidenses como la bandera de las barras y las estrellas).
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William Astore, teniente coronel en retiro de la Fuerza Aérea de EE.UU. es colaborador regular de Tom Dispatch y edita el blog The Contrary Perspective.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens