Opinión: ¿Qué pensastes, Loret?

Por Miguel Martín Felipe

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RegeneraciónMx.- Recientemente, Carlos Loret de Mola, antigua estrella del periodismo televisivo y genuino controlador de masas, ahora desde su marginal espacio de Latinus, lanzó un editorial en video donde alertaba sobre los “peligrosos” contenidos en los nuevos libros de nivel primaria de la SEP.

El mensaje principal del desinformador era que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a través de la Secretaría de Educación Pública, pretende “adoctrinar” a los niños para convertirlos desde una edad temprana en simpatizantes del partido Morena.

Tras analizar el contenido de los libros, Loret pontifica que éstos son poco menos que panfletos diseñados para sembrar la ideología obradorista mostrando una visión idealizada de la pobreza como virtud, pues se retrata a niños morenos en casas con paredes de madera.

Como lo he dicho en varias ocasiones, espacios como Latinus, que se ostenta como medio informativo cuando es en realidad un proyecto propagandístico, mienten con un gran descaro y editorializan de tal manera que exacerban los prejuicios y la animadversión que ciertos sectores tienen hacia el presidente y sus seguidores por extensión.

Esto no surgió en 2018 ni mucho menos, sino que realmente se trata de nociones ‘inyectadas’ por parte del aparato mediático a través no solo de los espacios informativos, donde a AMLO se le retrataba como autoritario e intransigente, sino también de la barra humorística, donde se le caricaturizaba como torpe, campechano, pícaro y disperso (sobre todo en la caracterización de Germán Ortega).

He escrito en mi libro, La primavera digital mexicana, que nuestra población experimentó una politización basada en el tránsito de los medios corporativos hacia las redes sociales digitales. Esto en primera instancia podría suponerse como una garantía de que la gente encontró y permaneció en alguno de los múltiples canales de las diferentes redes que apoyan al presidente -algunos de maneras elegantes y otros de maneras más rudimentarias- o simplemente tratan de mantener una cierta objetividad.

Sin embargo, hubo también quienes seguían considerando que Televisa y Azteca nunca les mintieron, por lo que, si bien igualmente experimentaron la migración a medios digitales, su lealtad hacia los comunicadores “bien preparados” prevaleció, así como los prejuicios y odios en contra de AMLO.

El visibilizar las condiciones en que vive el grueso de la población mexicana y alejarse de estándares aspiracionistas de economía y racialidad, no es algo nuevo, sino que se trata de una fórmula que solo se implementó una vez y luego se cortó de tajo. Me refiero a la célebre etapa de la educación socialista en México, que se implementó durante el mandato de Lázaro Cárdenas (1934-1940).

En los libros de texto del periodo de ‘tata’ Cárdenas, los niños dejaron de ser rubios citadinos y pasaron a ser niños de tez morena con padres obreros, mientras que las situaciones que se ilustraban correspondían al campo y a los entornos suburbanos, en un claro afán de adecuar la educación a la verdadera situación social del país y pasar del enfoque aspiracionista.

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Sin embargo, al iniciar el mandato de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) se volvieron a modificar los libros y se abrazó un enfoque distinto dentro del contexto del México aliado con EE.UU. por conveniencia y sin opción durante la Segunda Guerra Mundial.

Ahora bien, el campo de la lingüística no es muy popular que digamos. Muchas veces se confunde con el campo de la literatura, que se estudia en la carrera de letras hispánicas. Sin embargo, hay diferencias notables entre ambos rubros. La literatura es una disciplina humanística que estudia la producción artística de la lengua, sobre todo en su registro escrito, por lo que la lengua hablada queda fuera.

Por su parte, la lingüística es una ciencia social que estudia diversos aspectos de la lengua hablada y no se circunscribe a una en particular, sino que busca establecer universales con un enfoque descriptivo, es decir; da cuenta de los fenómenos que suceden en la lengua y los explica, pero no dictamina corrección o incorrección en los mismos.

Los lingüistas no solemos estar ‘casados’ con la Real Academia de la Lengua Española ni vamos por la vida corrigiendo a quienes consideramos que infringen las reglas gramaticales, y menos bajo criterios de clase, puesto que un nivel elevado de instrucción solo implica infracciones a las reglas distintas a las que hay en los estratos bajos, pues, a fin de cuentas nadie tiene un dominio y aplicación de dichas reglas al 100%, y de ser así, estaríamos ante un registro que resultaría disfuncional para el habla cotidiana. Como ya lo he expresado antes, no se juzga parejo en la escala social con respecto a las incorrecciones gramaticales. Va un ejemplo muy ilustrativo:

Si encontramos a un joven blanco, esbelto y barbado, con pantalón y camisa de vestir en el sur de la ciudad y mientras conversa escuchamos la frase: «no me digas más güey, te entiendo perfecto», las nociones sociales preconcebidas nos harán pasar por alto cualquier incorrección, dando por hecho que la preparación que el sujeto evidencia lo aleja de utilizar el español de manera incorrecta.

Pero si encontramos en la central de abasto de Iztapalapa a un joven cargador moreno diciendo en tono cantarino: «¡A hueeevo, mijo! ‘Ora sí te apendejastes», ese mismo mecanismo de supuesto apego a la regla nos hará saltar las alarmas.

El hecho es que, tanto el quitarle el sufijo -mente a un adverbio como el agregarle s a un verbo conjugado en segunda persona singular, pasado simple; son incorrecciones gramaticales, pero el prejuicio social hará que obviemos el primero y nos escandalicemos por el segundo.

Ambos ejemplos tienen un origen distinto. El primero puede deberse probablemente a una cierta imitación de la morfología del inglés, lingua franca del ciberespacio, donde son muy recurrentes los fenómenos de acortamiento o contracción.

El segundo se debe a algo más interesante que a continuación ilustraremos. Vamos a conjugar el verbo amar en varios tiempos verbales utilizando solo la segunda persona del singular, o sea :

Amarás, amas, ames, amases, amarías, amabas, amaste.

Como bien pudieron observar, el pasado simple es la única conjugación que no termina con s. Puede decirse que cuando se incluye la s al final del pasado simple, se trata de un arcaísmo, o sea, una forma expresiva antigua.

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Pero también entra aquí un concepto llamado economía de la lengua, acuñado por Ferdinand de Saussure, quien inició el estudio formal de la lingüística desde la perspectiva estructuralista, nacida en la antropología.

Este fenómeno consiste en que los hablantes buscamos siempre la manera de sistematizar y así lograr el camino más corto para comunicarnos. De esta manera, quienes dicen amastes, están rellenando el hueco que su lógica les dice que falta, puesto que no están al tanto de una regla que resulta irregular y que en algún momento fue adoptada como la forma culta.

Para el caso particular de Latinoamérica, la brecha entre el registro coloquial de la lengua y aquel que pretende apegarse a las reglas, es especialmente grande, ya que años de desigualdad social han impactado en la educación, por lo que resulta muy fácil para quienes crecieron con acceso a libros y fuentes de información tener un nivel estandarizado del manejo de la lengua en su registro considerado culto.

En otras palabras, la lucha de clases está plasmada en el uso de la lengua, y por eso es que continuamente nos espetan con vehemencia: «Yo sí estudié, chairo ignorante».

Pese a estos tristes episodios, muchos buscamos acercar la cultura al gran público, del cual fue apartada intencionalmente durante décadas por la oligarquía que siempre la ha detentado. Este texto ha sido escrito precisamente con el fin de ilustrar a la comunidad y aportar a que tenga un contexto mucho más amplio, así como elementos de juicio, para entender mejor la realidad actual, que es la de un proceso acelerado de cambio en que una sociedad antes alienada por la industria cultural se emancipa de la misma y se politiza por iniciativa propia.

Los elementos para informarnos nunca estuvieron tan a la mano como hoy, así que, quienes realmente nos interesamos en el tránsito colectivo hacia una nueva era a través del conocimiento, trabajamos a marchas forzadas y con gran entusiasmo. Sea esto suficiente para refutar al truculento Loret.

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