Democracia para idiotas

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Entre los griegos, idiotas eran las personas ajenas a los asuntos públicos, era algo deshonroso; de ahí la connotación de idiota como insulto. Hoy llegamos a dos tipos de idiotas: gobernantes que no trabajan por el interés de la colectividad sino que actúan en el gobierno para su propio beneficio; y ciudadanos que votan por ellos a cambio de migajas, sin importarles después las consecuencias de vender su voto.

Félix Santana Ángeles

Regeneración, 21 de abril de 2017. Según la Real Academia de la Lengua, la palabra idiota refiere a aquella persona, tonta o de corto entendimiento, sin embargo, para los griegos –cuna de la democracia– idiota, es aquel individuo que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino exclusivamente de los asuntos y negocios privados; en una sociedad como la griega donde la vida pública era fundamental para los hombres libres, no participar en decisiones de la comunidad, era considerado deshonroso y de ahí la connotación de idiota como insulto, de hecho para la corriente de pensamiento de los estoicos, el hombre sabio tiene como obligación ser hombre público y político.

Hablar de idiotas –desde la perspectiva griega- en medio de un proceso electoral, no deja de ser divertido, pues las elecciones son por excelencia el proceso mediante el cual se designa al representante de una comunidad, es decir, quien atenderá los asuntos públicos.

Entonces llegamos a un doble absurdo, por un lado los gobernantes que ganan un proceso electoral no entienden que su papel es representar a toda una comunidad dividida, plural e incluso contradictoria, lo que los lleva a actuar como idiotas, asumiendo al gobierno como patrimonio personal y disponiendo de los recursos públicos sólo para su beneficio y sus negocios privados; por otra parte, los ciudadanos que votan por ellos, se desentienden de sus obligaciones políticas y para evitar asumir cualquier responsabilidad pública, eligen a quien les regala cualquier cantidad de miserables objetos a cambio del sufragio, es decir votan como idiotas, buscando sólo el beneficio personal.

Esta explicación nos puede llevar a dos conclusiones, la primera es que somos una sociedad de idiotas, donde gobernantes y gobernados somos cómplices del deterioro comunitario e institucional, que se convierte en un campo de cultivo excepcional para la corrupción donde el más tramposo subordina al menos tramposo, o la segunda, donde no existe la democracia; personalmente preferiría pensar en la segunda donde la responsabilidad es de otros y no mía.

El llamado modelo neoliberal se ha encargado de consolidar la idiotez en nuestra sociedad, a través de poderosos instrumentos como los medios de comunicación, los medios de producción y los financieros, los cuales han logrado mercantilizar cada uno de sus componentes, vendiéndonos realidades virtuales que no corresponden con nuestras condiciones de vida, donde más de 53 millones de mexicanos viven en la pobreza, se ha colocado en el centro de nuestras vidas la necesidad permanente de consumir más allá de nuestro poder adquisitivo, llevándonos al endeudamiento permanente con sistemas de crédito costosos y abusivos, aumentando nuestra dependencia económica hacia empresas y marcas trasnacionales y creando un nuevo modelo de esclavitud que cuenta con el aval gubernamental.

Este sistema sin escrúpulos ha alcanzado niveles de deshumanización que ha carcomido todos los ámbitos de la vida pública, donde la desvergüenza se ha impuesto como regla y los valores a favor de la vida, la libertad y la dignidad de las personas no tienen lugar. Así vemos a políticos como el mexiquense César Camacho que buscan votos, pidiendo que se olviden de las denuncias penales en contra de los ex gobernadores, investigados por fraudes, robos y desfalcos al erario, malversaciones de recursos públicos, confabulaciones con organizaciones criminales, en síntesis, que se olviden de haber entregado las instituciones, recursos y capacidades gubernamentales a los intereses más rapaces de grupos políticos, empresariales nacionales o extranjeros y del crimen organizado, producto de una profunda corrupción, en detrimento de una sociedad callada, tolerante e incapaz de exigir que se le trate con decoro, es decir, que se le deje de tratar como idiota.

Participar en los asuntos públicos no requiere de grandes conocimientos académicos, científicos o administrativos, pero sí de un profundo sentido común y juicio práctico, que nos permita reconstruir las instituciones, modificar las leyes y canalizar la molestia, el enojo y la frustración de la población, en acciones concretas que nos permitan superar la incompetencia de una clase política irresponsable, corrupta e incapaz, que por casi un siglo se ha encargado de aniquilar a la democracia, erosionando a las instituciones públicas y lastimado la unidad de pueblos enteros al promover el individualismo como único camino para la superación económica personal.

El desafío no es sencillo, pues para lograrlo es necesaria creatividad, inteligencia y disciplina para recuperar el sentido de comunidad, en donde se asuma que el bienestar de un individuo depende del bienestar de la colectividad, en un ambiente de justicia y libertad, pues al reflexionar que todos padecemos idénticas dolencias y somos capaces de exteriorizarlo, la solidaridad es inevitable y los niveles de conciencia se incrementan de manera natural.

Esto nos permitirá asumir un nuevo rol para dejar de ser una sociedad de idiotas y convertirnos en ciudadanos, informados, conscientes, responsables y capaces de exigir una conducta decorosa a los gobernantes; que asuman que la democracia no se reduce a depositar una boleta el día de las elecciones cada tres años, sino a participar de manera activa y permanente en las decisiones gubernamentales que afecta nuestra vida cotidiana en la utilización del poder público.

El estado de México enfrentará el 4 de junio de 2017 un momento crucial, que en buena medida influirá en el futuro del país y su resultado permitirá reconfigurar la relación en entre gobernados y gobernantes, en otras palabras, se tiene la oportunidad de superar nuestras diferencias históricas, políticas e ideológicas, para dejar de ser los idiotas que a la clase política le interesa que continuemos siendo.