Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx- Desde los primeros días posteriores a que Andrés Manuel López Obrador tomara el poder a finales de 2018, ya se registraban marchas que denunciaban malos resultados en todos los rubros, represión, tiranía e incluso una dictadura.
Quienes integramos este movimiento desde distintas trincheras sabíamos que se vendría un vendaval por parte de actores políticos que, sin importar su derrota reciente, seguirían tratando de convencer a la población de lo “peligroso” que es López Obrador. Sin embargo, y dada la tibieza con que se mostraron los medios corporativos en lo que a su línea editorial se refiere, estábamos a la expectativa del papel que jugarían. Ese periodo de expectación tuvo un desenlace que a nadie sorprendió; los propios medios pasaron a integrar junto con los políticos un eje cuyas principales señas distintivas son el chovinismo y el catastrofismo, aunque el presidente lo expresa de manera más clara diciendo que su principal doctrina es la hipocresía.
Muchos de los más férreos, no críticos, sino francos atacantes de la llamada Cuarta Transformación, no son ni siquiera analistas que puedan emitir opiniones por medio de un discurso elaborado; sino simplemente lectores de noticias que alcanzaron su punto más alto de fama y prebendas durante la época dorada de la cultura televisiva. Fue durante esa misma época que se grabó a fuego en la psique de muchos mexicanos la noción de que una persona blanca, elegante y de habla elocuente que sale en pantalla, jamás podría mentir.
Viejas glorias como Jorge Berry, Joaquín López-Dóriga, José Cárdenas o Ricardo Rocha; quienes estaban muy cómodos durante el antiguo régimen, pero que tampoco se distinguieron por ser precisamente lumbreras, hoy se invitan solos a la fiesta del debate público. La única explicación, aparte de que en el fondo son conservadores clasistas y racistas (condición necesaria para ser opositor en México), resulta sumamente burda. Ellos, junto con otros comunicadores que completan la llamada ‘chayolista’, recibieron solo durante el sexenio de Peña Nieto mil 81 millones 715 mil 991 pesos, cifra documentada por el actual gobierno.
A día de hoy sigue habiendo personas que consideran válida la información solo si proviene de medios corporativos. El problema es que dichos medios no están a la altura de los tiempos que corren, puesto que sus reporteros, redactores, lectores de noticias y analistas están totalmente alineados con el eje político-empresarial que pugna por recuperar el poder. En medio de este pantano de desinformación consensuada, solo destacan el viraje momentáneo que dieron Javier Alatorre y Jaime Guerrero durante el periodo de votación de la reforma electoral propuesta por el presidente, durante el cual su línea editorial se encaminó a desmontar la campaña de mentiras que el resto de medios, así como políticos opositores en redes sociales, vertían acerca de la mencionada iniciativa para pintarle a la opinión pública un escenario en que se aniquilaría a la democracia.
Otro caso que aporta un poco de aire fresco es la presencia de Epigmenio Ibarra en el espacio de Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula. El periodista y productor, obradorista de pura cepa, se trenza en cruentos intercambios con el lector de noticias que más se ha destacado en años recientes por su defensa de los indefendibles, recurriendo a la ironía y por momentos a la burla -fiel a su estilo- cuando los planteamientos de Ibarra lo escandalizan al salirse de sus parámetros conservadores.
Lo vuelvo a reiterar: no hay honestidad ni equilibrio de enfoques en un espectro radioeléctrico y editorial cuyos movimientos están sincronizados de una manera espeluznantemente precisa. Es en este punto donde, por increíble que parezca, hay un progresivo éxodo de las audiencias hacia las redes sociales, donde se tiene la facultad de contestarles fuerte y claro a todos aquellos comunicadores a los que, no conformes con tener de su lado todo el aparato mediático, todavía se les ocurre regodearse en una libertad de expresión que, según ellos, este gobierno amenaza; y asomar la cabeza en espacios como Twitter, donde quedan a merced de quienes no dudan en repudiarlos, sobre todo cuando la mayoría de sus publicaciones son fake news o simples provocaciones.
¿Hasta dónde puede llegar la oposición mediática venida a menos en su afán de recuperar el poder para sus amigos políticos? La verdad es que, como las circunstancias que se viven son inéditas, es difícil responder la pregunta. Estamos por atestiguar de todo lo que son capaces entre más se acerquen los periodos electorales de 2023 y 2024. Si la tendencia no favorece a la facción conservadora, se redoblarán los esfuerzos y volverán a ser tiempos de mentiras y catastrofismo, y se dará voz en todos los espacios posibles a aquellos que dicen “trabajar por México”, pero que no serían capaces de entender la dinámica social y los problemas por resolver. Y por eso AMLO está en el poder.
Lo que a nosotros nos toca, como ciudadanía politizada, y más precisamente a quienes ejercemos el periodismo independiente, es combatir a esos comunicadores que despojan al oficio de toda nobleza y seguir agrandando la brecha que hemos abierto en el cerco mediático, que, aunque no lo quieran aceptar quienes lo integran, está resquebrajándose poco a poco. Debemos felicitarnos por lo conseguido hasta ahora y seguir adelante sin titubear. La lucha sigue.
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