#Opinión: El monopolio de la verdad (Parte V)

Por Fernando Valdés Tena

El dinero —zanahoria, en la comunicación política— ha puesto a menudo a sus protagonistas en situación de conflicto de interés. El Secretario de Finanzas del PRI, Miguel Alemán Velasco, convoca en 1993 a sus amigos empresarios, como El Tigre Emilio Azcárraga Milmo y Claudio X. González Laporte —dueño de Kimberly Clark de México y consejero de Televisa, cuyo heredero Claudio X. González Guajardo, se desempeñó como funcionario de la Presidencia de la República durante 9 años y encabezaría con el tiempo Fundación Televisa— para patrocinar la campaña presidencial de Carlos Salinas de Gortari, con quien se intensificaría el amasiato entre el presidente de México en turno y la televisora, la cual congregaría en torno a él, una pléyade de intérpretes en un video musical propagandístico para contribuir a que su programa Solidaridad-Unidos para progresar, esbozara la posibilidad de convertirse en partido político.

Esta relación se consolidaría con el pacto entre Ernesto Zedillo y El Tigre para interceder a su muerte en la sucesión del consorcio que garantizara el arribo de Azcárraga Jean; el acuerdo se afianzaría en el 2000 con la irrupción de Vicente Fox y Martha Sahagún (“la pareja presidencial”), a través de un video para la Fundación Vamos México y sería estimulado en 2005 por medio del Director de la Agencia Federal de Investigaciones Genaro García Luna, quien bajo las órdenes del procurador foxista Daniel Cabeza de Vaca, utilizaría el noticiero matutino de Carlos Loret de Mola para transmitir “en vivo” el montaje de un supuesto secuestro.

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Salinas convocaría también a intelectuales como Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze Kleinbort —accionista de Televisa— para nutrir los postulados de su política neoliberal. El 3 de septiembre de 1993 el primero le escribiría en una carta: “Presidente, sé que no hemos terminado, pero nuestras finanzas por la misma demora, andan mal. Si pudieras adelantarnos el saldo de la investigación, será una gran ayuda (solidaria). Un abrazo”. Salinas accedía siempre con prontitud. La nota en primera plana de El Universal anunciaba: “Favoreció Salinas a Aguilar Camín”. Cheques por un total de 3 millones 424 mil pesos —de hoy—, con las facturas y recibos correspondientes, daban cuenta de las ganancias que significaba para el entonces articulista de Proceso, su cercanía con Salinas: pagos con dinero público de la “partida secreta” hechos en Los Pinos, que Proceso evidenciaría en un reportaje exhibiendo dicha relación perversa y que significaría la ruptura del escritor con Julio Scherer García —padre de Julio Scherer Ibarra, exconsejero jurídico de Andrés Manuel López Obrador— y su renuncia al semanario.

Para entender el origen en el ambiente periodístico del término chayote (fruto espinoso que alimenta) habría que explicar el de embute (del verbo embutir: meter algo dentro y apretarlo): “un soborno otorgado por una empresa u oficina de gobierno a un periodista o columnista para inducirlo a informar según su conveniencia, expresando bondades de políticos o empresarios en forma escrita, verbal o audiovisual, callando información que incomode”.

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El Chayote como forma de corrupción al ser una violación primitiva de la ética profesional, sería impulsado por el inmoral, influyente, excéntrico y temido Carlos Denegri —considerado el creador de la columna política y autor en Excélsior de Miscelánea Política que escribió de 1938 a 1969 cuando fue asesinado por su esposa. Relatan que, en 1963, llegaba cada mes a la agencia de publicidad que manejaba la cuenta de Cervecería Modelo, una factura de Denegri por 3,000 pesos —150 salarios mínimos— y anexo un recorte de periódico, subrayados con rojo los elogios que había hecho de Juan Sánchez Navarro, directivo de la empresa. Denegri cobraba más por quedarse callado que por publicar. El Chayo había llegado para quedarse.

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