Por Ana María Vázquez
Mi abuela fue raptada durante la Revolución, tuvieron 12 hijos de los cuales murió la mitad por enfermedades propias de la época post revolucionaria. Estoy segura de que no lo amaba, que solamente se había “acostumbrado” porque no había de otra, también costumbres de la época. La religión les impedía separarse, los había “unido Dios”, aunque realmente nunca hubo una boda religiosa sino un papel donde constaba que “el Señor” en voz del cura avala esa unión.
Ella no lo amaba, ¿cómo se puede amar a tu raptor?, solo estaba sometida a él, y trabajaba de sol a sol para alimentar a los hijos que “Dios le mandó”. Mi abuelo, trabajador de Ferrocarriles era el clásico “Indiano” español; se paseaba con su gran bigote porfirista enroscado hasta las mejillas y con un uniforme del que hacía gala cada vez que podía.
“A esa me la robé”, decía de mi abuela mientras ella lo miraba de reojo y seguía su camino, había que moler el nixtamal para las tortillas, y añadía “es la conquista”.
Había llegado a México como muchos otros desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX; los “indianos”, los que vinieron a la “Segunda Conquista” eran jóvenes que, cansados de una vida miserable en su país, decidieron venir a “Las Indias” a “Hacer la América”. Algunos lograron amasar grandes fortunas, todavía podemos reconocerlos al ver, frente a algunas de las grandes casonas en algunas regiones principalmente de Asturias y Galicia, por las enormes palmeras que flanquean la entrada.
Muchos regresaron enriquecidos, otros, como mi abuelo, no logró hacer fortuna, pero eso no quitaba su espíritu. Solía sentarse en el patio de la casa para ser atendido por su “conquistada” y los hijos que había tenido con ella. El ritual comenzaba con el lavado de pies, la forja de sus cigarros y el café recién molido en el metate. Luego, mientras las mujeres se iban a la faena en el campo, él, se sentaba con los varones a contarles las glorias de su tierra y a enseñarles cómo ser “conquistador”. A su modo, él había construido su propio mundo en aquellas “Nuevas Indias”, el territorio de su casa en el que las mujeres constituían la nueva forma de esclavitud.
Hasta el día de su muerte se vanaglorió de su ser de “conquistador” y en su funeral, más de una indígena cargando bebés, probablemente suyos, se formó para presentar sus respetos.
Mi abuela, muchísimos años más joven le sobrevivió más de treinta años y nunca hablaba de él ni bueno ni malo si no le preguntabas específicamente y casi la forzaban a contar su historia. Su esclavitud había terminado pero el “voto de silencio” hacia su “conquistador” la obligaba a callar lo que consideraba “su cruz”.
Mi abuelo no amo ni a la tierra que lo cobijó, ni a la mujer que le dio descendencia ni la casa que tuvo ni al maíz que lo alimentó. Era “Indiano” y lo que consiguió era parte del botín de su “conquista”.
Hoy existen en México descendientes de Indianos, como yo, para los que la palabra “conquista” sigue siendo de más peso que la tierra que pisan y que los vio nacer. Los he escuchado llamar “naco”, “mexicano”, “indio” a los que laboran para ellos, son, por supuesto, dueños de grandes empresas y veranean en sus casonas de España, pero no dejan México porque aquí es donde están sus “conquistas”, sus esclavos a los que no les importa defraudar, engañar ni explotar porque “no son de los suyos”.
Cuestión de sangre, y aunque mi raíz como la de muchos también es mestiza no dejo de cuestionar la ambigüedad de la palabra “conquista”, que se ha tomado como sinónimo de “rescate” cuando lo que realmente representa es: saqueo, esclavitud y destrucción.
Ni mi abuela ni mi país fueron “conquistados”, sino esclavizados, raptados y violados. Habría pues que ir pensando en llamar a las cosas por su nombre y dejar la ambigüedad de famosa palabreja justo como lo que es.
Conquistar.- Provocar amor y deseo
Conquistar.- Apoderarse de un territorio por la fuerza
A ti, ¿qué te provoca la palabra conquista?
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