Por Ramón Cuéllar Márquez
Lo pondré de otro modo: hagan de cuenta que un grupo de personas guiadas por un liderazgo consciente fundan una nueva civilización que tiene por objeto la igualdad, la justicia, la democracia y el bienestar común, y de pronto logran el milagro cultural de establecer un nuevo horizonte humano que anima a millones a seguir esa pauta.
No obstante, otro grupo humano, que había ocupado esos territorios con diferentes signos —donde la igualdad, la justicia, la democracia y el bienestar común se habían vuelto simulaciones por poseer las riquezas de la nación a como diera lugar, incluidos los asesinatos y la violencia— , no está de acuerdo con el avance de esa horda cultural de desarrapados, chairos y nacos. Así que ese grupo que poco a poco cayó en la decadencia, el robo, la corrupción y el hedonismo ejerce el poder que aún le queda.
Ante el empuje de la nueva fundación cultural, los desplazados se defienden con manifestaciones desde sus coches, chantajes, mentiras, montajes, amenazas de golpes de Estado, chismes, por temor a perder sus pertenencias, sus posiciones y privilegios de poder y de clase social; para ese momento ya han perdido la batalla cultural, ética, moral, educativa y política: no saben cómo hablar, escribir, exponer ideas congruentes, defenderse con una propuesta fundacional nueva: su cultura ha perdido la idea de la Historia, la Filosofía, las Artes: la idea misma de sociedad y de comunidad (a ellos «comunidad» les suena a «comunismo»); han perdido toda empatía por el otro. Incluso sus líderes intelectuales que aún les son fieles —por pago previo— no saben qué hacer ante lo que tienen encima.
Entonces, algunos, más vivillos, sin escrúpulos de ninguna índole, oportunistas y con visión inmediatista, viendo el avance de la nueva civilización —una revolución sin armas—, se brincan desde el otro lado para comenzar a figurar y tomar posiciones de poder como siempre lo habían hecho en su otra cultura: invaden el nuevo territorio que busca un nuevo sentido de la vida, de patria, de nación: de comunión.
Y lo logran, ahí están ocupando puestos de poder, repitiendo las mismas manías aprendidas en su sociedad decadente, es decir: como un virus infectan a la nueva civilización que por momentos se ve ingenua y, por otros, enojada de que los invasores claramente identificados inicien el proceso de corrupción —derechización le dicen algunos— al que están acostumbrados.
Azorados, los de la nueva cultura pierden el control de su idea de renovación, refundación, no saben qué hacer, comienzan a ser engañados con disfraces, botargas, sonrisas, palabras zalameras y espejitos de ilusiones. Pero hay un grupo dentro de la nueva civilización que saben que si no expulsan o detienen a los invasores, que propiciaron la caída de su anterior cultura, su revolución será tomada por esa tribu y su clase, acostumbrada a la vida buena, básicamente sensorial, más que intelectual; saben que si no toman medidas inteligentes, la revolución cultural quedará como una intención pasajera. Esa historia sigue escribiéndose en este momento.
Balandra: Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí. Augusto Monterroso.
Ramón Cuéllar Márquez. Nació en La Paz, B.C.S., en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: La prohibición del santo, Los cadáveres siguen allí, Observaciones y apuntes para desnudar la materia y Los poemas son para jugar; las novelas Volverá el silencio, Los cuerpos e Indagación a los cocodrilos; de cuentos Los círculos, y de ensayos, De varia estirpe.
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