Por Beatriz Aldaco
No es la nota del día. La nota del día pasa, pierde su fuerza, pero cuando comporta una gama de sentimientos y visiones que permean y se sostienen en el tiempo, su vigencia queda intacta, sólo hay que regresar con mayor mesura a ella e identificar su presencia e incidencia en la sociedad.
Hay temas que no se miden periodísticamente sino desde el punto de vista de la cultura, las mentalidades y el arraigo que presentan en la población. Tal es el caso de las recientes declaraciones del expresidente español José María Aznar.
“¿Y usted cómo se llama, dígame usted cómo se llama, por favor? Yo me llamo Andrés Manuel López Obrador”.
Así, con un diálogo figurado, una pose ridículamente histriónica y un tono burlesco, denigratorio, autocomplaciente e irrespetuoso, se refirió Aznar a la petición del presidente Andrés Manuel López Obrador de que “España pida perdón a México”, que en términos específicos significa que el Estado español admita su responsabilidad histórica por las ofensas perpetradas contra los pueblos originarios de nuestro país durante la conquista y la colonia.
A Aznar le brotó su bien cultivado racismo al asumir que si quien solicita el perdón es parcialmente descendiente de los opresores, no tiene derecho a hacerlo: la ascendencia indígena no cuenta para él, basta con ostentar también la española para que aquélla quede eliminada. Racismo puro: la raza indígena es inexistente o insignificante.
En sus parámetros hispanocentristas, resultan anuladas de esa manera las pretensiones de quien solicita el perdón por las atrocidades cometidas contra las diversas razas pobladoras de nuestro territorio.
Una completa ausencia de empatía desplegó también al considerar que la solicitud de perdón a personas y grupos agraviados sólo puede provenir de éstos. Un sentimiento como la solidaridad histórica le es completamente ajeno. Le es imposible ponerse en el lugar del otro para desde ahí reconstruir el cúmulo de hechos y razones que nutren la necesidad de solicitar el perdón.
“Apellidismo hispanoclasista” podría denominarse al absurdo que se desprende también de sus insulsos comentarios, al implicar que la ascendencia racial deriva de los apellidos de las personas, Si usted se apellida “López Obrador” es seguro que por su cuerpo sólo corre sangre española. Apellido manda. Así lo dijo:
“O sea, ¿Andrés por parte de los aztecas? (carcajadas del “respetable”); ¿Manuel por parte de los mayas? (risas); ¿López?, eso eh, vamos, es una mezcla de los aztecas con los incas (sic) (continúa la hilaridad); ¿Obrador de Santnder?”.
Para Aznar la fórmula es: “Dime cómo te apellidas y te daré cátedra sobre tu ascendencia racial”. Si usted lleva por apellido Smith y vive en Estados Unidos no falta ahondar más en aquélla, usted es puramente estadounidense (con todo lo que implica de “pureza” racial, según el miembro del partido Popular español, ostentar esa nacionalidad.
Y continúa:
“Es que si no hubiesen pasado algunas cosas usted no estaría ahí”. Sí, muy probablemente si no hubieran llegado los romanos a España ese Aznar prepotente que vemos en la pantalla no “estaría ahí”, en esa España que conocemos. “Estar ahí”, para el caso, es, sobre todo, estar en un lugar mejor al que habría existido de no haber sido por la conquista. “Somos superiores”, se afana en asegurar el, por otra parte, profético Aznar, quien encarna perfectamente a serie de prejuicios que suele caracterizar la visión de los vencedores en la historia.
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