Tejiendo un arco iris; la convención nacional ciudadana

Ayotzinapa
Víctor M. Toledo
Regeneración, 6 de enero de 2015. Termina un ciclo anual y comienza otro. Tras un otoño doloroso y compulsivo, el país entra en una fase crucial. Los estertores de la transformación social pueden derivar en parto o terminar en aborto. La dimensión y gravedad de la situación que vive el país requiere de una sacudida mayor, no de meros cambios cosméticos como vuelven a sugerir los intelectuales del sistema. El país se encuentra devastado por la inseguridad, la injusticia y la corrupción. Con la clase política corroída por la complicidad, el conformismo y la corrupción y al servicio de los grandes corporativos nacionales y trasnacionales, la alternativa es generar una fuerza ciudadana capaz de desaforar a ese conjunto de parásitos y depredadores de la nación. El problema es que la energía ciudadana, aunque presente en prácticamente todo el país, se halla focalizada, dispersa y desconectada y, por lo tanto, diluida. Por numerosos círculos de la sociedad indignada ha surgido la idea de un frente de escala nacional, de un torrente que sume los flujos de arroyos, corrientes y ríos. Se trata de un asunto de gran seriedad que requiere de un esfuerzo colectivo que trascienda regionalismos, sesgos sectoriales y, sobre todo, sectarismos ideológicos. Debe lograrse una coalición en la que esté representada la mayoría de los humillados, indignados y afectados. Deben unir fuerzas los sectores sociales más marginados y explotados (Guerrero, Michoacán, Chiapas, Oaxaca, Morelos), con por ejemplo el Frente Ciudadano Chihuahuense o los miles de sonorenses, mineros, estudiantes, padres de la guardería ABC, braceros, ferrocarrileros, afectados ambientales, feministas y ecologistas, que marcharon por las calles de Hermosillo y tomaron el Congreso local.

El agravio del sistema no ha tenido límites ni preferencias geográficas, aunque se ha ensañado contra los más débiles y desprotegidos. Los 34 mil 417 mexicanos asesinados y los 3 mil 158 plagiados en estos dos años de gobierno de Enrique Peña Nieto proceden de todas las regiones, sectores y entidades. No se trata entonces de escenificar una lucha de clases, como insisten todavía, dos siglos después, los representantes de una izquierda anacrónica, sino de poner en marcha una rebelión ciudadana, pacífica pero contundente.

Retorno entonces a mi artículo del pasado 28 de octubre en La Jornada,para retomar la idea de construir una convención nacional de resistencias ciudadanas. Una nueva vuelta de tuerca deja ver siete contingentes esenciales en la creación de una convención legítima y representativa, que son como los siete colores con los que la naturaleza teje un arco iris. El primero lo forman los estudiantes, la juventud que tiene acceso al conocimiento y a la cultura, pues ocho de cada 10 jóvenes en este país quedan excluidos de realizar estudios superiores, y hay 9 millones de ellos que tampoco encuentran trabajo. Aquí debe integrarse la recientemente creada asociación estudiantil de universidades de México. El segundo grupo lo forman los maestros independientes y críticos, que es el sector más aguerrido del país, formado por la CNTE y otras organizaciones de Veracruz, Campeche, Quintana Roo y más estados. Un tercer contingente son las organizaciones procedentes del campo, desde el EZLN, el Congreso Nacional Indígena y los numerosos frentes y agrupaciones aglutinados en torno a la producción (cafetaleros, forestales, maiceros, etcétera) o los servicios o en plena resistencia. El 2014 estuvo boyante en eventos regionales y nacionales de carácter agrario, que incluyó comunidades, ejidos y cooperativas rurales. Un sector cuarto es el sindical, empleados y obreros urbanos e industriales, en donde destacan los electricistas, mineros, universitarios, petroleros, de la salud, bancarios y otros más. La dimensión quinta la forman los movimientos urbanos de todo tipo. El sexto contingente es el de los ambientalistas, encabezados por la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y las decenas de otras agrupaciones. Finalmente, en el último color del arco iris deben estar los artistas, intelectuales, científicos, periodistas y trabajadores de la comunicación.

Tejer una organización de esas dimensiones implica altas dosis de tolerancia, respeto, capacidad de negociación y altura de miras. Cualquier intento de exclusión de estos siete componentes dejaría trunco el proyecto. No hay arco iris sin siete colores. También supone arribar a un conjunto mínimo de demandas que den salida a las principales problemáticas actuales, y que abran un proceso de cambio radical pacífico, ya sea gradual o súbito. Todo está por ser construido en una perspectiva cuyo objetivo central debe ser el empoderamiento ciudadano en todos los espacios, dimensiones e instancias.

El arco iris como símbolo político ha sido adoptado, con o sin modificaciones, por varios movimientos emancipadores. En Italia el movimiento pacifista cuelga banderas de arco iris en los balcones. En Milán se colgaron más de un millón de banderas contra la guerra de Irak. A escala mundial la lucha por la diversidad sexual utiliza una bandera ligeramente modificada del arco iris, y una versión especial del mismo es enarbolada por movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador. En México, dos siglos de luchas lograron plasmar en las constituciones de Apatzingán (1814) y de Querétaro (1917) el derecho de los ciudadanos a cambiar a sus gobernantes (artículo 39 actual): “… el derecho incontestable a establecer el gobierno que más le convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo totalmente, cuando su felicidad lo requiera”. Hoy, un arco iris se puede convertir en el emblema del cambio radical en México.