Testimonio: De la desinformación a la organización #19S (Parte 3)

«…escarbaban en los escombros con tanta fuerza que, era posible que otro México resurgiera de aquellas ruinas. Era posible renacer de la esperanza.»

De la desinformación a la organización y viceversa: el 19S de 2017. Parte 3

Por Luis Darío García Cruz

Regeneración, 22 de septiembre del 2019. El 21 de septiembre me despertó un escandaloso ruido. Los vecinos del edificio en que vivía bajaron corriendo las escaleras. ¿Tembló? No reaccioné.

Pronto los mensajes comenzaron a llegar. Volvió a temblar, una réplica. Me contacté con Ángel, me preguntó si podía ir a Mixcoac a recoger medicinas que, según sabía, se necesitaban en Chimalpopoca, en la colonia Obrera. Me alisté, tomé mi bicicleta y partí rumbo al sur de la ciudad.

El tráfico parecía ser el “normal”, ¿es que a nadie le importaba la destrucción de la ciudad? O más bien, ¿preferían continuar con sus rutinas para escapar de la depresión en que nos hallábamos sumidos?

En el camino, sobre Insurgentes, algunos decidieron salir a apoyar a los ciclistas ofreciendo agua, aire y mecánica básica.

Agradecí infinitamente el agua y el aire. Tardé en llegar un poco más de lo que esperaba y procedí a cargar en mi mochila las medicinas que habían donado.

No pude llevar todo lo que pensaban darme, demonios, necesitaba urgentemente un portabultos o algo que me permitiera cargar más. Como pude llené la mochila y cargué una caja sobre mis piernas, quería llevarlo todo, pero no pude.

En el cruce de Insurgentes y Porfirio Díaz una señora me cerró el paso y me tiró de la bicicleta, me reincorporé lo más rápido que pude, revisé la bici y seguí mi camino. Llegué a Chimalpopoca y busqué el centro de acopio. Realmente no sabía lo que ocurría en ese lugar.

¿Era un centro de acopio? ¿Era una zona de desastre? ¿Qué pasaba?

Una farmacia se había habilitado para recibir víveres, medicinas y herramientas. Los vecinos se habían organizado desde el 19 y mantenían un estricto control sobre lo que allí se recibía. Me acerqué a la señora que parecía llevar la voz cantante en la farmacia y le expliqué que traía medicinas y que me habían mandado desde Mixcoac, las guardó.

Decidí quedarme en ese lugar en espera de entender un poco lo que allí pasaba y de poner mi bicicleta a disposición de cualquier cosa. Pronto una brigada ciclista llegó, uno de ellos desmontó y se acercó a la farmacia, habló con la señora y empezaron a cargar sus bicicletas.

Me acerqué a él y le comuniqué mis intenciones de ayudarlos a movilizar víveres. Pidió más cosas y las cargamos en mi mochila. Pasamos todo el día yendo y viniendo de Chimalpopoca a la Roma, a Álvaro Obregón y demás zonas aledañas. El compa resultó ser Christian, chileno, activista y ciclista.

Allí fue donde comencé a dimensionar realmente la magnitud del desastre que tras de sí dejó el terremoto del 19 de septiembre.

¡Qué horror!, pensé. Ojalá pudiera hacer algo más, pero sólo estorbaría, así que decidimos, mi bici y yo, seguir rodando para apoyar en lo que sea.

También allí me enteré de lo que ocurría en Chimalpopoca y, de más está decirlo, me causó una tristeza inmensa. El capitalismo y la corrupción matan. Pese a todo, era el pueblo trabajador el que ponía el coraje para sacarnos a todos adelante.

El día terminó como empezó, en medio de la tristeza disfrazada de optimismo. Regresé a mi casa, busqué algo para comer, no había probado alimento alguno en todo el día, encendí la TV.

Donde quiera que hacía falta florecía la solidaridad, nadie se cansaba, ¡hasta encontrarnos a todos!

En el colegio, al sur de la ciudad, se vivía un drama perturbador: habían rescatado ya a la mayoría de los niños, pero seguían buscando a una niña, Frida Sofía, ¡rescátenla ya, por favor!

Me metí en la cama y busqué refugio en mis pensamientos más cálidos. Nada, sólo la destrucción y el caos, pero, allá afuera, las manos se unían, pedían silencio, escarbaban en los escombros con tanta fuerza que, era posible que otro México resurgiera de aquellas ruinas. Era posible renacer de la esperanza.