Amor perdido: Un año sin Monsi

México, Distrito Federal; 20 de junio del 2011. A un año del fallecimiento de Carlos Monsiváis, su persona y su obra fueron homenajeadas.
 
El sábado 18 de junio del 2011; sus cenizas fueron depositadas en una urna diseñada por el escultor y pintor Francisco Toledo, y trasladadas a la nueva sala de lectura del Museo del Estanquillo. ( ubicado en Isabel La Católica 26, esquina con Francisco I. Madero, Centro Histórico, Ciudad de México).

Para el domingo 19 , día en que murió el cronista,  la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, se honró al rendir tributo a un amigo entrañable,  crítico de la moral imperante y de la conquista cultural y económica de las élites dominantes.

En el acto,  los escritores Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Jenaro Villamil, Marta Lamas y Javier Aranda se refirieron a ‘Monsi’ de manera afectuosa y resaltaron sus aportes culturales. Así mismo el público expresó anécdotas relacionadas con el intelectual.
 
A continuación presentamos dos de las reflexiones expresadas en el homenaje: Elena Poniatowska escribe “Amor perdido: un año sin Monsi”; y  Carlos Monsiváis, el Adelantado: Homenaje a Monsivais en Bellas Artes”, escrito por Jenaro Villamil.

 

 
I.- "Amor perdido: Un año sin Monsi." Elena Poniatowska.

-Monsi, ya destruiste los brazos del sillón.
–Vais, si sales a la calle de nuevo, juro que no vuelvo a abrirte la puerta.
–Monsi, o entras o sales. No tengo todo el tiempo de la vida.
–Vais, rompiste las ramas más tiernas del limonero.
 
Monsi es un gato del género masculino, vestido de smoking.
 
Vais, atigrada, es mujer y es más bonita que Monsi, pero pesa menos, es clandestina, tiene una vida secreta, desaparece sin avisar y la primera vez que la busqué en la plaza de San Sebastián, en Chimalistac, grité por encima de las bardas, subí al campanario y por fin al tercer día regresó tan campante.
 
–¿Por qué me haces eso?
 
Monsi y Vais eran tan pequeños que cabían uno en la mano derecha, otra en la izquierda. Una guajolota enojada se disponía a sacarles los ojos en un corral de Tomatlán y los rescaté para traerlos a San Sebastián. Ahora padezco a los dos gatitos como padecí a Monsiváis, porque amarlo era padecerlo.
 
–Al rato te hablo.
–Marco tu número dentro de 10 minutos.
–Llámame tú el sábado.
–Voy a salir, te busco en la noche.
 
A la mañana siguiente intentabas de nuevo a ver si tenías suerte de encontrarlo por teléfono y del otro lado de la bocina fingía la voz:
–No está, salió en la madrugada a Madrid, soy su tía María.
En la tarde, era fácil reconocerlo en el Vips de la avenida Tlalpan, a la altura de San Simón, frente a unos frijoles caldosos.
 
–¿No que habías ido a España?
–Ya vine.
 
Entonces la letanía se iniciaba:
–No llegaste.
–No llamaste.
–Te esperé dos horas.
–Me plantaste.
–¡Cómo eres malo!
–¡Qué malo eres!
 
Invitarlo a comer era otra forma del suplicio:
–No vayas a llegar tarde.
–¿A qué hora dijiste?
–A la normal, a mi hora, a las dos y media. Tú eres el plato fuerte.
 
Llega a las mil, para merendar. Y si uno reclamaba, decía:
–¿No dijiste que a tu hora? Esta es tu hora.
El sonreía con su cara de gato.
 
Ahora dos gatitos recogidos son la presencia total de Monsi en la sala, en el comedor, en la recámara, en la escalera, en los pasillos, en la cocina, en el lavadero, a todas horas, en todo momento, día y noche. Digo Monsi y Vais 10 o 20 veces al día. Los dos nombres resuenan entre el piso y el techo, el cielo y la tierra, son un encantamiento que repito una y otra vez, un conjuro contra la ausencia, una pócima que disminuye la soledad. Imagino que Monsi, que era un “hombre ciudad”, como lo llamó Adolfo Castañón, ahora mismo sube al Metro, está parado en la esquina de San Simón y le hace seña a un taxi, se citó con El Fisgón en la Zona Rosa, está por ir a comer a casa de Iván en la calle de Amatlán, donde por cierto va a llegar tarde, para variar.
 
Antes de junio de 2010, a las siete de la mañana, si sonaba el teléfono, corría yo, sólo podía ser él. Monsi se convirtió en el consejero áulico de Marta Lamas, de Chema Pérez Gay, de Iván y de Nelly Restrepo. Hoy por hoy su risa matutina hace una gran falta, una falta horrible. Lloraba de risa y su risa tenía mucho de gato, una risa única que ojalá y haya quedado grabada. Imitaba a unos y a otros, y antes de colgar decía:
 
–¡Qué mala eres!
–¿Yo? Pero si todas las malditeces las dijiste tú. Yo sólo reí.
–Eres mala, de veras, mala como nadie, eres lo más malo del mundo.
 
Hace dos días, el viernes 17 de junio en la noche fuimos a una ceremonia íntima a El Estanquillo, convocados por su director, Moisés Rosas, la tía María, Beatriz y Araceli, Rubén y Mauricio, Carlos, Chema y Lilia, Marta Lamas, Consuelo y Julia, Carlos Bonfil, Jenaro Villamil, Jesús Ramírez, Alejandro Brito, Victor Acuña, Armando Colina, Rodolfo y Jesús, porque las cenizas de Carlos iban a depositarse en una urna.
–Es una ceremonia privada, de muy poca gente.
 
La urna la hizo Francisco Toledo y su forma, su volumen, su redondez de tierra, la convierte en un abrazo, un recibimiento excepcional. La urna acoge, cobija, se ahonda, suena a barro. Lentamente pulida, brilla trabajada por las manos del buen alfarero, del creador y del artesano, del que sí sabe hacer las cosas y, sobre todo, sabe rendir homenaje al amigo. Es una urna de extraordinario carácter que refleja los muchos experimentos técnicos que ha hecho Toledo con el barro, la madera, todas las sutilezas de la materia, pero sobre todo el sagrado sentido de la vida. Cuando la vi pensé que William Blake le cantaría como al tigre que brilla en la selva de la noche y le pregunta qué mano inmortal lo hizo, quien construyó su temible simetría. En realidad, la urna es un gato que se redondea sobre sí mismo para dormir su larga vida de siete vidas. Envuelto en su cola, su pelambre resalta por encima del barro y su cabeza de gato tiene la cara del Monsiváis de los buenos días, el que sonreía. A Toledo le preguntaban: “¿Quién hace el prólogo de tu libro?” Monsiváis. “¿Quién presenta tu exposición?” Monsiváis. “¿Quién va a escribir el catálogo para la muestra en Los Ángeles?” Monsiváis. “¿Quién quieres que te acompañe? Monsiváis. “¿A quién invitamos al mitin?” A Monsiváis. “¿Para quién es este cuadro?” Para Monsiváis. “¿Quién quieres que acabe con el gobernador? Monsiváis. “¿De qué quieres que se hable en el encuentro de intelectuales?” De Monsiváis. En la urna están todas las respuestas de Toledo a Monsiváis, el amor al coleccionista, el amor al crítico, la devoción al pensador, la admiración por los escritos de un hombre que logró catequizar a los indios remisos. Toledo, el pintor de las tenaces raíces zapotecas, también llenó la urna de iguanas, de mariposas, de tortugas, de peces, de jaibas, de cangrejos y los puso a cantar al unísono. La urna tiene símbolos ocultos, códices y máscaras del México antiguo, la urna es un organismo viviente en el que todo se corresponde, el agua que sigue cantando en el barro, las sutilezas de la materia, su complejidad, responden a las huellas digitales de las yemas de los dedos de Toledo que moldearon esta corona mortuoria. Porque en verdad, la urna es una corona. Y en verdad también, sólo Toledo podía coronar a Monsiváis.
 
De tanto escribir sobre movimientos sociales, el propio Monsi se ha vuelto un movimiento social. Cada vez que nos reunimos la conversación termina girando invariablemente en torno a Monsi. ¿Qué tiene Monsi que nos jala como una central de energía, como una centrífuga que nos hace picadillo en torno a sus aforismos, sus sarcasmos, las horas de su vida, sus prodigiosas mentiras, sus prodigiosas verdades?
 
Me atrevo a una respuesta. Monsi iba directo a la esencia, su gran entereza, su lucidez implacable, su inteligencia crítica, su falta de poder personal y su total ausencia de privilegios, lo convirtieron en defensor de los derechos civiles, en el intelectual que más y mejor supo protestar por las violaciones a los derechos humanos, en el ciudadano que mejor denunció la inmensa ineptitud y la codicia rampante de los políticos que nos gobiernan, el que le dio una buena bofetada a la demagogia monolítica. Por eso, sus seguidores, también somos, en cierto modo, un operativo a futuro, al que se le unen todos aquellos que Monsi congregó, Salvador Novo y Chano Urueta, Ramón López Velarde y Carlos Pellicer, José Emilio y Cristina Pacheco, Alejandra y Enrique Florescano, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, María Félix y José Alfredo Jiménez, Tongolele y María Conesa, Rogelio Naranjo, Rius y El Fisgón, Carlos Fuentes, Cantinflas, Renato Leduc, Sergio Pitol y Luis Prieto, Carmen y Magdalena Galindo, Julio Scherer, Braulio Peralta, Vicente Rojo, Neus Espresate, porque mejor que nadie, Monsi nos metió a todos en la misma bolsa, de la periferia al centro, de la cultura popular a la de la Sala Manuel M. Ponce, nos sacudió para cubrirnos de papelitos de colores y de serpentinas y ahora somos esta piñata medio deshilachada que ustedes ven, hoy domingo 19 de junio de 2011, a las 12 del día, en este estrado dentro del mítico Palacio de Bellas Artes, que a diferencia de nosotros, los aquí presentes, como es de oro y mármol, nunca, nunca se va a morir.
 
*Texto que leyó Elena Poniatowska durante el homenaje que se rindió ayer a Carlos Monsiváis en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes
 
 
II.- Carlos Monsiváis, el Adelantado: Homenaje a Monsivais en Bellas Artes, texto de Jenaro Villamil

 

 

A continuación compartimos con ustedes el texto que Jenaro Villamil presentó en el homenaje por el primer aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis, llevado a cabo hoy al mediodía en Bellas Artes.

 

 
Carlos Monsiváis es un caso extraño de conquistador que ya intuía y conocía las dimensiones de los territorios imaginarios, -intelectuales, culturales, periodísticos, sociales- antes de haberlos colonizado plenamente.
 
El  método de conquista de Monsiváis nunca fue la espada y la cruz, sino el humor y la inteligencia. Su rigor era periodístico por la precisión en los detalles, en la información, pero su alcance era más amplio por la complejidad de su prosa. En su obra, como en la amistad, no prevalecía el apapacho o la falsa amabilidad sino el desafío intelectual y el compromiso compartido.
 
La obra de Carlos Monsiváis es abierta, vital, provocadora, permanente. Aún dialoga con los jóvenes que recientemente han marchado con Javier Sicilia denunciando la irracionalidad de la doble violencia –verbal y física- que ha imperado en este sexenio; con quienes defienden aquí y en todo el mundo el derecho a ser diferentes, el respeto a sus opciones de vida como gays, lesbianas o transexuales; a quienes batallan por darle acceso a medicamentos, servicios de salud dignos e integridad moral a quienes viven con VIH; para quienes han migrado de sus lugares de origen y enriquecen la cultura de las ciudades donde viven y se niegan a ser el pretexto para campañas de odio xenofóbico; a quienes pelean por el respeto a la laicidad y están en contra de los prejuicios morales y de los intentos de uniformidad cultural; para los movimientos feministas y medioambientalistas; para quienes ejercen el periodismo crítico, cotidiano, a pesar de la autocensura imperante; para los insumisos que aún creen y luchan por una nueva dignidad.
 

Identifico cuatro ejes importantes en la vitalidad de la obra de Monsiváis que quiero reflexionar con ustedes:

 

 
a)    En primer lugar, no existieron para él territorios únicos u ortodoxos de expresión. Consideraba que la crónica no sólo era un género periodístico sino un vehículo para desplegar sus recursos ensayísticos, su talento literario, su cultura totalizadora, su memoria privilegiada, su extraordinario oído para la poesía y las expresiones populares, su propia capacidad fabuladora y su ironía emparentada a la escuela de Oscar Wilde y de Salvador Novo, pero también a la lectura constante y erudita de La Biblia, que, desde su niñez, fue pilar fundamental en su talento para la metáfora y la parábola.
La capacidad de Monsiváis para mezclar esos géneros y esos tonos, incluso rompiendo las reglas estilísticas más rígidas se encuentran con toda claridad en su más reciente libro, Apocalipstick, publicado meses antes de su fallecimiento.

He aquí un pequeño ejemplo en el capítulo “El Rap de las Postrimerías”:

 

“Ciudad de México: la acumulación de almas, recursos naturales, cuerpos a la deriva, edificios, instituciones, calles sobrepobladas, estadísticas que bien podrían ser predicciones de la migración próxima, la que ya sólo encuentra oportunidades de empleo en el interior de la conciencia…
 

 
“Conciencia ciudadana que –no obstante etapas de apatía y cinismo- crece con regularidad, tolerancia que se vuelve un ‘ecosistema’ piscológico, moral y cultural, extravagancias que de tan multiplicadas ya no se divierten, violencia que es consecuencia del capitalismo salvaje, de la naturaleza humana, del neoliberalismo, del tamaño de la urbe y de los roces de la aglomeración…Y lo que desafía las previsiones es la sensación de multitud al acecho (dentro de uno mismo incluso), que transforma las predicciones ominosas en asesinos seriales. A la velocidad de la luz no se observa bien lo dispuesto en la intimidad y a la velocidad de la masificación menos”…. (p. 21).

 

 

 
O esta maravillosa descripción-fabulación y análisis sobre el nuevo lenguaje que es “El Chateo”:

 

 

“En internet lo que se da es maravilloso, el esplendor de la mitomanía colectiva. El ligue en el chat, lo que tal vez sea el ‘chateo lúbrico’, es formidable porque los chateadores se enfundan en personalidades descomunales, cualidades físicas, dimensiones inacabables. Como nunca, la gente deposita en el internet la personalidad, el cuerpo, el atractivo, la cantidad de orgasmos por noche que quisiera tener. Y el anonimato facilita las invenciones.

 

 

“Antes todos firmaban ‘Pedro Infante’, ahora firman: ‘Hugh Jackman’ o ‘Matt Damon’, y quieren ser aceptados por lo que obviamente no son, y al no tener ya el contexto físico verdadero, el chateo alcanza extremos gloriosos. Es otro modo de reducir la idea del amor a la ‘declaración de los bienes’ que cada uno se hace a sí mismo en función de su fantasía. Si algo logra Internet es dejar al lado la función del amor, porque además, el amor exige imágenes…

 

 

 
 b)    En segundo lugar, la obra de Monsiváis no se explica sin un ingrediente fundamental: su compromiso e interés por divulgar, analizar, apoyar y compartir los movimientos sociales en contraposición con la cultura dominante de los poderes religioso, político, económico, o social.

 

 
Monsiváis fue siempre de izquierda por convicción y militante sin carnet único. Podía entrar y salir con enorme facilidad de un movimiento a otro, no buscaba liderarlo sino influir en él para que no desbarrancara en el culto a la burocracia, para darle una dimensión moral.
 
En muchos sentidos, se adelantó a la propia izquierda partidista: en su concepto de sociedad civil que se autoorganiza, en la idea de que el mejor programa para una izquierda mexicana no era el marxismo sino el laicismo, en su capacidad como periodista para darle voz a quienes estaban excluidos de los salones del gran poder autorreferencial.
 
Se transformó en el divulgador y defensor de los derechos de las minorías. Siendo él mismo parte de una minoría: nació pobre, fue protestante en un país de mayoría católica y decidió vivir una opción gay sin etiquetas ni estridencias en un país donde ha privado el machismo y sólo muy recientemente la homofobia es políticamente incorrecta, Monsiváis detectó desde muy joven la clave para su compromiso por los más débiles: lo marginal en el centrotítulo de su magnífico estudio biográfico y literario de Salvador Novo y, en buena medida, autosemblanza-.
 
Para Monsiváis lo que estaba en la periferia de la “Alta cultura” o de la “Alta política” o del “Alto periodismo” era lo importante. Un crimen de odio homofóbico o de misoginia lo conmovía e interesaba mucho más que los pleitos de las burocracias culturales, sin excluir que estaba permanentemente informado de los chismes y rumores de los entretelones del poder.
 
Para Monsiváis los triunfos y las batallas mejor ganadas por las izquierdas y las minorías fueron las victorias culturales. Las causas perdidas en el terreno del poder son las victorias en los territorios de una nueva ética ciudadana. Por ejemplo, para Monsiváis, las victorias más importantes del movimiento zapatista del EZLN y del lopezobradorismo, en vigencia, no fueron la toma del Palacio Nacional sino la construcción de una nueva dignidad de los que nada tenían más que el honor de la congruencia.
 
En Apocalipstick describió así las aportaciones principales de la Marcha de la Dignidad, encabezada por el zapatismo en 2001:
“-por primera vez en la historia de México una movilización indígena concentra la atención nacional y hasta cierto punto internacional (en América Latina, desde luego, principalmente en Guatemala, El Salvador, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela).
-por vez primera, es genuino el debate sobre los derechos indígenas y no, con blanduras burocráticas, sobre lo que les conviene a ellos, los ajenos a la Patria, los que no son como nosotros, Ellos, los dueños de todo el tiempo del mundo, porque al no caber en nuestro espacio, su tiempo carece de continuidad, del antes y del después.

 

por vez primera, una mujer indígena le habla al Congreso de la Unión (algunos se ausentan físicamente, pero todos la escuchan).
por vez primera, un sector de marginados dispone de una estrategia”.

En contraste, su crítica al discurso justificatorio del poder frente a los abusos y a los agravios cometidos fue una constante. La pluma de Monsiváis fue siempre más poderosa y más dañina para esos políticos e intelectuales que le han rendido pleitesía a la real politik.

 

Por ejemplo, en su último artículo publicado en el periódico El Universal, titulado “La Sabiduría del Autoengaño”, Monsiváis ironizó así el discurso del ex secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien frente a la matanza de unos estudiantes en la ciudad de Monterrey afirmó que desgraciadamente los jóvenes habían estado del “lado bueno” y por eso fueron asesinados, pero que no era responsabilidad del gobierno federal:
 
“Nada más lógico y a su modo, más eficiente, que la estrategia del autoengaño del gobierno federal. No son los únicos, desde luego, en este laberinto de afirmaciones que parten de la irrealidad y luego se alojan en la realidad más profunda, aquello que habitan los manufactureros de la verdad. Me explico para entenderme. No es que los altos funcionarios (la altura se mide por el salario real, las prestaciones, la importancia que se les concede y el número de fuerzas de seguridad que los acompaña) crean en lo que dicen. Esto sería abusar de su candor. Más bien, el procedimiento va así: el funcionario declara a sabiendas de que nadie lo va a creer, en la ruta hacia la decepción; y luego lee sus propias declaraciones y le encantan. ¿Por qué no se le había ocurrido a él primero?. Luego, al verlos reproducidas en los noticieros y en los periódicos, se anima por completo. Vaya que tengo razón, me lo confirma ese alto funcionario que por coincidencia lleva mi nombre”.
 
Esta misma descripción puede caber para Ernesto Cordero, el más reciente arquetipo del autoengaño sexenal, o para el jefe del titular de Hacienda.
 
c)    Su obra es un compendio periodístico inigualable. Monsiváis era muchas mesas de redacción simultáneas y también una multitud de fuentes de información que lo llevaban a ser un lector voraz de periódicos, revistas e, incluso, las secciones de sociales como Club Social, de donde desentrañaba claves de lo que él llamaba las “nuevas ambiciones del exhibicionismo burgués”. Nadie como él reporteaba mejor por teléfono y no necesitaba tomar notas para recordar con precisión la información que recogía de sus comidas, encuentros y desencuentros con los actores informativos.
 
Monsiváis escribió varios libros en conjunto con Julio Scherer, pero uno en especial, Tiempo de Saber, constituye uno de los análisis históricos más completos y rigurosos del periodismo mexicano. Carlos fue colaborador de muchos medios impresos, pero, en esencia, fue un impulsor constante de empresas periodísticas que rompieron con el panorama de la prensa de la era dorada del autoritarismo priista: salió de Excélsior tras el golpe de Echeverría, fue colaborador fundador de Proceso, impulsor de Unomasuno y fundador también de La Jornada. En El Universal tuvo un espacio privilegiado cada domingo y en decenas de periódicos de los estados mandó artículos, entrevistas. Sus amistades periodísticas fueron extensas e intensas: desde Fernando Benítez hasta Julio Scherer, desde Manuel Buendía a Miguel Angel Grandados Chapa. Si algo lo emocionaba era conocer y compartir información con alguien.
 
Monsiváis privilegió el medio impreso por una razón fundamental: en sus textos periodísticos están las claves, las primeras versiones de lo que posteriormente serían sus ensayos más importantes. Un buen ejercicio de compilación sería retomar esas primeras versiones o polémicas periodísticas que marcaron la trayectoria de Carlos.
 
Por mi Madre, Bohemios, columna que cumplió 40 años en 2008, fue para Monsiváis no sólo una revisión lúdica de los
excesos verbales de la derecha religiosa o la clase política, sino una forma constante de estar en el ágora periodística.
 
d)    El otro gran pilar de la obra de Monsiváis es su enorme gusto por las expresiones culturales, en general, y en especial las de la Ciudad de México. En sus textos, en su museo, en sus participaciones constantes en el foro público (lo mismo en una conferencia que en un programa de televisión o en algún documental), Monsiváis borraba las fronteras entre la “alta cultura” y la “cultura popular”. Monsiváis escribía Estudios Culturales antes de que la academia norteamericana creara los Estudios Culturales, anotó Juan Villoro en Barcelona. Y no le falta razón.
Su interés y pasión iba lo mismo por Pedro Infante que por José Alfredo Jiménez o Cantinflas, que por poetas como Salvador Novo, Carlos Pellicer que por pintores como Francisco Toledo o Frida Khalo y los muralistas mexicanos, que por los grabadores, los caricaturistas, los fotógrafos y los grandes artesanos mexicanos. Buena parte de su colección en el Museo El Estanquillo se debe a la obra de una artista poblana que construyó las maquetas  con escenas de la vida cotidiana o los artesanos que trabajan el hueso, las miniaturas, etc. Estaba al tanto de lo mejor de la literatura mexicana que inglesa, norteamericana, española, catalana, rusa o sueca. Su pasión por el cine lo llevaba a ser una biblioteca ambulante de nombres, fechas, escenas, adaptaciones y versiones de películas.
 
Su erudición no era un pretexto para distanciarse de sus lectores o de sus seguidores. Al contrario, era el contexto, el pegamento esencial para recrear y explicar mejor cada rincón de su pasión fundamental: la Ciudad de México.
Monsiváis es un “hombre llamado ciudad” y difícilmente puede uno encontrar un rincón de esta gran concentración urbana que él no haya recorrido, conocido, disfrutado e incluso, padecido.
No es anécdota menor que en una ocasión, al ser asaltado en uno de los miles de taxis que tomó en su vida, el ladrón al reconocerlo abandonó su pretensión y le abrió la puerta con esta frase: “perdone usted, maestro”.

 

Perdone usted, maestro y amigo, si en este día se nos ha dado el exceso verbal para invocarlo, pero no había de otra. Un año es mucho y es nada, al mismo tiempo. Un año sin usted es un aprendizaje muy duro, pero necesario. Un año sin Carlos es una responsabilidad muy grande también.

 

Por esta razón, también quiero hacer una propuesta para que desde el ámbito del Instituto Nacional de Bellas Artes se impulsen cátedras para conocer y releer la obra de Carlos Monsiváis. Su ausencia física nos pesa, nos entristece, nos ha dejado un poco más barata la cuenta de teléfono para algunos amigos, pero engrandece su obra.  Ahí están sus libros, sus artículos, sus conferencias, sus participaciones en televisión y en radio, incluso, sus discusiones y polémicas más importantes con los movimientos sociales y de izquierda.

 

 

Esa es la dimensión pública e infinita de un Monsiváis que, como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, nos sonríe desde algún punto de este hermoso palacio.

 

Muchas gracias.

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