Apenas más de cuatro minutos: In Memoriam, Ximena Guzmán

Deportistas rinden sentido homenaje a Ximena Guzmán ahora leyenda: Poeta del esfuerzo, que no se miden en segundos, sino en semillas

Deportistas rinden sentido homenaje a Ximena Guzmán ahora leyenda: Poeta del esfuerzo, que no se miden en segundos, sino en semillas

Regeneración, 12 de junio de 2025. Deportistas Ana Gutiérrez, Salvador Gutiérrez, Ruxi Mendieta, Grecia Vargas, José Piña, Antonio Gershenson, amigos, compañeros deportistas escriben este ensayo para proclamar la victoria definitiva del bien y ahí, el legado de Ximena Guzmán, asesinada en CDMX.

I. La pista de tartán: heredera del estadio griego

Ximena Guzmán fue corredora de alto rendimiento, no corría por “hobby” o moda, su vida le iba en ello. ¿Y qué atleta no ha soñado con llegar a unos Juegos Olímpicos, a tocar lo más alto de la cima deportiva en esa gesta heredada por los griegos?

El tartán rojo, traje de gala del atletismo, invento moderno de poliuretano y caucho, es el hijo bastardo del stádion helénico, aquella franja de tierra compacta donde los griegos trazaban sus carreras y escribían epopeyas con sus pies descalzos entre el polvo y el olivo; nosotros, entre líneas sintéticas que sangran carmesí, como si el tiempo hubiera convertido la arcilla en lava solidificada.

II. “El deporte no constituye el carácter, lo revela”: Heywood Broun

Es ahí, en el tartán, nuestro altar, nuestro centro ceremonial y de sacrificios, donde Ximena forjó su temple, y también en la montaña bajo condiciones extremas.

«Durante un campamento en el Nevado de Toluca, “estuvimos 21 días en el Nevado. Entrenado 4 chicas en el albergue solas. Dos sesiones y en ocasiones tres».

«Nos cayó una nevada y fuertes vientos en el regreso de la laguna, Nayeli se puso muy nerviosa, al punto del llanto y Ximena no la dejó sola. ¡Corrieron de regreso tomadas de la mano!”, así lo recuerda Ana Gutiérrez.

(De izquierda a derecha: Elisa Cuéllar (campeona campo traviesa), Mariana Barrios ( la hermana de Juan Luis Barrios quien fue a las olimpiadas), Grecia Vargas (parada ), Aleli Tapia ( universias mundial ) , Ximena Guzmán).

En el taller secreto de las montañas, donde el miedo y la sororidad funden sus metales, nuestra Ximena mostraba de qué estaba hecha.

Las medallas nacionales que Ximena logró en los 800 y los 1500 m, no son trofeos, son certificados de un pacto con la extenuación, un manifiesto de terquedad de seres que corremos con el corazón de un velocista y los pulmones de un montañista.

En los 800 metros el cuerpo se convierte en trampa biológica. Aquí, el atleta es un fénix en tiempo real: arde en ácido láctico, se desintegra en la curva final y, contra toda lógica, renace al salir de la misma y en las casi cuatro vueltas al óvalo de los 1500 la agonía es tan grande como la de correr un maratón.

Llega un punto en que tu mente te abandona, pero hay un instante antes del colapso que la fuerza aparece desde la flaqueza, se queman las últimas reservas de glucógeno como ofrenda en aras de una zancada más.

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Cuando Ximena corría, no acechaba, ni esperaba que se formaran grupos, lideraba desde el primer metro. Tomaba el frente como queriendo proteger a sus compañeras, sabía que las carreras se ganan con el corazón y esfuerzo, pero se construyen con los pasos que marcan el ritmo para los que vienen atrás.

Grecia, su compañera de entrenamientos, recuerda lo sorprendente que era en el gimnasio. Levantaba pesos impresionantes al ritmo de anécdotas y bromas entre amigos, con una carcajada tan franca que, con sólo escucharla, te sentías abrazado por ella.

Su presencia creaba un espacio de amistad y diversión en comunión con el esfuerzo, el dolor y el trabajo; esa satisfacción única que nace cuando vives con plenitud.

Y nunca, nunca, nunca, regateaba un entrenamiento. —¡Es cierto! —confirma Ana—. Cuando el entrenador nos decía: ‘20 repeticiones de 400 metros’, ella no se quejaba.

Sólo sonreía y se ponía a trabajar sin más, arrastrando al equipo con su motivación contagiosa.

Esa pista, que en el cenit de la competencia arde como si fuera a transfigurarse de nuevo en lava y que intimida al más valiente, la competencia contra otros, igual o más preparados; las experiencias en las frías montañas, el esfuerzo de mantenerse firme en cada zancada a pesar del dolor y el entusiasmo que contagiaba durante los entrenamientos y competencias, la hicieron forjar un carácter determinado, resistente, fuerte y competitivo, pero también de ayuda y comprensión, de solidaridad y camaradería con aquellos que se van reventando el alma a cachitos a su lado.

III. El disparo de salida vs el disparo de meta



La pistola que inicia la competencia no es de violencia, sino una invitación al agón, ese combate sagrado donde vencer al rival es honrar su valor. Ximena lo sabía, no se corre para humillar, sino para elevar el duelo a categoría de arte.

Se entrega lo mejor de uno mismo como ofrenda a los rivales, el ego se olvida, el cuerpo se vacía para enaltecer el esfuerzo. Era en las curvas donde Ximena se mostraba más aguerrida y atacaba incluso por fuera de la curva para ganar lugares; algo que muy pocos se atreven.

Hace unos días sonó el último disparo que escucharía Ximena, lejos, muy lejos de la sana competencia, lejos de toda regla y, sobre todo, lejos de la rivalidad leal, donde las únicas armas que portas son el trabajo y sudor de años de esfuerzo, la disciplina inquebrantable, los spikes y tu integridad.

Lejos de la pista donde el único disparo que suena es el del inicio de la competencia, no el del final de una vida.

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No hubo tiempo siquiera para subir la adrenalina a tope, para soñar con el evento, para visualizarlo y correr en él recordando tus mejores marcas, el mejor momento, no hubo tiempo para sentir ese estremecer en el cuerpo cuando sientes de nuevo lo que es estar ahí, antes del disparo.

Tampoco hubo oportunidad de mirar a su rival, de desearse suerte (con esa sonrisa) el uno al otro sin decirse nada, estoicos, entregados al ritual de la muerte que supone correr en esas pistas de tartán, rápidas cuando sabes correr en ellas, pero aleccionadoras cuando no, son duras, abrasivas, nadie quiere llevarse a casa las heridas de quemadura que implica caer en esta lava petrificada.


IV. Epílogo

Si la hubiera conocido, si ese pobre infeliz que le robó el aliento hubiera cruzado su mirada con la de Ximena aunque fueran sólo cuatro minutos, habría entendido.

Habría visto que asesinarla no era matar a una mujer, sino arrancarle al mundo un músculo de cambio; pequeño, sí, pero hecho de esa fibra que sólo forjan los obstinados, los que corren contra viento y miedo, nuestra David contra Goliat.

Este disparo (sórdido, cobarde) fue la única competencia desleal en la que Ximena no tuvo chance de clavar sus spikes en el tartán, ni de medir su aliento contra el del rival.

No hubo salida en bloque, ni codazos y patadas, ni curva que negociar, ni táctica posible. Solo el silbido de una bala silenciada que, en vez de dar la salida a una carrera, le robó hasta el derecho a jadear.

Pero aquí está el truco final, la paradoja que sus asesinos no calcularon: los músculos de cambio, cuando se les corta, no mueren.

Florecen en surcos subterráneos, raíces que atraviesan el tartán y brotan en gestos anónimos como olivos y laureles.

Cada vez que un corredor elige ayudar al que tropieza, cada vez que una sonrisa comprensiva se extiende más allá de la meta para levantar al rival vencido, Ximena respira.

No en carne, sino en ética convertida en latido colectivo.

En esa ética que aprendió entre esas pistas con curvas de fuego y las nevadas de las grandes montañas: que competir es, al final, un acto de fe en el otro.

El disparo quiso silenciarla, pero solo logró transfigurarla en leyenda. Y las leyendas, como bien saben los poetas del esfuerzo, no se miden en segundos, sino en semillas.

Así, el eco de sus zancadas ya no pertenece al estadio, ahora es el viento que empuja a los que corremos contra todas las noches en busca de un nuevo amanecer, allá, donde podamos abrazar los albores de la utopía.

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