El nuevo aeropuerto y los espejitos de Hernán Cortés

Importante noticia, sin duda, la del anuncio de la construcción de un nuevo y gigantesco aeropuerto para la ciudad de México y su área metropolitana. Se habla de inversiones multimillonarias, de la creación de más de 150 mil empleos, entre directos e indirectos, y de mayúsculas obras de infraestructura complementarias. Y se agrega que “están garantizados los derechos de los habitantes de las zonas colindantes y que no hará falta acudir a la compra de terrenos o a las odiosas expropiaciones de tierras campesinas”.

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El despliegue informativo sobre la nueva “obra transexenal” ha sido apabullante. Algo así como un golpe inesperado que pone al ciudadano en estado de choque, impidiéndole pensar correctamente. Se da por sentado que no habrá conflictos, que todo el proceso será terso, que no brotarán inconformidades y que los inversionistas privados sólo tendrán que sentarse a esperar el momento de recoger ganancias a paletadas.

Pero hay razones para la sospecha. No hace mucho, en tiempos de Felipe Calderón, este siniestro personaje ofreció, como ahora se hace con el “nuevo aeropuerto”, la construcción de una nueva refinería, con el fin de evitar las millonarias importaciones de gasolina que México, país petrolero, debe realizar todos los días por falta de infraestructura de refinación de hidrocarburos.

También fue enorme el despliegue informativo. El sitio de la construcción del nuevo cuerno de la abundancia se lo disputaban ambiciosa y desaforadamente los gobiernos de Hidalgo y del estado de México. Meses y años de consultas, ofertas, contraofertas, cálculos financieros, expectativas de grandes negocios accesorios, para que finalmente se supiera que todo quedaba en agua de borrajas. Que todo había sido una típica engañifa calderoniana. Una falsa promesa de prosperidad futura. Una clásica promesa de estafador.

Y es que hace ya décadas que los gobiernos mexicanos prometen grandes obras y transformaciones de beneficio social y popular que nunca se cumplen. Lejos han quedado la épocas de Lázaro Cárdenas con la gesta de la expropiación petrolera, la fundación del Instituto Politécnico Nacional y el reparto agrario; de Manuel Ávila Camacho con la fundación del Instituto Mexicano del Seguro Social, de Adolfo López Mateos con la nacionalización de la industria eléctrica, la fundación del Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI) y la gesta histórica de los libros de texto gratuitos; de Luis Echeverría Álvarez con la creación del Instituto Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y el Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores (Fonacot); y, haciendo caso omiso de su cara negra, hasta Gustavo Díaz Ordaz creo el Metro, magna obra que sirve a la economía familiar de millones de habitantes de la ciudad de México y su área conurbada. 

El último de esos presidentes que hicieron algo bueno en beneficio del pueblo fue aquel modelo de ignorancia y rusticidad que, sin embargo y con la inestimable ayuda de su secretario de Salud, el doctor Julio Frenk, creo el Seguro Popular, hoy indispensable servicio médico para millones de mexicanos sin otra opción de acceso a la salud pública. 

Y en el plano local, en el ámbito de la ciudad de México pueden recordarse las magnas obras de Andrés Manuel López Obrador que fueron los segundos pisos y, grandeza entre grandezas, la institución de la pensión universal para los ancianos. 

De entonces para acá, puras falsas promesas, puras estafas, puras mentiras adormecedoras, puras ofertas de grandeza y prosperidad futuras, como los inolvidables “prepararnos para administrar la abundancia” de José López Portillo y la inminente entrada al Primer Mundo de Carlos Salinas de Gortari. Ah, los espejitos de Hernán Cortés que hoy nos recuerda la noticia de la construcción del nuevo aeropuerto.

Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.com.mx