El terrorismo racista en EEUU es tan antiguo como el país

whitePor Brit Bennett para The New York Times*

Mi abuela solía hablar de los miembros del Klan a caballo a través de Luisiana en la noche, que ella había visto con sus ropas blancas brillantes en la oscuridad, y también a las personas negras escondiéndose en los pantanos para escapar de ellos. Antes de que ella llegara a este mundo, durante la reconstrucción, los miembros del Ku Klux Klan creían que podían asustar a una población negra supersticiosa y con una libertad recién conquistada. Llevaban trajes terroríficos pero no se escondían exactamente – muchos antiguos dueños de esclavos y algunos vecinos se podían reconocer bajo sus sábanas blancas. Ellos eran los exorcistas enmascarados, una manera de mantener el control bajo el terror. Además de matar y golpear a los negros, a menudo afirmaban ser los fantasmas de los soldados confederados muertos.

Se podría argumentar, por supuesto, que no hay fantasmas de la Confederación, porque la Confederación aún no ha muerto. Las estrellas y las barras viven, orgullosamente estampadas, en las camisetas y las placas de los carros; el símbolo por excelencia de la esclavitud, la bandera, aún vuela sobre el Capitolio de Carolina del Sur. El asesinato no ha parado tampoco, y como botón de muestra ahí está la muerte de nueve personas de raza negra en una iglesia en Charleston esta semana.  El pistolero sospechoso, que es de color blanco y fue acusado de nueve cargos de asesinato el viernes, dijo al grupo de estudio bíblico que masacró: “Tengo que hacerlo… Ustedes violan a nuestras mujeres y están tomando nuestro país y se tienen que ir”.

Los medios de comunicación han sido reacios a clasificar el tiroteo de Charleston como terrorismo, a pesar de lo inquietante que es el eco de la historia del terrorismo en nuestro país. El terrorismo estadounidense se originó con el fin de restringir el movimiento y la libertad de los recién liberados estadounidenses negros quienes, por primera vez, comenzaron a ganar un poco de poder político. El Acta del Ku Klux Klan fue una de las primeras piezas que tuvo en cuenta la legislación antiterrorista de Estados Unidos. Cuando se hizo la ley federal en 1871, nueve condados de Carolina del Sur se colocaron bajo la ley marcial, y decenas de personas fueron arrestadas. Los temores del pistolero Charleston – de hombres negros violando mujeres blancas, de negros que toman el país – son los mismos temores que sentían los miembros del Klan, que utilizaron la violencia y la intimidación para controlar a las comunidades de negros libertos.

Incluso con estos paralelismos, todavía escuchamos interminables especulaciones sobre los motivos del tirador Charleston. La gobernadora Nikki Haley de Carolina del Sur difundió un mensaje de Facebook en el que decía que “aunque todavía no conocemos todos los detalles, sí sabemos que nunca vamos a entender lo que motiva a alguien a entrar en uno de nuestros lugares de culto y tomar la vida de otro”.

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A pesar de los informes de que el asesino declaró su odio racial antes de disparar a los miembros del grupo de oración, sus motivos son inescrutables. Incluso después de que las fotos salieron a la superficie, en las que el tirador sospechoso llevaba una chaqueta adornada con las banderas de Rhodesia y de la era del apartheid en Sudáfrica y se apoyaba en un automóvil con las placas de la bandera confederada, una prueba tangible de su alineación con la ideología violenta, segregacionista, sus acciones se mantuvieron supuestamente indescifrables. Un tweet del Seattle Times (ahora suprimido) preguntó si en el pistolero se “concentra el mal o era un dulce niño”, The Wall Street Journal lo denominó como un “solitario” y el alcalde de Charleston lo llamó “sinvergüenza”, sin embargo, las designaciones aparentemente obvias – asesino, terrorista, criminal, racista – en ninguna parte pueden ser encontradas.

Este es el privilegio de la tez blanca en EEUU: si un terrorista es de color blanco, su violencia nunca se basará en el color de su piel. Un terrorista blanco tiene únicos, complicados motivos que nunca vamos a comprender. Él puede ser un solitario perturbado o un monstruo. Él es alguien mentalmente enfermo o lúcido. Existe el terrorista blanco únicamente como una díada de extremos: o él es humanizado hasta el punto de la simpatía o él es tan monstruoso que casi se convierte en un ser mitológico. De cualquier manera, nunca es indicativo de un problema más grande que tiene que ver con el color de su piel, ni se relaciona con una comunidad racista. Él no representa otra cosa que a sí mismo. Un terrorista blanco es algo que lo enmarca como una anomalía y lo separa de la larga historia del terrorismo racista en EEUU.

Siempre me llamó la atención esta reticencia no sólo para nombrar al terrorismo cometido por los blancos estadounidenses, sino al propio adjetivo “blanco” durante los actos de violencia racial. En un reciente artículo del New York Times sobre la historia de los linchamientos, las víctimas son descritas repetidamente como negros. Ni una sola vez, sin embargo, los actores violentos han sido descritos como lo que son: blancos. En cambio, las turbas blancas dedicadas al linchamiento son simplemente descritas como “un grupo de hombres” o “una turba”. En un artículo sobre la violencia racial, esta supresión es absurda. El color de las víctimas es relevante, pero de alguna manera la raza de los asesinos es incidental.

Si estamos dispuestos a admitir el color de la piel de los negros que fueron linchados, ¿por qué no estamos dispuestos a admitir que la raza es una razón clara del por qué ellos fueron linchados? En su discurso tras el tiroteo de Charleston, el presidente Obama mencionó el color blanco sólo una vez – en una cita del reverendo Martin Luther King Jr. que habla de fomentar la armonía interracial. Obama vagamente reconoció que “esta no es la primera vez que las iglesias negras han sido atacadas”, pero se negó a declarar por qué han atacado a estas iglesias. Su lenguaje pasivo se hace eco de esta extraña vaguedad, la renuencia a nombrar incluso el terrorismo de los blancos, como si las iglesias negras hubieran sido atacadas por una fuerza sin cuerpo, donde la gente no ve los reales motivos que esconde una ideología racista cuyas raíces se extienden más allá de la fundación de este país.

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Entiendo la comodidad de este silencio. Si la violencia blanca es tácita y no reconocida, si los terroristas blancos son santos o demonios, no tenemos que lidiar con la realidad mucho más complicada de la violencia racial. En nuestro tiempo, el terror por razones raciales ya no se anuncia con capuchas y batas blancas. Usted puede ser alguien de 21 años de edad, que tiene muchos amigos negros en Facebook y cuenta chistes racistas inofensivos y cometer un acto de violencia racial horrible. No podemos separarnos de los monstruos, porque ya no existen los monstruos. Los monstruos están dentro del individuo todo el tiempo.

En la imaginación contemporánea de Estados Unidos, el terrorismo es extranjero y marrón. Esos terroristas no tienen motivaciones complejas. No exhortamos a unos y a otros a reservar el juicio hasta que se declaren sus historias de Facebook o se entrevisten a sus amigos. No salen a relucir los psicólogos para analizar sus estados mentales. Sabemos inmediatamente por qué matan. Pero un terrorista blanco es un enigma. Un terrorista blanco no tiene historia, ni contexto, ni origen. Él es para siempre una incógnita. Su misma existencia es indescriptible. Lo vemos, pero pretendemos que no podemos definirlo. Él es un fantasma que flota en la noche.

*es una escritora que vive en California. Su primera novela, “Las Madres”, fue publicada por Riverhead Books.

(Tomado de The New York Times. Versión de Cubadebate)