¿Quién hace la memoria?

Esta mentira de la vieja historia política, en donde solamente los militares, los presidentes, los intelectuales y los ricos tienen su lugar en la historia, ha permeado nuestra vida diaria.

Por Emiliano Canseco Preciado

“La historia de México” de Diego Rivera

Regeneración, 26 de enero del 2019.-Constantemente escuchamos que la historia la hacen los grandes personajes. Hombres y mujeres en quienes se concentran los motivos, las razones y las fuerzas de las revoluciones. Esta mentira de la vieja historia política, en donde solamente los militares, los presidentes, los intelectuales y los ricos tienen su lugar en la historia, ha permeado nuestra vida diaria.

Esta discusión planteada anteriormente tiene varios ejemplos que lo pueden ilustrar: por un lado, está la narrativa histórica creada desde el Estado, que se repite constantemente en las aulas de nuestra educación básica, en donde, optando por una falsa objetividad de su relato, cuentan cómo es que la nación de México se fue formando, en el que sus impulsores toman matices heroicos y ejemplares, pero sus detractores son los enemigos, los antihéroes. Por otro lado, estos discursos también los encontramos a cada paso que damos en nuestras ciudades, igualmente impulsados desde el Estado; nunca nos faltarán estatuas y monumentos de Benito Juárez y Francisco I. Madero, escuelas y calles con nombres de héroes nacionales como Miguel Hidalgo, Guillermo Prieto y Venustiano Carranza, lo cual, termina siendo deshumanizante, ya que aleja y descontextualiza a los personajes que nombra. Un último ejemplo se encuentra en los archivos institucionales, en donde se resguarda y fragua la memoria oficial de la nación, como si fueran los dueños de la historia; estos archivos evidentemente están cooptados, los documentos son elegidos y generalmente hay que pasar por una gran burocracia recelosa de las fuentes para consultarlas. Estas tres aristas que señalo son algunas de las muchas artimañas históricas, en distintos niveles, de las que se sirve el Estado para legitimarse y para justificar a ciertas clases políticas.

Lo anterior tiene un nombre y ha sido estudiado por muchos historiadores y científicos sociales: historia de bronce. Aquí no me meteré en las distintas propuestas y visiones que derivan de esta mirada de la historia, tampoco si es posible hacer una lectura despolitizada y objetiva de estos personajes. Sin embargo, sí mencionaré que una de las consecuencias que tiene este relato impulsado desde el Estado es la desarticulación de nuestra conciencia histórica, de nuestra capacidad de sentirnos parte de la historia, delegándosela a los “grandes personajes”, sin darnos cuenta que en todo lo que hacemos, decimos, sentimos existe una potencia histórica.

En ese sentido ¿qué podemos hacer nosotros desde nuestra trinchera cotidiana, desde nuestras “vidas comunes y corrientes”? aquí retomo una frase del último discurso de Salvador Allende, en donde afirma “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. ¿Qué quiere decir esto? Que todos nosotros, en el devenir de nuestras vidas, hacemos la historia, con nuestras luchas y trabajos, con nuestros gustos, felicidades, sufrimientos, amores, lo demás es la narrativa que se hace de la historia, en favor de unos u otros.

Sin embargo, es cierto que esa narrativa histórica influye mucho en el cómo nos sentimos en el presente. Y aunque en un sentido material todos hacemos la historia, es importante volvernos parte de los relatos, sentirnos representados en esas historias, vernos reflejados en ellas. Pero otra vez ¿Qué podemos hacer ante la avasallante historia de bronce que termina siendo excluyente para la gran parte de la población?

Una de las alternativas que me dio la Dra. Lourdes Roca, investigadora del Instituto Mora, ante esa especie de monopolio de la historia, es la de comenzar a privilegiar nuestros documentos personales y familiares, comenzar a reguardar y a narrar nuestras propias historias, organizar nuestros archivos para después darles su lugar en narrativas más amplias, como las de una colonia, un pueblo, una ciudad, un país y hasta en el mundo. Tenemos que dar testimonio de nuestros pasos sobre la tierra. Y no solamente en lo escrito, si no en las fotografías, en nuestra oralidad, en los videos, en todo lo que nos permita dar cuenta de que aquí estuvimos. Hay que salvar nuestras vidas mortales dando testimonio de ellas y resguardándolas, solo así se le puede hacer frete a la oficialidad de la gran historia de bronce.

En la actualidad, existen muchos proyectos y estudios que han comenzado a privilegiar archivos familiares para acercarse a aquellos sujetos históricos que se han olvidado en las grandes historias; estas historias perviven y se conserva gracias a las familias que resguardan  los testimonios, lo que en muchos casos ha permitido que los problemas y traumas del pasado, que usualmente se diluyen en la gran historia de bronce o deliberadamente se olvidan, puedan ser señalados, criticados y expulsados de nuestro presente, tomando conciencia de su faceta sombría. La memoria no es una labor exclusiva del Estado, nosotros también la construimos.