Cerca de 200 viejos “anarquistas” viven a los alrededores de Chernobyl

Los ‘okupas’ más salvajes de Europa viven en el entorno de Chernobyl; conviven con un mundo natural desarrollado en medio de la radioactividad

Regeneración, 14 de julio de 2019. Como si fueran antisistema, hanitantes de Ucrania han desafiado al “Estado para vivir sin patria ni patrón ni leyes en un ecosistema mutante” cercano a Chernobyl.

En este lugar las ranas se han tornado más oscuras y los ratones han mutado, pero la vida ha sabido integrarse a las nuevas condiciones.

Dicen los habitantes que en la profundidad del bosque que los lobos han vuelto a aullar como jamás lo habían hecho antes.

Quizá no sean tan grandes como insinúan y quizá no le canten a la luna de un modo diferente al de antes de la tragedia, pero el miedo al lobo es algo atávico que renace en los humanos tan pronto como volvemos a la selva -a cualquier selva.

“¿Y puede haber algo más selvático y brutal que vivir entre grandes osos y felinos radioactivos en la zona de exclusión de Chernobyl?”

‘Samosely” significa ‘okupa’.

Es lo que son. Ni el más vicioso desvarío ciberpunk pudo imaginar un escenario así: parias desesperados y paupérrimos volviendo a la jungla nuclear del escenario del desastre.

Muy probablemente, este territorio es el único espacio verdaderamente anarquista de Europa, un lugar sin leyes ni policías; sin cárceles ni jueces; sin patrón y sin Estado, explica El Público.

El Gobierno de Ucrania ni siquiera les permite empadronarse.

Quedan sólo unos doscientos, o acaso algunos menos; han estado allí desde el principio del desastre.

Procedían casi todos de Chernobyl y las aldeas aledañas.

No lograron nunca acostumbrarse a vivir en las colmenas donde los realojaron; no sabían respirar desconectados de su vieja Matrix campesina.

De manera que optaron por llevar una honrada vida de proscritos entre las criaturas que habitaban alrededor de la Zona 0 del Apocalipsis.

La Administración ucraniana se resignó a aceptar que jamás se irían de allá.

La primera y única niña nacida en ese ecosistema radioactivo cumplirá veinte años el mes que viene, aunque ya no habita entre los ‘comanches’ ucranianos.

Esta tribu de ‘okupas’ samosely ha ido envejeciendo con el tiempo.

Hoy, muchos son octogenarios, lo que demuestra, al menos, que el lugar no era necesariamente incompatible con la vida,

Las zonas donde habitan estas personas parece algo menos apocalítpico de lo que el imaginario de la destrucción haría pensar.

Fuere cual fuere el aspecto de las granjas soviéticas, no debía distinguirse mucho del que presentan todavía.

Un pequeño tractor ruso remolca a un Lada rojo a la entrada de Maryanivka, otro pequeño pueblo del área de Polyssia.

Todos los pueblos solapados o cercanos al territorio radioactivo son, según los científicos, casi seguros;

Las setas que recolectan -casi nunca-, hacen saltar los contadores Geyger y las vacas que ordeñan, casi con total certeza, no producen leche radioactiva.

Excepto cuando la producen. Por eso casi es mejor vivir aquí que en una casita de Luhansk destruida por los morteros o es preferible casi ser un paupérrimo mujik que convertirse en un urbanita, casi igual de miserable, de los que se hacinan en las jrusovas cenicientas de los suburbios de Kiev, Berdiansk o Mariupol.

Las casas son a menudo casi gratis. La mayoría se han venido abajo, y hay algo definitivamente evocador en las enmarañadas lianas que estrangulan y devoran a las chozas.

Una casa en buen estado con un gran pedazo de parcela puede adquirise por poco más de tres mil euros, pero de esas hay pocas.