Por falta de derechos de autor, marcas plagian diseños y bordados indígenas

Las marcas van desde la marca estadounidense Madewell, la española Zara o la mexicana Pineda Covalín que han reproducido brocados tradicionales de comunidades de México.

Regeneración, 26 febrero 2018.- Aproximadamente ocho marcas de ropa, incluso internacionales, han plagiado diseños de comunidades indígenas de Oaxaca, Chiapas e Hidalgo, entre 2012 y 2017, de acuerdo con un análisis realizado por la organización Impacto.

Las marcas van desde la marca estadounidense Madewell, la española Zara o la mexicana Pineda Covalín que han reproducido brocados tradicionales de comunidades de México.

Uno de los casos más conocidos fue el de 2015, cuando la cantante Susana Harp denunció a través de sus redes sociales que en una tienda de San Diego se vendía una blusa típica de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, bajo la marca francesa Isabel Marant. La noticia se esparció y acusaron a la marca de plagio. La presión fue tal que la diseñadora francesa reconoció que efectivamente el diseño provenía de una comunidad mexicana y no pretendía adueñarse de él.

El primer registro de un plagio ocurrió con la marca Mara Hoffman y los tenangos de Doria, Hidalgo, en 2012. El diseño de esta misma prenda también fue utilizado por Pineda Covalín en 2014.

En 2016, Rapsodia copió la blusa de San Antonino Castillo Velasco, y Madewell el huipil de San Andrés Larrainzar y la blusa de San Antonino Castillo Velasco.

El año pasado ocurrieron tres casos más: Zara plagió la blusa de Aguacatenango, Chiapas. Intropia, el brocado de San Juan Bautista Tlacoatzintepec, Oaxaca, y Mango, los tenangos de Doria.

Estas marcas no dieron el crédito de los brocados a las comunidades, ni trabajaron con las artesanas, sólo tomaron sus diseños y los reprodujeron en sus prendas. Sin embargo, el debate atraviesa por un hecho: ninguno de los diseños de las comunidades está registrado bajo el derecho de autor.

Kathia Loyzaga, directora de comunicación de Impacto, explica que el conocimiento sobre los brocados y los diseños se pasa de una generación a otra entre las comunidades y es una muestra de distinción entre cada poblado. Para ellos, no existe la idea occidental de la propiedad intelectual porque el conocimiento es de la comunidad.

Aunque una posibilidad de defensa de las comunidades indígenas, dice, podría ser a través de tratados internacionales del patrimonio cultural, que apela al derecho moral de los autores. Es decir, si una marca utiliza algún diseño tradicional la marca no tendría que pagarle, pero sí hacer un reconocimiento público sobre la comunidad de origen.

Adriana Aguerrebere, directora de Impacto, considera que debería existir algún mecanismo de protección para el patrimonio colectivo, como es el caso de los diseños tradicionales, pero reconoce que sería un proceso muy complejo porque tendría que registrarse diseño por diseño y “obviamente al ser una creación artesanal, cada artesana tiene su propio diseño, es una pieza única. Entonces se contrapone y llegaría a ser un proceso tan exhaustivo y hasta caro que sería casi imposible”.

Más bien, dice, la protección del patrimonio también debería ser una labor colectiva, es decir, que la misma sociedad denuncie los plagios, como ha ocurrido, pero que además, consuma los productos directamente en las comunidades o en tiendas que se rijan bajo el comercio ético.

La sociedad sabe de un plagio, al menos tiene la oportunidad de tomar la decisión de consumir o no esos productos y eso, dice, es una manera de combatir los plagios de las marcas internacionales.

Como organización, Impacto busca incidir en varias formas en las comunidades, primero: visibilizar la labor de las artesanas, que se reconozca su trabajo y segundo, acercar a diseñadores o pequeñas empresarias que buscan comercializar los productos pero pagando un precio justo, con las artesanas, bajo el principio básico de respetar su labor.

Gracias a esta idea, han prosperado proyectos en los seis años que tiene Impacto. Por ejemplo con la diseñadora Carmen Rión, que trabaja con artesanas de San Juan Cancuc.

 

Esta publicación fue posible gracias al apoyo de Fundación Kellogg y Animal Político