NAIM: el argumento tecnocrático

En el caso del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), los intereses van más allá de la conectividad.

 

Por Pedro Miguel| La Jornada

Regeneración, 12 de octubre de 2018.- Se suponía que Salinas y sus amigos eran economistas brillantes y modernos que salvarían al país de la debacle en que lo estaban dejando los políticos tradicionales. La pretendida superioridad académica fue usada como blindaje argumental para ignorar todas las críticas al ejercicio del poder en ese sexenio que terminó en catástrofe. La frase de campaña de Zedillo era “él sabe cómo hacerlo”, pero dos semanas después de tomar posesión quitó los alfileres con los que Salinas y los suyos habían dejado prendida la economía y provocó un desastre financiero mucho mayor que los de Echeverría, López Portillo y de la Madrid juntos. Pero el régimen aún era robusto y Zedillo logró imponer, con el auxilio del PAN y echando mano de los mismos alegatos sabihondos que su antecesor, el llamado rescate bancario, que fue en realidad el mayor atraco a las arcas públicas perpetrado hasta entonces.

Vicente Fox no tenía formación académica para presumir y delegó el manejo de la economía en los mismos truhanes formados en el pillaje salinista, los cuales, con el ya familiar discurso oscuro e inexpugnable, consiguieron desaparecer unos 70 mil millones de dólares procedentes de los sobreprecios petroleros que hasta la fecha nadie sabe dónde quedaron. Calderón, quien tampoco podía dárselas de luminaria, operó su presidencia robada de la misma manera. Ambos gobernantes panistas continuaron –en su favor y el de la oligarquía empresarial– el proceso de concentración de la riqueza iniciado en 1989. Peña Nieto tampoco tenía títulos para presumir pero sí mucho dinero para comprar voluntades. Así forjó el Pacto por México y sus subsecuentes reformas estructurales, las cuales fueron promovidas con argumentos mendaces pero oscuros, escudados en necesidades que nadie podía ver, salvo el manojo de iluminados del poder oligárquico.

El discurso tecnocrático no sólo ha servido para saquear el país a lo largo de tres décadas sino también para minar el aparato de gobierno y la soberanía depositada en él. Basta ver cuántos institutos descentralizados y comisiones autónomas se han constituido en estos 30 años, instituciones que, en su mayoría, sirven para adoptar medidas antinacionales y antipopulares sin necesidad de dar explicaciones ni rendir cuentas y sin que los poderes formales tengan que cargar con el costo político de tales decisiones.

¿Es incomprensible el quehacer gubernamental para cualquiera que no tenga un par de doctorados en Harvard o en el ITAM? Claro que no: ocurre, simplemente, que el discurso tecnocrático es un instrumento para mantener las decisiones de políticas públicas en un círculo estrechísimo, un manto de opacidad para ocultar a los ojos del gran público trapacerías y corruptelas y, en última instancia, un mecanismo del espíritu oligárquico, antidemocrático y excluyente por definición.

Aunque políticamente derrotada y con sus aparatos electorales (PRI, PAN, PRD, etcétera) muy disminuidos, la oligarquía echa mano ahora de ese recurso para tratar de salvar el proyecto peñista del aeropuerto en Texcoco. Se afirma, con una pertinaz insolencia autocrática, que nadie que no sepa de aeronáutica, aeronavegabilidad, ingeniería, topografía, finanzas y urbanismo, cuando menos, debiera tener derecho a opinar sobre la continuación o la suspensión de esa obra. Se descalifica la consulta a la sociedad que tendrá lugar entre el 25 y el 28 de octubre para decidir sobre la cancelación o la continuación del elefante blanco porque, se dice, la determinación tendría que ser tomada únicamente por expertos y especialistas.

Pero no; no se puede tapar con el dedo de la arrogancia sabihonda el cúmulo de miserias del proyecto peñista: está concebido desde un inicio para ser un pingüe negocio disfrazado de aeropuerto, en la medida en que, por estar en un sitio inadecuado, obligaría a un mantenimiento permanente y mucho más caro que la obra misma; sería un desperdicio imperdonable de dinero público para dar plusvalía a propiedades privadas previamente adquiridas alrededor de la terminal; es la continuación de un atropello en contra de los habitantes de Texcoco y de San Salvador Atenco; es un ecocidio en curso, no sólo por la destrucción de humedales con todo y su fauna y flora sino también por la devastación de la zona para extraer materiales para la construcción; sería, por último, una afectación peligrosísima de la cuenca hídrica del valle de México que puede tener consecuencias desastrosas para la capital y sus municipios conurbados del oriente.

Por esas razones, la construcción del aeropuerto peñista debe ser detenida, y la participación social puede conseguirlo, por mucho que rabien los tecnócratas atrincherados en torno al proyecto, y aunque nos digan ignorantes, nacos, indios, prole. Sea cual sea el remedio para corregir la saturación aérea del valle de México, el aeropuerto en Texcoco no es la solución adecuada.

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