Por Fernando Valdés Tena
Rumbo a la campaña presidencial de 2006, Televisa trataba de garantizar transexenalmente el negocio del espectro radioeléctrico, haciéndose de privilegios en el mercado de las telecomunicaciones. La llamada “Ley Televisa” estaba por aprobarse en el senado con una amplia mayoría panista. Formaba parte de un jugoso plan de negocios monopólico. El bloque opositor al gobierno de Vicente Fox comandado por Manuel Bartlett Díaz, insistía dirigiéndose al pleno del congreso:
“Se los digo por experiencia. Estos de Televisa no respetan a quien no se hace respetar, al que se agacha, al que se atemoriza; yo diría que quien vote a favor de la aprobación de esta ley, con todo respeto, estará destruyendo su carrera política presente”.
Bartlett conminaba a priistas y panistas a no votar por ella, pues se arrepentirían. Sin embargo, sus argumentos no serían suficientes para que —no exenta de algunos contratiempos que lo obligaron a ejercer toda la capacidad de chantaje que le otorga su poder— el consorcio dirigido por Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez Martínez, pusiera de rodillas finalmente a la mayoría del senado garantizando, por lo menos, el silencio de los entonces candidatos ante una regulación elaborada por los propios legisladores para asegurar sus intereses por varias generaciones.
Bartlett lo recordaría haciendo referencia a una anécdota surgida en la encerrona en el restaurante Rodavento, en Valle de Bravo. Era la noche del viernes 3 de febrero de 2006. La cantante colombiana Shakira acababa de amenizar un evento de dos días de duración, ofrecido para unas cien personas que Televisa organizaba para discutir los planes de gobierno con los tres principales candidatos presidenciales de entonces : Andrés Manuel López Obrador, Felipe Calderón Hinojosa y Roberto Madrazo Pintado, quienes ya habían comparecido ante el incisivo Bernardo Gómez, vicepresidente de la empresa, quien fungía como maestro de ceremonias y “entrevistador estrella” de los candidatos.
Como invitado especial atestiguaba la escena el exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos William Tennet. A todos les preguntó qué podía esperar Televisa de ellos. Concluido el acto de Shakira, Gómez animó a los invitados a presenciar una pelea de gallos en un palenque improvisado en los jardines del lugar que cuenta con cabañas, spas privados y lagos artificiales.
“De este lado —dijo Gómez— está el gallo de Televisa y en el otro el gallo de TV Azteca”. Su amigo y jefe Azcárraga Jean, se le acercó y le sugirió que no hiciera ese tipo de comparaciones. Pero engallado, Gómez prefirió sujetar a una de las aves de pelea y les lanzó a los presentes: “Aunque Emilio no quiere que se mencione a nadie, sí quiero decirles que esto le puede suceder a quien se meta con Televisa”. Y ante la sorpresa y estupor de los invitados, degolló inmisericordemente al ave. Un silencio incómodo rodeó la escena. La fiesta había terminado. Para muchos de los asistentes, incluyendo a senadores como el priista Emilio Gamboa Patrón y a los comentaristas estelares de Televisa, el mensaje había sido muy claro. Sería uno que Andrés Manuel López Obrador no olvidaría jamás.
6 años después y para cerrar con broche de oro el gobierno del candidato que resultó a la postre triunfador aquel año en unas cuestionadísimas elecciones que llevaron a la oposición a impugnar y denunciar el fraude cometido con el apoyo oficial por parte del Instituto Federal Electoral, tan sólo después de 12 años de panismo en el ejecutivo federal, el llamado “espurio” Felipe Calderón regresaría el mando al PRI en amasiato con Enrique Peña Nieto, candidato con una muy débil imagen que sería reconstruida, fortalecida, posicionada e impulsada poniendo a su servicio todo el poder y oficio mercadológico del emporio Televisa.