La trilogía negra de Felipe Cazals

‘El Apando’, ‘Canoa’ y ‘Las Poquianchis’ olvidaron los finales felices y, a cambio, dejaron el retrato de un México de drogadicción, prostitución y poder eclesiástico.

Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx, 17 de julio de 2022.- Para la década de los 70, el cine mexicano no pasaba por su mejor momento. Atrás habían quedado las glorias de la época de oro con su idealización del México rural y sus estrellas de talla internacional que levantaban pasiones en la pantalla o dominaban el espectro radiofónico con sus canciones.

El director mexicano Felipe Cazals (1937-2020) tuvo un periodo sumamente agitado a mediados de la década de los 70. Durante 1976 estrenó tres películas que retratan de manera magistral un México que no era precisamente el que a las autoridades les hubiera gustado mostrar, toda vez que el cine mexicano ha sido desde sus inicios una industria financiada mayoritariamente por el gobierno. Las tres películas, El apando, Canoa y Las Poquianchis, muestran una realidad descarnada de nuestro país, donde los estereotipos de la época de oro simplemente no tienen cabida, no hay finales felices y tampoco se espera el triunfo del bien.

El Apando

Se basa en el libro homónimo de José Revueltas, producto de sus vivencias durante diversos períodos en la cárcel de Lecumberri. Sigue las andanzas de tres convictos que muy seguido son encerrados en la celda de castigo. Los llaman “los apandados”, y ellos, apoyando la cabeza en la bandejilla que sale del único orificio de la celda, profieren mentadas y otros improperios, así como también hacen tratos como narcomenudistas. ‘El Albino’ (Salvador Sánchez) y ‘El Polonio’ (Manuel Ojeda), desquitan sus frustraciones a golpes contra ‘El Carajo’, un reo maltrecho y tuerto cuya madre termina prestándose para introducir droga al penal bajo los mismos impúdicos métodos que ‘Meche’ (María Rojo) y ‘La Chata’ (Delia Casanova), novias de sus compañeros que serían capaces de todo por ellos.

El montaje retrata a la perfección el ambiente de decadencia y sordidez del sistema penitenciario mexicano. Si bien no se cuenta con una voz de narrador, que en la novela tiene un lenguaje agresivo y crudo, todo esto se ve compensado con una deslucida paleta de colores y la ausencia de banda sonora, sello de un siempre rebelde Felipe Cazals que en 2016 espetó en entrevista con Alfonso Cuarón: «me caga la música».

Las Poquianchis

Las poquianchis (De los pormenores y otros sucedidos del dominio público que acontecieron a las hermanas de triste memoria a quienes la maledicencia así las bautizó). Ese es el título oficial que le dio Cazals a su película basada en hechos reales, pero apoyada en la versión novelada que Jorge Ibargüengoitia publicó sobre la historia de dos hermanas cuya ambición las llevó a mantener un insostenible negocio de prostíbulos a base de adolescentes raptadas viviendo en condiciones sumamente precarias. Lo paradójico del asunto es que todos los hechos se desarrollaron durante la década de los 50 entre Lagos de Moreno y San Francisco del Rincón, poblados de Jalisco y Guanajuato, respectivamente, que se distinguen por un fervor religioso exacerbado. Las propias hermanas Rodríguez Valenzuela, interpretadas magistralmente por Leonor Llausás y Malena Doria, no abandonaban su fe y se encomendaban a Dios para que les fuera bien en el negocio, aunque si la santísima trinidad fallaba, estaban los sobornos a las autoridades y la “dolorosa” opción de asesinar y enterrar clandestinamente en el corral (un solar trasero con el que suelen contar las casas de la zona) a cualquier malagradecida que se portara mal.

El elenco de mujeres cautivas era un auténtico semillero de grandes actrices en potencia que destacarían en importantes protagónicos: María Rojo, Diana Bracho y Tina Romero.

Canoa

El 14 de septiembre de 1968, dentro del contexto del movimiento estudiantil que culminarían con la matanza del 2 de octubre, la iglesia había tomado una clara postura de rechazo, puesto que el tufo a comunismo que expedía todo el asunto hacía pensar a los más recalcitrantes que el dominio del catolicismo sobre la población mexicana podía llegar a tambalearse.

San Miguel Canoa, un pueblo ubicado en las faldas del volcán La Malinche, era gobernado de facto por el sacerdote Enrique Meza Pérez. Dicho personaje se encargó de enardecer a su ingenua feligresía en contra de cualquier atisbo de protesta estudiantil. El resultado fue un horroroso linchamiento en contra de un grupo de trabajadores de la Benemérita Universidad de Puebla cuya única intención era escalar la montaña y tuvieron que pasar la noche en el poblado para refugiarse de una lluvia torrencial.

Sin menosprecio para Arturo Alegro, Salvador Sánchez, Ernesto Gómez Cruz y Leonor Llausás, cuadro actoral de respeto, no se puede ocultar lo evidente: la interpretación de Enrique Lucero como el nefasto sacerdote es simplemente memorable.

Enrique Lucero, un actor infravalorado donde los haya, fue un niño expósito que fue encontrado en la banca de un parque en Texas y adoptado por una familia de origen mexicano. Por ese motivo, creció con un importante recelo hacia la religión que durante su adultez devino en ateísmo. Cuando Cazals le ofreció el papel, viajó con el equipo de producción a Santa Rita Atahualpan, otro pueblo en las faldas de La Malinche muy semejante a Canoa. Debido a su ateísmo, Lucero estaba reacio a interpretar el papel, pero tomó una sotana del vestuario disponible y vagó por el pueblo mientras Cazals realizaba tomas de ambientación. Al finalizar de la jornada, Lucero se presentó ante el director y le dijo que aceptaba el papel, pues durante el día, enfundado en la sotana y pese a su ateísmo, logró confesar a cerca de 10 pobladores incautos.

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