#Opinión: López Velarde, su minutero inagotable

Por Alejandro de la Garza

RegeneraciónMx.- Para conmemorar el centenario luctuoso de Ramón López Velarde, vuelvo al tic-tac hipnótico de su reloj vital, al ritmo sublunar de su corazón ameritado, al mesmerismo latente en la prodigiosa escritura de su libro El minutero: cifrado y misterioso, como lo percibió Villaurrutia; un clásico mexicano de poemas en prosa, como lo calificó Marco Antonio Campos; un minutero inagotable de poética novedad, añadiríamos hoy.

El minutero se publicó el 19 de junio de 1923 para conmemorar dos años del fallecimiento del poeta, fue así su primer libro póstumo. Para estas notas, releo una reedición contemporánea de Poesías completas y El minutero (originalmente editado por Porrúa en 1953), donde el historiador literario Antonio Castro Leal define las breves piezas aquí reunidas como “retratos literarios, comentarios líricos, recuerdos de provincia, fragmentos autobiográficos, variaciones sobre temas del momento o simples divagaciones”. Esta visión de Castro Leal resulta reveladora, pues si bien López Velarde escribió El minutero con la intención de crear poemas en prosa, esa cualidad no fue reconocida de inmediato. Sólo la imaginación artística de Villaurrutia extremó la percepción del libro hasta fijarlo como un “devocionario profano”, descripción trasladada con frecuencia al mismo López Velarde, singularizado desde entonces como un “devoto profano”.

Los críticos dudaron por años de la cualidad poética de esta escritura, bien revalorada apenas a partir de los años cincuenta, y aún en el libro Obras. Ramón López Velarde, compilado y documentado por José Luis Martínez en 1971 para el Fondo de Cultura Económica, el maestro insistió en el carácter prosaico de estas piezas al asegurar que, si El minutero fuera el único libro de López Velarde, esa obra le daría “un lugar destacado entre nuestros prosistas”. Esa imprecisa definición genérica ubicó al libro como una obra equilátera, un tercer ángulo enigmático entre la poesía y la prosa de López Velarde, y alentó la investigación sobre la historia de su publicación original.

“Su incierta condición genérica, no se resolvió hasta su adscripción tardía y cada vez más generalizada, pero siempre problemática, al moderno poema en prosa”, dice el estudioso español Alfonso García Morales en La liturgia secreta del tiempo, publicado en 2016 en la revista Literatura Mexicana (Vol. 2 jul./dic. 2016) del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, ensayo con la virtud de reunir toda la información existente sobre El minutero, actualizar los hechos conocidos sobre su creación y proponer una cronología de su génesis, publicación y recepción.

Abrevio la historia: durante el último año de su vida, López Velarde público en la revista México Moderno cuatro piezas: “La conquista”, “Anatole France”, “Lo soez” y “La cigüeña”, todas identificadas ahí como “parte del libro en preparación El minutero”. Incluso en el obituario del poeta, publicado en Excélsior al día siguiente de su fallecimiento, se menciona el libro y la intención de un íntimo amigo del poeta, el escritor Enrique Fernández Ledesma, de “arreglarlo” para su publicación. La nota (probablemente redactada por el propio Fernández Ledesma), habla de 45 piezas: “una colección de poemas estilizados, plenos de admirable emoción, de finas observaciones y de la más exquisita factura”. La investigación de García Morales remite también a Revista de Revistas, publicación donde el 17 de junio de 1923 se anunció por fin la aparición de volumen, con la colaboración del hermano mayor del poeta, el doctor Jesús López Velarde, quien habría recurrido a “crónicas dispersas y muchas inéditas para formar El minutero”.

Finalmente, el 19 de junio de 1923, al conmemorarse dos años de la desaparición del poeta, la edición de El minutero salió de la Imprenta Murguía bajo el cuidado de Fernández Ledesma. La edición, tal como la conocemos hasta hoy, está compuesta por 28 piezas, más un largo poema inicial enviado desde Nueva York por José Juan Tablada: “Retablo a la memoria de Ramón López Velarde”, y un soneto de Rafael López a modo de Colofón. García Morales asume en su ensayo la intención de López Velarde de publicar un libro unitario formado por prosas tardías, escritas desde finales del XIX, vinculadas por sus preocupaciones vitales y estéticas, y mayormente inéditas, lo que reforzaría el impacto de su publicación.

La discusión crítica en torno al libro nunca se ha agotado del todo, lo cual habla de su capacidad para revitalizarse a cada lectura y en cada lector, incluso José Luis Martínez llegó a vislumbrar la posibilidad de conformar un segundo minutero con otros textos de López Velarde, igual de sorprendentes y afines por su estética de lo breve. A las ediciones de la magnífica e innovadora poesía de López Velarde: La sangre devota (1916) y Zozobra (1919), se añadió, de manera póstuma y muy tardía, la edición de El son del corazón (1932). Asimismo, luego de la edición de la prosa poética El minutero (1923), se fueron sumando las ediciones de otras prosas y crónicas, entre ellas: El Don de febrero y otras prosas (1952) y Prosa política (1953), ambos libros prologados y recopilados por Elena Molina Ortega.

El citado libro canónico de José Luis Martínez (Obras, 1971) incluyó, además de los reconocidos libros de poesía de López Velarde, sus primeros poemas, su periodismo político extenso (1907-1919), tres cuentos, sus cartas y dos declaraciones: una política y otra sobre el teatro; destaca aquí también la recuperación de su crítica literaria (1907-1921). Esta amplia compilación se logró a partir de los papeles del propio López Velarde, rescatados por su hermano y su amigo Fernández Ledesma, carpetas hoy en resguardo del Archivo de la Academia Mexicana de la Lengua, y reproducidas en 1998 por el propio Martínez, entonces director de la institución. Hay otras recopilaciones, de entre ellas, destaca la realizada por Juan Domingo Argüelles en Ramón López Velarde. Crónicas literarias (Océano, 2001), tanto por la gran cantidad de textos rescatados como por su analítico ensayo introductorio.

El ensayo de Alfonso García Morales ubica también la edición de El minutero como parte de un primer proyecto incumplido de Obras completas, y recuerda los preliminares de la edición, donde se asegura la existencia ya “en prensa” no sólo de El son del corazón, sino también de Páginas críticas, La Provincia y más producción dispersa, la cual, como ya vimos, se publicó muchos años después y con títulos y ordenaciones diferentes.

Para 1923, con apenas dos libros de poesía publicados, el recién fallecido López Velarde ya había trascendido el ámbito editorial e intelectual hasta alcanzar el rango de poeta popular y aun —para bien y para mal—, el de “mito nacional” del nuevo régimen revolucionario, encabezado en lo educativo y cultural por José Vasconcelos. No obstante, al momento de su publicación, El minutero fue apenas percibido por la crítica, y García Morales nos remite sólo a una reseña anónima publicada en El Universal, el 23 de julio de 1923 (rescatada por Allen W. Phillips y atribuida a alguno de los amigos del poeta), donde se resalta: “Cada uno de esos pequeños capítulos es una quintaesencia de pensamiento (…) tarea de un artífice de la palabra… Si a menudo López Velarde confiaba en lo enigmático, siempre se mantuvo en el armónico y arcano acorde de una originalidad nacida de él mismo”.

No fue sino hasta inicios de los años cincuenta cuando Xavier Villaurrutia, “principal descubridor crítico de la poesía de López Velarde”, además de su amigo, escribió un ensayo revelador sobre El minutero, donde subraya: “Pocas veces existe entre la poesía y la prosa de un mismo autor una relación tan precisa (…). La prosa de El minutero es una prosa de poeta. Con ello quiero decir que conserva el desinterés, la gratuidad y aun la música que son más del terreno de la poesía que del campo de la prosa (…); no es una prosa que camina, sino una prosa que danza.

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Para terminar, cito algunos destellos poéticos extraídos de las piezas que conforman El minutero.

1.- Del famoso texto de soltería y paternidad “Obra maestra”, que abre el volumen: “Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra”.
2.- Sobre la contralto italiana Gabriella Besanzoni: La noche de abril en que la oí perfeccionar a Dalila, Sansón, cabizbajo como nunca, padeció ante seis mil espectadores la chapuza filistea.
3.- De “Mi pecado”: En el tiempo en que las amadas salían del baño con las puntas de la cabellera goteando constelaciones.
4.- De “En el solar”: En un cielo turquí, el relámpago flagela edredones de nube. La ciudad jerezana me tienta con un mixto halago de fósil y de miniatura.
5.- De célebre “Novedad de la Patria”: De ella habíamos salido por inconsciencia, en viajes periféricos sin otro sentido, casi, que el del dinero. A la nacionalidad volvemos por amor… y pobreza.
6.- Sobre “El Cofrade de San Miguel”, pintura de su querido amigo Saturnino Herrán: Si al Cofrade se le desmenuzara la piedad en belleza, quedaría siempre resarcido en la pompa del escapulario.
7.- De “La última flecha”: Ya se dispara, como en la crisis del poema, la última flecha del arco del Arquero.
8.- De “La flor punitiva”: El frenesí masculino, sin caer en estulticia o en bajeza, no puede exigir legalidad a las distribuidoras de experiencia, provisionalmente babilónicas.
9.- De “Metafísica”: El sesudo catalejo con que se filosofa, paréceme más infortunado que la cabeza del carnero, engullido por una especie superior, mientras que nuestros sesos enciclopédicos se sirven en el menú del subsuelo.
10.- De “Las santas mujeres”: En el indecible desastre de la pérdida de Saturnino Herrán, infortunio cuya sola enunciación es un dislate, las mujeres flordelisaron el principio con hazañas caritativas.
11.- De “Noviembre”: La intriga, vestida de terciopelo letal, se disimula en los quicios de las dos de la mañana.
12.- De “El bailarín”: Su alma es paralela de su cuerpo, y cuando el bailarín se flexiona, eludiendo los sórdidos picos del mal gusto, convence de que entrará al Empíreo en caudalosas posturas coreográficas.

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*Nací y crecí entre el Bosque de Chapultepec y el Parque España. Lector, crítico literario, escritor, periodista cultural al borde del abismo #ElSinoDelEscorpión