#Opinión: Tata Obrador

Por Miguel Martín Felipe


RegeneraciónMx.- Hubo una vez un territorio oprimido, subyugado por un poder oscuro cuyo reinado se prolongó por mucho tiempo. Sin importar cuántas batallas se libraran, el régimen seguía siendo inamovible, pues dominaba sobre malignas criaturas que aterrorizaban y seducían a muchas mentes del vasto territorio.

Un día se apareció una figura avejentada, cuya principal característica era el peregrinar a través de todo lugar donde él considerara que podía avivar la feneciente llama de la esperanza.

Su plan no surtió efecto a la primera, ya que tuvo que pasar por traiciones e incluso batallas personales que lo hicieron estar al borde de la muerte. Aquel régimen de tiranía velada siempre conspiró contra él, pues resultaba de vital importancia impedir que su mensaje se difundiera entre los pueblos libres.

Haciendo las alianzas adecuadas, infundió valor entre los líderes de pueblos oprimidos y logró una revolución en la que echó mano de un factor antes despreciado: aquellas criaturas consideradas irrelevantes en las altas esferas; aquellos quienes siempre conservaron los valores primigenios, así como el amor a la tierra y a las cosas que crecen.

Este sabio de cabello blanco, subvirtió el orden establecido, y a aquellos antes menospreciados y de cuya existencia hasta se dudaba, los instruyó para ser el núcleo de una revolución muy efectiva que finalmente pudo derrocar al régimen de oscuridad y trajo una era de paz y un cambio de conciencia al bello y variopinto territorio, otrora menospreciado, pero que poco a poco se fue volviendo ejemplo de lucha y soberanía. Acaecidas las batallas, el peregrino, de andar ya fatigoso, para siempre amado por sabios y potentados, nunca dejó de profesar un gran amor y predilección por aquellos antes olvidados que siempre creyeron en él, y que aún tenían mucho por enseñar al resto de los pueblos libres. Después de la épica gesta, cumplida su misión, se dispone a partir sin retorno hacia tierras imperecederas.

Puesto así, ¿no les resultan sorprendentes las similitudes entre la figura de Gandalf, personaje creado por J.R.R. Tolkien y Andrés Manuel López Obrador? Tal vez no es casualidad, pues autores como Claude Levi Strauss o Joseph Campbell, caracterizan al mito como una estructura de relato que resulta plausible porque puede haber pasado. Campbell se centra en la figura del héroe y el camino que éste sigue hasta llegar a su victoria. Así pues, desde la antropología y la psicología podemos de cierta manera justificar que la historia vivida por AMLO desde sus primeros pasos en el Instituto Indigenista en Tabasco en 1977 hasta este 1 de octubre de 2024, es en sí una gesta heroica de perseverancia y lucha constante para conseguir al menos un enorme triunfo que fue sentar las bases de la genuina transformación de México.

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Otro enorme triunfo que no me cansaré de resaltar es el haber logrado despegar a millones de mexicanos de la truculenta industria cultural que les decía qué pensar, qué creer, a qué temerle, con qué emocionarse o conmoverse, a quién odiar e incluso por quién votar, o de plano no votar. Fue la tormenta perfecta, ya que el gran auge de las redes sociales y la inserción del mensaje obradorista en las mismas, coincidió con lo que Jenaro Villamil llamó la rebelión de las audiencias; el fenómeno consistente en el reacomodo de la comunicación de masas que tiene a la industria televisiva en vías de extinción.

El poder ver a AMLO sin los filtros y estigmas aportados por los monigotes televisivos por mandato de la oligarquía, no solo gracias a las redes sociales, sino a los recorridos incansables y constantes que el ahora presidente saliente realizó por literalmente todo el país; permitió que se le asimilara como una figura cercana, humana y amorosa, capaz incluso de repartir besos y abrazos en congruencia con sus lemas: «Los quiero desaforadamente» y «Amor con amor se paga». Atrás quedó aquella leyenda negra sobre el político autoritario, intransigente y berrinchudo, que es como aquella ínfima parte de la población identificada con la derecha aún lo considera.

En la última conferencia mañanera con el formato habitual, es decir; preguntas y respuestas, el 27 de septiembre de 2024, Meme Yamel, otra de las figuras que se erigieron en adalides de la comunicación al margen de los medios corporativos, tuvo ya al final el privilegio de preguntarle qué enseñanza le dejaba su mandato, a lo que él respondió: «Que el pueblo de México es amoroso. Es el mejor pueblo del mundo». Así pues, cuestiones como el humanismo y hasta el amor se volvieron parte medular del discurso gubernamental. Esto resulta muy interesante, porque, durante el régimen neoliberal, en que lo más importante eran los activos, indicadores y dividendos; todo aquello medible, cuantificable y con lo cual se pudiera comerciar, el hablar de cuestiones emocionales y promover algo tan metafísico como el amor, hubiera sido visto como “falta de seriedad”. Sin embargo, he ahí una de las enseñanzas, mesiánicas, si se me permite el término, que quedan para el pueblo de México: un llamado a la fraternidad, al amor y al perdón, inserto en el discurso del jefe del ejecutivo cuyas políticas lograron sacar a más de 9 millones de personas de la pobreza.

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A partir de aquí se genera un culto distinto e imperecedero, ya que siempre se nos enseñó que los héroes de la patria eran figuras inalcanzables que solo eran accesibles a través de los libros, cuya versión de la historia generalmente iba en función de la filiación política del escritor en cuestión. Sin embargo, la figura de un nuevo ‘tata’ (palabra de origen náhuatl que significa ‘papá’) antes ya añadida popularmente al general Lázaro Cárdenas, es un apelativo que poco a poco se va popularizando, sobre todo entre los integrantes de pueblos originarios, que por fin fueron dignificados, escuchados y visibilizados. Sin embargo, designar a AMLO como tata Andrés Manuel o tata Obrador nos lleva de vuelta a la antropología, pues, en el fondo, la posmodernidad ha venido sumiendo a las poblaciones en una orfandad muy distinta a otras épocas, en que los líderes sociales cumplían una función paternal o de guía. Nosotros los hobbits mexicanos, los de la periferia, de raíces indígenas, amorosos de la tierra y guardianes de tradiciones antiguas, esperamos mucho tiempo por aquella figura del mentor anciano (como lo caracteriza Joseph Campbell en El héroe de las mil caras), y ahora la haremos trascender a través de la historia.

«Aquí me dirijo a ti, Andrelo. Espero estar a la altura del estatus de periodista y luchador social que medianamente fui adquiriendo en este sexenio. Voy a seguir brindándome al pueblo de forma irrestricta, voy a seguir ayudando, aconsejando, curando y reparando el daño siempre que pueda. Seguiré inculcándole a mi hijo el amor por todo lo que nos rodea y que la esperanza y la bondad son virtudes que muy seguramente nos llevan a la felicidad. Te abrazo desde Neza con mucho cariño, querido amigo. Nada nos debes. Estamos en paz y ya recogiendo los bártulos para retomar el camino, seguir aprendiendo de nuestros errores y no cederle ni un centímetro a la derecha hipócrita.

Gracias infinitas. Que viva tata Andrés Manuel López Obrador.»

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