#Opinión: El trumpismo llegó para quedarse

Por José Manuel Fuentes

Hablar sobre el trumpismo, dada su complejidad, no es tarea sencilla. Y buena parte de eso se debe a que algunos medios de comunicación internacionales ⎼pienso en Foreign Affairs, The New York Review o The Independent⎼ han decidido analizarlo superficialmente porque atenta contra sus intereses.

Aunque Donald Trump no consiguió reelegirse, es importante reconocer que el trumpismo en Estados Unidos sigue vivo y a la espera de su(s) líder(es).

Alfredo Jalife opina que el trumpismo es “un movimiento estructural” que representa a los WASP (blancos-anglosajones-protestantes). Pero es algo más que eso.
El trumpismo ⎼para darle más contexto al lector de intereses generales⎼ es una corriente ideológica y política que, mediante ciertos mecanismos, intenta perseverar el poder asociado a la figura de Trump.

Ahora bien, esta doctrina ⎼que mezcla en idénticas proporciones el conservadurismo, el neonacionalismo y una filosofía de extrema derecha⎼ se compone principalmente por el sector rural y manufacturero, el cual, hay que decirlo, fue olvidado durante la administración de Barack Obama (2009-2017).
Es importante destacar que el trumpismo, que encuentra uno de sus principales sustentos en el nacionalismo económico, tiene un eje rector que se resume en una sola frase: “American First”.

Como muchos saben, Trump aboga (porque no ha quitado el dedo del renglón) por un retorno al nacionalismo estadounidense. Y precisamente por eso, durante su mandato fue un violento opositor a “la globalización neoliberal”.

Esta actitud propició que su gobierno, a nivel global, siempre estuviera inmerso en el ojo del huracán. No es gratuito que, durante su mandato, Trump haya enfrentado con tanta virulencia a los grupos globalistas estadounidenses, como fue precisamente el dúo Obama-Hillary.

EL MURO DE LA IGNOMINIA

Uno de los principales símbolos del trumpismo fue la construcción (ya no digamos física, sino ideológica) de una muralla que protegiera a los WASP de las invasiones (bárbaras) centroamericanas.

El llamado “muro de la ignominia”, no hay duda, fue la más tosca representación del racismo trumpista contra el ascenso de los mexicanos en EU.
Hay que ser demasiado cándidos para suponer que, tras la derrota electoral del empresario neoyorquino, el trumpismo terminó. No es así. Pero, acostumbrados a mirar en blanco y negro, los internacionalistas de pasarela han querido difundir esta idea para no intranquilizar a los electores demócratas.

Asombra, por otra parte, que en ningún medio mexicano hayan consignado las recientes declaraciones del gobernador de Texas, Greg Abbott, quien aseguró que continuará la construcción del ominoso muro de Trump. Esto refleja que el trumpismo, con o sin Donald Trump, continúa latente.

Ahora bien, ¿cómo olvidar la polarización multidimensional que, después de la elección presidencial del 3 de noviembre del año pasado, se desató con “la resurrección en el Capitolio”? El analista británico Alastair Crooke advierte que en EU existen dos repúblicas (azul y roja), las cuales son irreconciliables.

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Se necesita cerrar los ojos para no darse cuenta que nuestros vecinos del norte aún se encuentran enfangados en el conflicto poselectoral del 2020. El fracaso de las encuestadoras quedó evidenciado cuando la “ola azul” no sólo no arrasó, sino que, al contrario y contra todo pronóstico, la elección presidencial fue cerradísima.

¿Por qué nadie en los medios de comunicación mexicanos ha dicho que, durante el conflicto poselectoral, Trump, a pesar de ser un personaje ominoso, fue considerado el hombre más admirado de Estados Unidos, superando incluso el carisma del expresidente Obama? ¿Porque carecemos de internacionalistas o especialistas en geopolítica?

En su momento, Rasmussen Reports ⎼una de las compañías encuestadoras más reconocidas e influyentes de Estados Unidos⎼ dio a conocer un sondeo donde se observa que el 72% de los republicanos ven a Trump como un personaje modelo para el futuro del partido republicano.

Es más: en el ánimo de buena parte de la población estadounidense ha sido inoculada la idea de que a Trump le hicieron un “fraude electoral”. Para la enardecida turba que el 6 de enero de este año entró al Capitolio para (intentar) impedir que Biden fuera certificado como ganador, Trump “ganó” las elecciones presidenciales.

Lo cierto es que los desplantes racistas de Trump, contra lo que pretenden hacernos creer los ideólogos neoliberales (siempre reduccionistas), nunca han sido los alardes despectivos de un loco solitario, sino que, en estricto sentido, reflejan la discriminación y la exacerbación racial con la que más de 70 millones de estadounidenses miran hacia México y Centroamérica.

Se engañan quienes piensan que Trump, después de perder las elecciones y no acudir a la toma de posesión de Joe Biden, se fue a viajar por el mundo o cuidar que sus empresas continúen expandiendo su monopolio.

Nada de eso. El trumpismo (que ya no radica en la persona de Trump, sino en el arquetipo ideológico que representa) bien podría continuar capitaneado por Kevin McCarthy, líder de la minoría de la Cámara de Representantes, o incluso por el polémico senador texano Ted Cruz, opositor al aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo y que, en la misma tónica que Trump, ha declarado que la gente que llegue ilegalmente a EU, sencillamente, no merece acceder a la ciudadanía.

A este escenario hay que agregar que, desde febrero de este año, la administración Biden-Harris enfrenta una crisis fronteriza debido a la revocación de las políticas de inmigración de Trump. Recordemos que, en pasado mes de febrero, la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de EU capturó a más de 100 mil migrantes. Acto seguido, Trump anunció que visitará la frontera con el gobernador de Texas, cuyo objetivo es utilizar la crisis para golpear políticamente a la nueva administración y, claro, fortalecer la narrativa trumpista.

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Me pregunto ¿cómo es que los sectores intelectuales de México, que se presumen tan cosmopolitas y tan lectores de la prensa extranjera no hayan reparado en que la periodista Maggie Haberman ⎼desde las páginas de The New York Times⎼ informó que Trump aún está intentando anular los resultados de las elecciones presidenciales de 2020? ¿Silencio cómplice? ¿Indolencia? ¿O será, simple y llanamente, que los (falsos) intelectuales de México (especialistas en Fake News y diatribas locales) se encuentran muy entretenidos contemplándose el ombligo? Sospecho que sí.

Y es que sólo así puede explicarse que no hayan reparado en que el secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, ha reconocido irregularidades en la votación de aquel estado.

Por lo pronto, el periódico The Hill (que ofrece la cobertura más completa y rigurosa en el Congreso de Estados Unidos, la Presidencia y las campañas electorales) ha informado que, tras las revisiones a nivel estatal de las elecciones presidenciales de 2020, “los republicanos descubrirán información que revertirá el resultado de la carrera.”

Si los admiradores de Biden intentan tapar el sol con un dedo, allá ellos y su mala cabeza. Pese a que les duela y no quieran reconocerlo, el trumpismo no sólo está más vivo que nunca entre los admiradores y prosélitos de Donald Trump, sino que, por si fuera poco, continúa impulsando una narrativa amenazadora y empleando sus marcos absolutistas. Dicho en otros términos: el trumpismo ha llegado para quedarse en la vida política estadounidense. Y los demócratas, tarde o temprano, tendrán que enfrentar esa terrible realidad. En Estados Unidos, las élites minoritarias que votaron por Biden insisten en cerrar los ojos ante la amenaza. Y yo me pregunto: ¿En México haremos lo mismo?

* Estudiante de arquitectura y autor de más de un centenar de artículos de análisis geopolítico.